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Antonio Rosas - Los fósiles de nuestra evolución

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Antonio Rosas Los fósiles de nuestra evolución
  • Libro:
    Los fósiles de nuestra evolución
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    2019
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Los fósiles de nuestra evolución: resumen, descripción y anotación

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1. Un mundo sin fósiles

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10. El niño del Turkana

El niño del Turkana

EL MAR DE JADE La región del lago Turkana al noroeste de Kenia es dura y - photo 2

EL MAR DE JADE

La región del lago Turkana, al noroeste de Kenia, es dura y seca. Su planicie central se interrumpe con escarpes, lomas y barrancos modelados durante millones de años por fuerzas tectónicas y aguas torrenciales, que dejan a la vista, para deleite de los paleontólogos, innumerables hojaldres geológicos de estratos lacustres, fluviales y volcánicos. El Turkana, también conocido como «mar de Jade», forma parte de la hilera de lagos del este de África alineados con la inmensa falla tectónica del Rift, originada por la separación de las placas continentales africanas y arábiga.

En su extremo norte, en la linde con Etiopía, se distinguen dos grandes áreas de interés arqueopaleontológico a ambas orillas del lago: la este, la primera en ser explorada, y la oeste, que ha deparado multitud de fósiles sorprendentes: el niño de Nariokotome (WT-15000), el Black Skull (WT-17000) o los instrumentos líticos de más de 3 Ma de Lomekwi, cada uno de los cuales atestigua fenómenos previamente insospechados.

Fue la audacia de Richard Leakey la que puso esta remota región keniata en el corazón mismo de la paleontología humana. Sobre la base de unos antecedentes científicos previos a la Segunda Guerra Mundial, el paleontólogo estadounidense Francis Clark Howell trató de explorar la zona del río Omo en 1959, pero se topó con la negativa de acceso a la región por parte del jefe del puesto fronterizo. Tras unas gestiones realizadas por Louis Leakey con el emperador etíope Haile Selassie, consiguió finalmente el permiso oficial de Adís Abeba para adentrarse en la región. Un equipo internacional formado por personal y científicos estadounidenses, franceses y keniatas se aventuró desde la frontera de Kenia a una región tan remota. En 1968, Richard Leakey, acompañado por el citado C. Howell, inició los trabajos de campo bajo los auspicios de la National Geographic Society.

Con el proyecto Koobi Fora, al este del Turkana, comienza en 1969 una impresionante secuencia de hallazgos a ambos lados del lago. La historia de los géneros Australopithecus, Paranthropus y Homo ya no volvió a ser la misma, como así demuestra la entrada en escena de las especies Homo rudolfensis y Homo ergaster, Paranthropus aethiopicus, Australopithecus anamensis y el nuevo género y especie Kenyanthropus platyops. A esto tenemos que sumarle el hallazgo de huellas humanas de 1,5 Ma, el primer achelense con sus 1,76 Ma de antigüedad y los instrumentos líticos más antiguos descubiertos hoy en día, con nada menos que 3,3 Ma. Y posiblemente la primera evidencia de un enfrentamiento bélico en la historia de la humanidad, hace unos 16 000 años.

LOS CRÁNEOS ER-3733, ER-3883 Y OTROS

En 1975 apareció en Koobi Fora el espécimen etiquetado como ER-3733, uno de los grandes iconos de la paleontología humana y punto de partida de la nueva era. Se trata de un cráneo de una hembra adulta, muy bien conservado, de unos 850 cm3 de capacidad encefálica. Tres años después salió a la luz el cráneo ER-3883.

La primera pregunta fue inmediata: ¿a qué especie pertenecían estos cráneos? Originalmente, sus descubridores los consideraron como los equivalentes africanos de los Homo erectus asiáticos, forzando un tanto los márgenes morfológicos y cronológicos de esta especie. Para empezar, la antigüedad de ER-3733 y ER-3883, estimada en 1,8 Ma, retrotraía considerablemente el tiempo de Homo erectus. Además, el uso de la metodología cladística, basada en la identificación de grupos naturales (monofiléticos) a través de la detección de caracteres derivados (apomorfías), afectó de lleno a la clasificación de los fósiles humanos. Al comparar los cráneos del lago Turkana con los ya conocidos en otras regiones del planeta surgió de nuevo la vieja pregunta de cuánta variación podían caber en el taxón Homo erectus.

Los análisis se intensificaron y surgieron dudas. Aparentemente, los representantes africanos conservaban rasgos primitivos en la mandíbula y la dentición, mientras que ciertas características craneales los acercaban más a las formas de Homo sapiens. El renovado fervor analítico condujo a un reanálisis simultáneo de los ejemplares chinos y javaneses de Homo erectus, lo que llevó a identificar ciertas peculiaridades anatómicas exclusivas de los fósiles asiáticos, tales como una suave quilla sagital y algunos rasgos en el hueso temporal, las cuales supuestamente estaban ausentes en los fósiles africanos del este. En este momento se propuso una distinción específica entre los Homo erectus asiáticos, que empezaron a llamarse Homo erectus sensu stricto, y los africanos, que fueron bautizados como Homo ergaster usando como referencia (holotipo) la mandíbula ER-992.

Homo ergaster pasó a ser la raíz africana de esta longeva especie y el hallazgo del esqueleto del niño de Nairokotome, formalmente WT-15000, contribuyó a establecer esta imagen. En todo este proceso intelectual siempre ha habido un fósil que no terminaba de encajar: la calota con la sigla OH-9, procedente de la capa II de Olduvai, cuya antigüedad ronda los 1,4 Ma. Es un magnífico ejemplar con un cerebro por encima de los 1000 cm3 , que impresiona por el tamaño de su toro supraorbitario.

Ciertamente negar la pertenencia de OH-9 a Homo erectus resultaba complicado, pero aceptar la presencia de esta supuesta especie asiática en el corazón de África exigía una explicación. Entonces se propuso que algunas poblaciones de Homo erectus habrían migrado al interior de África desde Eurasia. En esta misma línea, la súbita aparición del achelense en el registro arqueológico del este de África, sin que pueda rastrearse su origen a partir de una transición morfológica procedente de técnicas anteriores, ha llevado a especular con un posible origen de fuera de África.

Estos debates tomaron un rumbo bien distinto con el descubrimiento del cráneo de Daka, de 1 Ma de antigüedad, en el curso medio del río Awash, en la Etiopía del Rift, de 995 cm3 y con un toro supraorbitario verdaderamente desarrollado, similar al de OH-9. La conclusión alcanzada por el equipo descubridor, liderado por Tim White, fue rotunda. Según sus análisis, no había soporte para diferenciar taxonómicamente a los Homo erectus asiáticos de sus equivalentes coetáneos en África. Esta noción se reafirmó con el hallazgo del cráneo de Buia, en Eritrea. Tras un debate intenso, actualmente se acepta que Homo ergaster es la variante primitiva, el subconjunto africano, de Homo erectus.

Quizá la variable que emerge con mayor claridad es que Homo erectus fue un taxón con una distribución geográfica y ecológica muy amplia, y con elevados niveles de variación dentro de sus poblaciones y entre ellas. Hoy aceptamos que esta especie se originó en África hace en torno a 1,9 Ma y solapó su existencia con la de Homo habilis y otras especies humanas, lo que invalida el modelo clásico lineal de continuidad gradual entre especies. El hueso occipital ER-2598, de 1,87 Ma de edad (contemporáneo a los cráneos habilinos ER-1470 y ER-1813), es la prueba más antigua de la presencia de Homo erectus en África. Conocemos también restos asimilables a esta especie en el Magreb y en Sudáfrica, que abarcan un amplio lapso de tiempo, hace entre 1,8 Ma y 0,7 Ma o quizá incluso más recientes.

Dada esta amplia distribución espacio-temporal, en muchas ocasiones se recurre al concepto de paleodeme para agrupar los diferentes fósiles de

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