Balthus Kłossowski de Rola - Memorias
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- Libro:Memorias
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:2001
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Un genio de la pintura del siglo XX, desde muy joven marcado por figuras de la talla de Bonard y Rilke. Balthus, muerto hace pocos años, se negó a dar entrevistas y hablar de las fuente ocultas de su extraña y sobrecogedora obra, misteriosa, personal, turbadora.
Balthus Kłossowski de Rola
ePub r1.0
Titivillus 08.06.16
Título original: Mémoires de Balthus
Balthus Kłossowski de Rola, 2001
Traducción: Juan Vivanco
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
BALTHASAR KŁOSSOWSKI de Rola ( 29 de febrero de 1908 en París - 18 de febrero de 2001 ) fue un artista polaco-francés .
Durante sus años de formación, estuvo patrocinado por Rainer Maria Rilke y Pierre Bonnard. Su padre, Erich Klossowski, un destacado historiador de arte, y su madre Elisabeth Dorothea Spiro (conocida como Baladine Klossowska) eran parte de la élite cultural de París. El hermano mayor de Balthus, Pierre Klossowski, fue un filósofo influido por los escritos del Marqués de Sade . Jean Cocteau , quien era amigo de la familia, encontró inspiración para su novela Les Enfants Terribles (1929) en sus visitas a la familia.
Como maduró a principios de la década de 1930, muchas de las pinturas de Balthus representan a jóvenes mujeres en posiciones eróticas y voyeurísticas. Una de sus obras más notables, La lección de guitarra 1934, causó una gran controversia en París debido a su descripción de una escena explícita de lesbianismo caracterizada por una joven y su profesora.
En 1937 se casó con Antoinette de Watteville, a quien había conocido en 1924 , que fue su modelo para una serie de retratos.
Pronto su trabajo comenzó a ser admirado por escritores y seguido por pintores, especialmente por André Breton y Pablo Picasso. Su círculo de amigos en París incluía al novelista Pierre-Jean Jouve, los fotógrafos Josef Breitenbach y Man Ray, Antonin Artaud, y los pintores André Derain, Joan Miró y Alberto Giacometti. En 1948 , Albert Camus , otro de sus amigos, le pidió que diseñara los decorados y el vestuario para su obra L'État de siège, dirigida por Jean-Louis Barrault .
Balthus pasó la mayor parte de su vida en Francia. En 1953 se mudó a Chateau de Chassy en donde terminó su obra maestra El cuarto ( 1952 ), influido por las novelas de Pierre Klossowski, y La calle (1954). En 1964 se mudó a Roma, en donde presidió la Academia francesa en Roma e hizo amistad con el realizador de cine Federico Fellini y el pintor Renato Guttuso .
En 1977 se mudó a Rossinière, Suiza. Se volvió a casar con Setsuko Ideta, de nacionalidad japonesa y también pintora. Esto agregó aún más misterio alrededor de su vida, de la cual no se conocía mucho a pesar de su fama. Conoció a Setsuko durante una misión diplomática en Japón . En 1996, el director canadiense Damian Pettigrew filmó el pintor durante un período de un año para el documental francés Balthus de l'autre côté du miroir. Los fotógrafos y amigos Henri Cartier-Bresson y Martine Franck realizaron retratos del pintor, su mujer y su hija Harumi en su Grand Chalet en Rossinière en 1999.
Balthus era el único artista con vida que tenía obras en el Louvre (ellas provenían de la colección privada de Pablo Picasso, que fue donada al museo).
Le dije a la belleza,
tómame en tus brazos
de silencio.
ARAGON
«Los muertos /
son discretos, /
duermen /
bien a la sombra… /», escribía Jules Laforgue.
Disculpe, Balthus, que interrumpa su sueño. La eternidad es tan larga, su camino tan incierto que prefiero confiar estas líneas a mi ángel de la guarda. Espero que se las haga llegar el día en que se publique este libro.
El 24 de febrero de 2001 yo seguía, al lado de su mujer, su hija y sus hijos, el carricoche de los campesinos que transportaba su ataúd desde el minúsculo templo de Rossinière, donde se agolpaban los cardenales, hasta el pedazo de tierra comprado un día antes para fertilizarlo con su cuerpo. Pensaba en el entierro de Victor Hugo, que también había elegido el coche de los pobres para llevarle a su última morada.
Cuando se entierra a un genio, da igual que las exequias sean nacionales o familiares. El barro originario es tan digno como el Panteón. Ambos acaban guardando lo inefable.
Un día los hijos del nuevo milenio dirigirán la mirada a la pintura de nuestro tiempo y descubrirán, asombrados, que el siglo XX, con todas sus escuelas brillantes, fue dominado por dos solitarios: Balthus y Picasso.
Picasso, porque impuso a los hombres una nueva visión del mundo, destruyó y reconstruyó lo que había hecho el Creador, transformó un nombre propio en nombre común.
Balthus, amante de la pureza y la ambigüedad, doblegó la apariencia y la trascendió. Después de Masaccio y Piero della Francesca —su preferido—, fue el pintor del alma.
Para representar la inmaterialidad misteriosa unida a la fragilidad de un cuerpo habitado por la lucidez de la mente y la obcecación de los sentidos, los grandes italianos hicieron surgir de la nada unas criaturas celestiales atormentadas por Lucifer. Balthus prefirió unas muchachas en capullo, a merced de las turbaciones angustiosas y deliciosas de la pubertad.
¿Los ángeles tienen un sexo? ¿Tienen dos como Tiresias? Balthus no prestó atención a esa disputa bizantina y transformó su ligereza alada en una inmovilidad perturbadora, más obsesiva que el movimiento. En Balthus no hay guiños, sino los impulsos de un corazón insolente y minucioso.
Si, por inadvertencia, estas adolescentes abren imperceptiblemente las piernas, es para celebrar la concha sagrada donde el mundo tiene su origen. Su arte es una religión en la que el pecado no es impío y, a menudo, recuerda que el mensaje divino no debe dejarse al alcance de los niños. El Padre despreció tan poco la carne, sus deseos, sus tentaciones, sus caídas, que amasó con ella a su Hijo y se lo entregó a los hombres. El deseo es el aliento del alma, la cosa en nosotros y fuera de nosotros que Balthus reveló en la mirada de sus modelos.
Cuando la melancolía caía como nieve sobre el Grand Chalet cubierto de escarcha por el viento, Balthus me tomaba interminablemente la mano para calentar la suya. Lo interminable se me hacía corto. Ese ladrón de calor encendía un pitillo detrás de otro y, con voz quebrada, me hacía compartir sus secretos más recónditos: «No sé —me dijo unos días antes de su muerte— si le he contado, Maître Paul —siempre me llamaba así—, cómo conocí a Antonin Artaud».
Sin esperar respuesta añadió: «¿Sabe qué fue lo primero que dijo? “¡Balthus, es usted mi doble!”». Todavía oigo su risa ahogada mientras los gatos, en la cabecera de su cama, ronroneaban suavemente. Continuó: «Nos parecíamos, en efecto. Compartíamos el mismo frenesí de libertad, la misma pasión por la razón ardiente que tanto apreciaba Apollinaire. He intentado, Maître Paul, traducirla en mis cuadros».
Luego se hizo perceptible el peso de su mano sobre la mía y Balthus se quedó dormido.
El descubrimiento de Artaud le marcó más allá de los decorados de los Cenci
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