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Ayaan Hirsi Ali - Infiel

Aquí puedes leer online Ayaan Hirsi Ali - Infiel texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2006, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Ayaan Hirsi Ali Infiel

Infiel: resumen, descripción y anotación

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Luz

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Agradecimientos

Nací en un país desgarrado por la guerra y crecí en un continente más conocido por lo malo que por lo bueno. En comparación con lo que es normal en Somalia y África, soy una privilegiada, ya que estoy viva y prospero. Un privilegio que no puedo dar por sentado y nunca lo haré. Porque sin la ayuda y el sacrificio de la familia, los maestros y los amigos nunca habría llegado a ser diferente de mis semejantes que luchan apenas por sobrevivir.

Empezaré por dar las gracias a mi madre, que me agarró con fuerza y se negó a creer que moriría por haber nacido prematura y con un peso insuficiente. A mi abuela, que me enseñó el arte de sobrevivir. A mi padre, que insistió en que fuera a la escuela. A mi difunta hermana, por su amistad, su risa y su espíritu aventurero. A mi hermano, por su inagotable fe en la esperanza.

Quiero expresar mi gratitud a mis maestros de la escuela primaria de Juja Road, quienes, además del plan regular de estudios, se esforzaron por inculcarnos disciplina. A algunas de mis maestras del instituto musulmán femenino, como las señoras Mumtaz, Kataka, Owour, Choudry y Karim, que «vieron algo en mí».

Doy las gracias especialmente a Jimo Musse y al médico italiano del hospital de Nairobi, de cuyo nombre no me acuerdo, pero cuya cara nunca olvidaré: ambos me salvaron la vida.

Estoy agradecida a mi madrastra, mis hermanastras, primas y primos, tías y tíos que me recibieron en sus casas, me dieron consejos y me mimaron durante nueve largos meses en Mogadiscio.

Yo no habría llegado a ser la mujer que soy sin el espíritu abierto, la hospitalidad y las oportunidades que me ha ofrecido Holanda como nación. La amabilidad y el civismo con que me recibieron en ese país me conmovieron en lo más profundo de mi ser. Me sentí como en casa desde que pisé esa tierra. Los funcionarios del INS, la policía, los trabajadores sociales de los centros de refugiados, mis profesores de lengua, los voluntarios, los propietarios que me arrendaron los pisos en que viví y muchos más que me ayudaron cuando llegué a Holanda me causaron una honda impresión por lo civilizado que puede ser un país. Mi gratitud más sentida va para mi «familia holandesa»: Joke, Dick, Nelleke y Jaap, que me ofrecieron un hogar de verdad en mi nuevo país. Asimismo, me ayudaron a aprender cómo convertirme en una ciudadana holandesa autosuficiente y a superar mis propios prejuicios culturales.

Maarten van der Linde, mi primer profesor en la escuela superior de Driebergen, permanecerá grabado en mi recuerdo por su tenaz dedicación a despertar una vocación en tantos holandeses no nativos como fuera posible. Sin Maarten no me habría presentado a los exámenes de acceso, ni mucho menos los habría aprobado.

Mis tutores en Leiden me hicieron descubrir mi capacidad de raciocinio. Disfruté especialmente con las clases de los profesores Rudy Andeweg, Paul ‘t Hart y Henk Dekker. Asistir a los seminarios de historia del profesor Henk Kern era tanto un reto como un placer. El profesor Paul Cliteur hizo que la introducción al derecho pareciera una clase entretenida y le estoy agradecida por la amistad que labramos posteriormente, con él y con su esposa Carla. Así fue como descubrí que sabe más de leyes que de cocina.

Pese a todas nuestras discrepancias en torno al multiculturalismo, el islam y las cuestiones de integración y religión, recordaré a Paul Kalma por su sinceridad y su ayuda. Me protegió de las amenazas de los islamistas y de la pluma de quienes trataron de calumniarme. Doy las gracias a Margo Trappenburg, Bart Tromp y especialmente a Arie van der Zwan.

Quiero expresar mi reconocimiento a varias líderes feministas holandesas: Cisca Dresselhuys, Nahed Salim, Naema Tahir, Adelheid Roosen y Jeltje van Nieuwenhoven, que me recibieron como a una de las suyas y me inspiraron en el debate en defensa de los derechos de las mujeres musulmanas.

Muchas personas dieron la cara por mí cuando se planteó la cuestión de la libertad de expresión. Doy las gracias ESPECIALMENTE a Betsy Udink, Nelleke Noordervliet, Max Pam, Joost Zwagerman y Peter van Ingen, por su apoyo.

Estoy agradecida a Gijs van de Westelaken y Theodor Holman y a todos aquellos que colaboraron en la realización de Submission Part I.

Estoy profundamente en deuda con Gerrit Zalm, Neelie Kroes, Jozias van Aartsen y Henk Kamp. Me ayudaron mucho a avanzar y a mantenerme en mi carrera política. Creyeron en mí, estuvieron a mi lado y me ayudaron a lo largo de mis años en el Parlamento holandés, y siguen haciéndolo.

Frits Bolkestein fue mi mentor intelectual; él y su esposa Femke Boersma me abrieron su casa y me ofrecieron confort y apoyo en mis horas bajas.

Estoy especialmente agradecida a:

De Herenclub —el Club de los Caballeros—, Chris, Chris, Hans, Herman, Jaffe, Leon, Paul y Sylvain, por vuestras ideas y conversaciones inspiradoras; me habéis enseñado muchas cosas y siempre habéis tenido el valor de criticarme cuando pensabais que estaba equivocada.

Leon, Jessica, Mo y Mo, sois los cimientos de mi fuerza y nunca podré agradecéroslo suficientemente.

La familia Van Gogh.

Las dos «íes», Iris e Ingrid, y Peter. Sin vuestro consejo y vuestra clarividencia, en los últimos años habría perdido la cabeza más de una vez. Es una suerte teneros a mi lado.

A mis editores de todo el mundo, en particular a Tilly, por tu entrega y amistad, y a Leslie y Chris por sus informaciones y su apoyo, que me han ayudado a completar este libro.

Gracias Ruth, por toda tu ayuda al escribir este libro. Tu paciencia, tu mente inquisitiva, tu sensibilidad han sido cruciales para que este libro viera la luz. Sé que a veces tu hermoso rostro se arrugaba cuando no cumplía los plazos. Sé que en ocasiones has estado a punto de arrancarte esa maravillosa melena que tienes. Pero siempre me has tratado con cariño. Y a todas horas me has tendido la mano para animarme a seguir adelante.

A Susanna, mi agente, mi amiga, mi hermana, ¡e incluso a veces mi madre judía! Gracias a ti y a tu equipo por tu calma infalible, tu presencia de ánimo y tu confianza.

Gracias a todo el personal del Cuerpo de Protección Real y Diplomático de Holanda (DKDB).

Annejet, Arme Louise, Britta, Corin, David, Evelyn y Rose, Evelyn, Frederique, Frédérique, Geeske, Giovanni, Hans, Hein, Isabella, Joachim, Marco, Mirjam, Nina, Olivia, Olivier, Roeland, Ruben, Sebastian, Tamara… He tenido la gran fortuna de hacer muchos amigos que me han apoyado a las duras y a las maduras durante todos estos años. No puedo nombraros a todos y no quisiera omitir a ninguno, pero vosotros ya sabéis quiénes sois. Gracias por haberme arropado siempre con vuestro calor, vuestro amor y vuestra comprensión.

Epílogo

La letra de la ley

Dieciséis meses después, la tarde del lunes, 15 de mayo de 2006, Gerrit Zalm, el ministro de Economía, acudió a mi apartamento en La Haya. Venía acompañado de Willibrord van Beek, el nuevo jefe del grupo parlamentario liberal. Ambos tenían un aspecto lúgubre. Me traían un mensaje.

Mi apartamento estaba lleno de gente, y el único lugar donde podíamos hablar en privado era en el dormitorio de invitados, en medio de un montón de ropa tendida.

—Dime primero la mala noticia —le pedí a Gerrit.

Me miró a los ojos y me dijo que la ministra de Integración, Rita Verdonk, pensaba retirarme la nacionalidad holandesa. Recibiría la carta oficial redactada por el Ministerio de Justicia al cabo de media hora. Rita le había asegurado que no haría pública la noticia hasta el día siguiente, cuando yo anunciara mi dimisión del Parlamento.

Traté de no mostrar sentimiento alguno, pero Van Beek parecía a punto de echarse a llorar cuando me aseguró:

—No vamos a dejar que eso ocurra.

Gerrit, muy enfadado, dijo que era una farsa y que debía buscarme un buen abogado. Al marchar, le vi tan triste que algo me empujó a consolarle.

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