Chantal de Rosamel - Christophe Lorgnier du Mesnil
EL GRAN LIBRO DE LAS
ROSAS
EDITORIAL DE VECCHI
A pesar de haber puesto el máximo cuidado en la redacción de esta obra, el autor o el editor no pueden en modo alguno responsabilizarse por las informaciones (fórmulas, recetas, técnicas, etc.) vertidas en el texto. Se aconseja, en el caso de problemas específicos —a menudo únicos— de cada lector en particular, que se consulte con una persona cualificada para obtener las informaciones más completas, más exactas y lo más actualizadas posible. EDITORIAL DE VECCHI, S. A. U.
A VISO AL LECTOR
La prodigiosa multiplicidad de las rosas hace que su clasificación resulte a veces delicada, pese a que el nombre de origen dado por quien las obtuvo sirve de referencia. En las páginas siguientes, se menciona el nombre oficial, a veces con su sinónimo (o sinónimos) cuando se conoce.
El autor y el editor desean agradecer a Meilland International y a «Au nom de la rose» su aportación a la iconografía de esta obra.
Traducción de Nieves Nueno Cobas.
Fotografías del interior de © Antoine Lorgnier, salvo donde se indica otra procedencia.
Fotografías de la cubierta de © ADJ/P. Fernandes (rosal «vert d’été») y © ADJ/Ph.Ferret (rosa «Toque rouge»).
© Editorial De Vecchi, S. A. 2019
© [2019] Confidential Concepts International Ltd., Ireland
Subsidiary company of Confidential Concepts Inc, USA
ISBN: 978-1-64461-615-4
El Código Penal vigente dispone: «Será castigado con la pena de prisión de seis meses a dos años o de multa de seis a veinticuatro meses quien, con ánimo de lucro y en perjuicio de tercero, reproduzca, plagie, distribuya o comunique públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la autorización de los titulares de los correspondientes derechos de propiedad intelectual o de sus cesionarios. La misma pena se impondrá a quien intencionadamente importe, exporte o almacene ejemplares de dichas obras o producciones o ejecuciones sin la referida autorización». (Artículo 270)
ÍNDICE
© A. Lorgnier para «Au nom de la rose»
I NTRODUCCIÓN
La rosa fascina por su belleza, aroma y formas desde muy antiguo.
Así pues, no es de extrañar que sea sinónimo de amor y feminidad, que simbolice a la mujer y que inspire las más bellas páginas de los poetas.
No es posible declarar de mejor forma el amor por una mujer y la admiración por su belleza que Richard Sheridan cuando escribe: «Venid al jardín. Quisiera que mis rosas os viesen».
Cuando todo es hermoso y tenemos ideas alegres, vemos la vida de color rosa. No hay rosas sin espinas como no hay placer sin pena.
Existen numerosas especies y variedades de rosas, pero la más interesante resulta la rosa de Damasco, llevada a Europa hacia 1250, al regreso de la séptima cruzada (dirigida por San Luis) a Tierra Santa, por Teobaldo I de Champagne, llamado «el Trovador». La rosa de Damasco sustituyó entonces en la ciudad de Provins a todas las rosas existentes. Rebautizada como Rosa gallica (nombre que le dio Linneo y que ya le daban los romanos), rosa de Francia o rosa de Provins, fue ampliamente cultivada; una variedad se utiliza para la obtención del aceite de rosa y de diversos perfumes.
Es esta misma rosa la que los ingleses, a causa de un error de traducción, denominan «rosa de Provenza». En 1277, el conde de Lancaster, enviado para reprimir una revuelta contra el rey de Francia, se llevó esta rosa a Inglaterra; se convirtió entonces en el emblema de su casa. Más tarde se hizo ilustre en la Guerra de las Dos Rosas, que opuso a los Lancaster y a los York, cuyo emblema era la rosa blanca. Monardes, en 1551, simboliza la reconciliación de estas dos casas durante mucho tiempo rivales agrupando en los pétalos de una rosa nueva el blanco de la rosa de York y el rojo de la rosa de Lancaster.
© A. Lorgnier para «Au nom de la rose»
La rosa de Provins, de un bello color rosa intenso (o rojo aterciopelado), de un aroma exquisito, mil veces más bella que las sofisticadas rosas de los floristas, rústica y resistente, fue objeto de un verdadero culto y de un importante comercio. De las rosas frescas, los expertos sabían extraer un perfume tenaz utilizado para los ungüentos, las pomadas, las esencias y las lociones. Una vez secos, los pétalos conservaban su perfume, que se volvía incluso más suave. Tratadas de la forma conveniente, estas rosas se conservaban más de un año. Se adquirió la costumbre de hacer con ellas coronas y cojines que se utilizaban para perfumar los armarios.
Estas flores entraron en la composición de repostería, confituras, conservas de carne y jarabes. Hicieron así la fama de la ciudad, donde abundaban los laboratorios de boticarios, y realzaron con su esplendor todas las grandes ceremonias civiles y religiosas. Así, podía verse a las muchachas con la frente ceñida por una corona de rosas y las calles cubiertas de pétalos durante la procesión del Santo Sacramento; a los reyes y personalidades que entraban en la ciudad antigua, los notables ofrecían como obsequio, además del vino y las especias, cestas de rosas, perfumes o cojines de pétalos secos.
La rosa de Provins de hoy vive de su pasado. Sigue existiendo la rosaleda, pero la mayoría de los productos vendidos proceden de Turquía o del Líbano.
Hoy en día, la multitud de rosas (más de 40.000 variedades) no debe ocultar la recuperación del interés por las rosas antiguas que se inscribe en la actual corriente de «regreso a los buenos y viejos tiempos». En un momento en que las personas de la sociedad de consumo se ven inundadas por la afluencia creciente de maravillosas rosas modernas —cuyos nombres difieren a menudo de un país a otro—, renace de forma inevitable el cultivo de los rosales antiguos.
En nuestros jardines, ninguna rosa ha sido creada por la naturaleza; todas han nacido de la mano del ser humano después de numerosos tanteos, pruebas, mutaciones y casualidades. Hemos recorrido un largo camino entre los escaramujos de nuestros setos y las rosas que adornan nuestros jardines, protegidas por patentes y marcas registradas.
Decorativo arriate en los jardines de la rosaleda de Val-de-Marne (Francia)
L A HISTORIA DE LAS ROSAS
Las rosas antiguas
El origen de la rosa se pierde en la noche de los tiempos, pero se supone que es originaria de China, donde se conoce desde hace cinco mil años, y de la India; desde allí, alcanzó Persia y Egipto, cuya reina Hatseput apreciaba mucho las rosas. Más tarde, desde Arabia, los jardineros andalusíes la habrían introducido en Europa occidental.
En aquella época, era habitual traerse de los países visitados esquejes o semillas de las plantas interesantes. Era una tradición entre los árabes, que entre los siglos X y XV habían creado en Andalucía jardines y huertos, verdaderas obras de arte, donde aclimataban plantas ornamentales y alimenticias traídas de las regiones conquistadas durante su expansión emprendida a partir de 622 en dirección oeste.
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