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Introducción
Este libro trata de la inmigración masiva, la violencia sexual y los derechos de las mujeres en Europa. Trata de un fracaso colosal por parte de la clase dirigente europea. Y trata de las soluciones al problema, de las falsas y de las reales.
En los últimos años, el debate en torno a la inmigración, la integración y el islam en Europa se ha intensificado en respuesta a los atentados terroristas; a la prédica de un islam radical en algunas mezquitas y centros de culto; al resurgimiento de partidos populistas y de extrema derecha, y a la reciente llegada de una gran cantidad de inmigrantes procedentes de Oriente Próximo, África y Asia meridional, en particular (pero no solo) en 2015 y 2016. Si bien el flujo de inmigrantes ha disminuido en los últimos dos años, hay todavía muchos que intentan cruzar el Mediterráneo o alcanzar Europa por otras vías. Una consecuencia de todo ello es el cambio en la situación de la mujer que se ha producido en Europa. Ese cambio es el tema de este libro.
El número creciente de hombres procedentes de países de mayoría musulmana ha puesto un problema sobre la mesa: su actitud hacia las mujeres. Aunque no todos los hombres musulmanes las desprecian, sí es el caso de algunos. En países como Francia, Alemania, Reino Unido y Suecia, entre otros, con una cifra considerable de inmigrantes musulmanes, vemos en estos hombres, y a veces también en sus hijos, un rechazo hacia las libertades de las mujeres. Durante décadas, el debate se centró en la forma en que trataban a sus propias parientes: esposas, hermanas, primas, sobrinas y demás. Estamos ya familiarizados, o deberíamos estarlo, con las formas de violencia que se justifican en nombre del honor, incluidos los asesinatos, las palizas y los encarcelamientos. En Europa, como en el resto de Occidente, hizo falta mucho activismo y algunos casos especialmente mediáticos para poner de relevancia estas cuestiones y para exponer la frecuencia con que los tribunales de la sharía respaldaban el matrimonio infantil o forzado, la poligamia, las palizas a la esposa y los acuerdos de divorcio injustos. A las supervivientes se las ha acusado de mentir; a los que se ponían del lado de las víctimas se los ha acusado de diversas formas de intolerancia. Ha costado incluso que se reconociera que las musulmanas estaban siendo privadas de sus derechos en nombre de la cultura y la religión, a menudo a manos de su propia familia. Con frecuencia, las víctimas han sido sencillamente ignoradas.
Sin embargo, estos hombres que desprecian a las mujeres no acotan su menosprecio a aquellas con las que comparten origen. Algunos musulmanes extienden este sentimiento a todas las mujeres, incluidas las europeas, que vivían seguras de haber alcanzado un nivel de emancipación que las diferenciaba de las musulmanas. Y el problema no afecta únicamente a los recién llegados que buscan refugio en Europa: entre los hombres de los que hablamos en este libro, se cuentan algunos que nacieron y se criaron en Europa, hijos e incluso nietos de inmigrantes.
Esto plantea una pregunta fundamental: ¿por qué se centra este libro únicamente en los hombres musulmanes y no en todos los hombres, si la violencia sexual y el desprecio por las mujeres son un fenómeno universal? A fin de cuentas, cuando el Ejército Rojo invadió Alemania en 1944-1945, los soldados soviéticos cometieron muchos más crímenes que los que se describen en este texto; violaron a un número incontable de alemanas como parte de una campaña semiorganizada de represalia. En la guerra de Bosnia de los noventa, fueron las musulmanas las que sufrieron a manos de los violadores paramilitares serbios. Hombres recién llegados a Europa, Norteamérica y Australia desde Cuba, Argentina, Serbia y Sudán del Sur —por mencionar solo cuatro países con una población musulmana muy reducida— han cometido toda clase de actos de conducta sexual indebida. Las principales redes de tráfico sexual hoy día las dirigen bandas criminales no musulmanas desde diversas regiones de Asia, Rusia, Centroamérica y Sudamérica, y se diría que los consumidores de los productos más sórdidos de la «industria» sexual —en particular, de pornografía infantil— son sobre todo de Occidente. Si hubiesen llegado a Europa varios millones de hombres, en su mayoría jóvenes, de cualquier parte del mundo, casi con total seguridad se hubiese producido también un incremento en los delitos sexuales contra las mujeres.
En este libro, no obstante, me centro en las actitudes y el comportamiento de los hombres musulmanes por tres motivos:
1. La magnitud de la inmigración llegada a Europa desde países de mayoría musulmana, así como su probable continuación y el crecimiento asociado de la población musulmana europea.
2. Su relieve político. En pocas palabras, las conductas sexuales indebidas por parte de algunos inmigrantes musulmanes les proporcionan a los populistas y a otros grupos y partidos de derechas una poderosa herramienta con que demonizar a todos los inmigrantes musulmanes. Si sacamos esta cuestión del ámbito del tabú, el debate dejará de estar monopolizado por estos elementos.
3. Un diálogo franco supone también un desafío para los islamistas, que reconocen el problema, pero proponen un remedio que relegaría a todas las mujeres.
Soy muy consciente de las dificultades que implica este empeño. Hablar de la violencia de los hombres musulmanes contra las mujeres europeas está pasado de moda en estos tiempos de políticas identitarias, en los que se supone que debemos actuar dentro de los límites de una matriz victimista parcialmente histórica. Y se hace aún más difícil cuando el tema figura entre los favoritos de los agentes rusos de desinformación y de los troles del nacionalpopulismo. El Gobierno del presidente ruso Vladímir Putin está embarcado en una campaña que pretende desestabilizar la democracia liberal tanto en Europa como en Estados Unidos. Directa o indirectamente y por medio de webs occidentales maliciosas o destinadas a un público crédulo, los rusos difunden noticias falsas; por ejemplo, que los autores de una violación grupal en España eran árabes, cuando en realidad eran cubanos, argentinos y españoles. Pero incluso sin la ayuda de los rusos, a los grupos de extrema derecha se les da extremadamente bien exagerar o inventar por completo historias antinmigración. Cualquiera que pretenda escribir con seriedad acerca de los aspectos negativos de la inmigración termina casi siempre acusado de legitimar el nacionalpopulismo y a sus cómplices. Así y todo, estoy convencida de que un libro como este puede aportar argumentos mucho más eficaces contra esa gente que seguir una estrategia de negación, que parece la alternativa preferida de muchos liberales y progresistas. Solo poniendo en claro lo que ha fallado en Europa en los últimos años podremos elaborar argumentos verdaderamente plausibles en favor de una integración real de los inmigrantes. Pues ese —y no la exclusión ni la repatriación que defienden los populistas de la derecha— es el único camino factible a seguir.
Cabría preguntarse por qué, si el problema es tan grave como afirmo, se ha tardado tanto en abordarlo abiertamente. La respuesta es, por una parte, que en Occidente todo lo relacionado con la inmigración y el islam cuesta mucho de tratar, si es que llega a hacerse. Y, por otra, que no es solo un problema de religión y de raza, sino también de clase. La mayoría de delitos y de conductas indebidas contra las mujeres tienen lugar en barrios con pocos recursos. Aquellas que se pueden permitir vivir en lugares más seguros se han marchado ya, junto con sus familias; las que están atrapadas en las zonas pobres son las menos favorecidas. Y por algún motivo, en la era del #MeToo, sus tribulaciones despiertan mucha menos solidaridad que las de las actrices sometidas a la depredación sexual de productores de Hollywood.