Agradecimientos
Este libro no tendría razón de ser sin la civilización occidental. Una civilización que permite derechos y libertades como no permite ninguna otra. El ferviente deseo de preservarla es lo que me impulsó a escribirlo.
A lo largo de los últimos diez años, he visto cómo los problemas que se abordan en estas páginas han venido a desafiar las normas occidentales. He visto cómo se derrumbaban la confianza y el orgullo que reportaban nuestros valores. He visto países occidentales demasiado inseguros para plantar cara y combatir prácticas culturales que son incompatibles con el liberalismo; demasiado inseguros para defender a mujeres y niñas que no pueden hacerles frente por sí solas. Este libro quiere honrar a todos los defensores de la civilización occidental y a los gigantes a cuyos hombros nos alzamos.
Presa tampoco habría existido sin esas mujeres valientes que hablaron conmigo, entre las que se cuentan víctimas de agresiones inadmisibles: algunas, supervivientes de múltiples ataques; algunas, inquebrantables en su aceptación de los inmigrantes, los refugiados y de todo aquel distinto a ellas.
Los hombres inmigrantes que hablaron conmigo han desafiado las críticas y el señalamiento de algunos de sus pares por colaborar con y desde el sistema europeo, y han mostrado caballerosidad y cortesía hacia las mujeres y niñas que han sufrido agresiones violentas. Cada uno de ellos es una encarnación de coraje, y quiero dar las gracias, en particular a Hamed Abdel Samad, Mustafa Panshiri y Nazir Afzal.
Muchas instituciones europeas han fallado en numerosos sentidos, pero existe un grupo de personas a las que querría reconocer su labor y a las que, con frecuencia, no se les reconoce: la policía, los asistentes sociales, los técnicos forenses, los jueces y los maestros.
Querría dar las gracias también a mi equipo, que rebuscó entre montañas de datos, leyó casos y casos terribles y trabajó de un modo infatigable para apoyarme. Le agradezco a Leonie Phillips su extraordinaria ética de trabajo y su paciencia mientras recorría Europa investigando la «verdad empírica» y redactando borradores. Le agradezco a Jurgen Reinhoudt sus incansables investigaciones y verificaciones de datos, aun cuando estos se actualizaban o cambiaban las definiciones. Y le agradezco a Alex Still los millares de horas que dedicó a las diferentes versiones de este libro. Nos mantuvo a todos cuerdos con una elegancia sin fin.
Le estoy también muy agradecida a Susanna Lea, mi agente, pero aún más importante, mi estimada amiga; y a mi equipo en Harper Collins: Eric Nelson, Hannah Long y a todos los que trabajan entre bastidores. Habéis tenido la paciencia y la persistencia para llevar este libro a cabo.
Quiero asimismo expresar mi gratitud de todo corazón a todos los que revisaron la obra y me hicieron llegar sus comentarios: cada uno de ellos contribuyó a su manera a darle solidez. Me gustaría mencionar en particular a Elizabeth Cobbs, Chris DeMuth, Kyle Kinnie, Paulina Neuding, Amanda Parker, Andrew Roberts, Dan Seligson y Robert Wickers.
Doy las gracias también a Christopher Caldwell, Dame Louise Casey, el senador Tom Cotton, Megyn Kelly, el doctor Henry Kissinger, Mark Levin, Andrew McCarthy, Douglas Murray, Andrew Norfolk, Trevor Phillips, Peter Robinson, el senador Ben Sasse y Christina Hoff Sommers por leer y secundar este libro.
Y, por último, este libro no habría sido posible sin mi marido, Niall Ferguson, que leyó y corrigió el manuscrito, y a nuestros hijos, que me cedieron el tiempo en el que ausentarme de ellos.
Ayaan Hirsi Ali, conocida en su país de nacimiento como Ayaan Hirsi Mogona, nació en Mogadiscio (Somalia) el 13 de noviembre de 1969. Es una feminista, escritora y política neerlandesa, hija de Hirsi Magan Isse.
Desde enero de 2003 y hasta el 16 de mayo de 2006 fue diputada del parlamento holandés. Es una destacada crítica del Islam y en ocasiones muy controvertida. Como consecuencia de las amenazas de muerte que sus declaraciones públicas han causado, vive oculta y vigilada permanentemente por guardaespaldas.
Es muy crítica con la posición de la mujer en el Islam, con las prácticas de mutilación sexual que se llevan a cabo en diversos países africanos y con los castigos que se imponen a las personas homosexuales y adúlteras en los países que se rigen por la sharia (ley islámica).
Escribió el guion para el cortometraje Submission (Sumisión, que es lo que significa el término árabe islam), realizado por el controvertido cineasta liberal Theo van Gogh. Sumisión, que aborda el tema de violencia contra las mujeres en las sociedades islámicas, se emitió por televisión y provocó gran indignación entre los musulmanes holandeses, que la tacharon de «blasfema».
Ha recibido numerosos premios y reconocimientos internacionales por su defensa de la libertad, la tolerancia y los derechos humanos. En marzo de 2005, recibió el Premio a la Tolerancia otorgado por la Comunidad de Madrid. Por su parte, el miembro del Parlamento noruego Christian Tybring-Gjedde la nominó para el Premio Nobel de la Paz del 2006. También recibió el Premio Simone de Beauvoir en 2008.
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Volvemos atrás
Aquí, en Occidente, estamos acostumbrados a ver mujeres por todas partes. Son nuestras colegas en la oficina, se sientan a nuestro lado en el autobús, comen en restaurantes, salen a correr por la calle y trabajan en tiendas. Y también vemos más mujeres que nunca en posiciones de liderazgo, como presidentas, políticas, ministras, directoras y jefas. Las mujeres nacidas en Occidente de los noventa en adelante dan todo esto por descontado. No consideran que ir caminando a la escuela o sentarse en una cafetería sea un triunfo del progresismo. Pero, en los últimos tiempos, es posible que en algunas zonas de las ciudades y pueblos occidentales notemos algo extraño: no sé ve sencillamente una sola mujer; o se ven muy pocas.
Al pasear por ciertos barrios de Bruselas, Londres, París o Estocolmo, reparamos de pronto en que solo hay hombres a la vista. Los dependientes, los camareros y los clientes de las cafeterías son todos hombres. En los parques cercanos, solo hay hombres y niños jugando a fútbol. En las zonas comunitarias de los edificios de apartamentos, son ellos los que conversan, los que fuman y ríen. Esto, en un continente al que cada año viajan millones de turistas para ver el cuerpo femenino convertido en obra de arte o vestido a la última moda, resulta algo extraño. ¿Dónde están las mujeres? ¿Por qué ya no las vemos sentadas en las terrazas de los cafés o charlando por la calle?
La respuesta es que algunas de ellas se han marchado de estos barrios, a otras las han echado a la fuerza y aún otras están en casa, fuera de nuestra vista. A medida que se retiran cada vez más mujeres de los espacios públicos en este tipo de barrios, las pocas que quedan se ven expuestas y atraen la atención de los hombres que residen en la zona. No existe una segregación formal, pero la sensación de incomodidad y vulnerabilidad basta para que cualquier mujer que camine sola por la calle se estremezca y piense: «No pienso volver a pasar por aquí».
A las mujeres de estos vecindarios las expulsan de los espacios públicos. Algunos hombres les gritan «Eh, guapa, dame tu número», o «Vaya culo», o «¿Qué haces tú por aquí?». Es indiferente la edad o el aspecto que tengan: si son mujeres, y especialmente si van solas, todas reciben el mismo trato. Puede que un acosador insistente las siga por la calle, las toque o les impida el paso. Si la mujer parece vulnerable algunos hombres van más lejos. Escogen a su objetivo, la rodean y la intimidan, la manosean y le tiran de la ropa, y a veces algo peor.