Carlos Molina - Ahogados en la orilla

La leyenda del deporte se nutre de vencedores y vencidos. A veces las derrotas son tan grandes que permanecen en la memoria más tiempo que las victorias. En la historia del fútbol todavía está presente el maracanazo, la imposible derrota de Brasil ante Uruguay (Mundial de 1950) en el estadio más grande del mundo, que provocó suicidios en todo el país. Muchos años después, en el otro extremo del planeta, otra extraordinaria derrota cambió la vida de Sudáfrica. Los famosos All Blacks de Nueva Zelanda, los más poderosos jugadores de rugby del mundo, cayeron ante la anfitriona y sobre este grandioso fracaso se edificó el futuro de un país hasta ese momento dividido.

En la mitología de los fracasos también está la recordada final de Berna entre la invencible Hungría de Puskas y una Alemania que empezó a forjar su leyenda sobre la ruina de los húngaros. Hay perdedores que están por encima de los triunfadores, como es el caso del ciclista francés Raymond Poulidor, que si hubiera ganado el Tour de Francia no sería tan famoso y querido como lo es habiendo sido tres veces segundo y cinco veces quinto. En este libro está Chuck Wepner, el boxeador que perdió ante el gran Muhammad Alí, pero su combatividad inspiró a Sylvester Stallone para imaginar a Rocky Balboa. Está el aciago hoyo 18 de Jean van de Velde, el jugador de golf más desgraciado de la historia. Está la impotencia del ajedrecista Korchnoi ante Karpov. Y también figura el atleta alemán Lutz Long, cuya derrota ante Jesse Owens humilló al mismísimo Hitler. Y tantos otros que se quedaron al borde de la gloria, ahogados en la orilla.

Carlos Molina

ePub r1.1

SoporAeternus 28.11.15

Título original: Ahogados en la orilla

Carlos Molina, 2012

Editor digital: SoporAeternus

Corrección de erratas auqui

ePub base r1.2

B ienvenidos al mundo de los esplendorosos perdedores. Les advierto que se sentirán cómodos. Algo peor si son ustedes reconocidos campeones, asiduos de los primeros puestos, coleccionistas de oro. De lo que trata este libro es de deportistas a los que ignoró la gloria pero rescató el público. Deportistas cenicienta cuya carroza se transformó en calabaza antes de llegar al baile. Cada historia incluye un pedazo de realidad y, en muchos casos, una porción de esperanza. Tal vez no haya mejor perspectiva del cielo que la del boxeador noqueado. Quizá para el aficionado solo exista una emoción más intensa y solidaria que la del éxito culminado; la del fracaso compartido. El argumento es tan antiguo como el hombre y, junto al tabaco y las gabardinas, sirve de suministro para grandes relatos de hoy y de siempre. Qué era Bogart si no un afamado perdedor y qué es Casablanca si no un relato de fair-play.

La esperanza es que pocas de las historias que aquí se cuentan terminaron mal, básicamente porque no terminaron en la cancha, en la carretera o en el puñetazo, sino mezcladas con la vida. Poulidor todavía presume de la desgracia que le hizo eterno, más querido y recordado que muchos campeones traspapelados en el palmarés del Tour. Quien no vivió para contarlo (y recontarlo) ingresó en la exclusiva sociedad de los héroes por descubrir. En ese salón se sientan Matthias Sindelar o Lutz Long, dos novelas de carne y hueso. Hasta el caballo Alydar tuvo un plácido retiro antes de morir a manos de Agatha Christie.

Digo perdedores, pero miento. Qué aficionado de a pie no cambiaría sus fracasos cotidianos por un gran fracaso deportivo como los que aquí se detallan. Quién no daría todo lo que ganó por perder así, por jugar una final del Grand Slam, por disputar el triunfo del Tour o por pelear en el Madison Square Garden. Y lo que es más importante: qué no daríamos por ser queridos y recordados tanto tiempo después. Todos los que aquí aparecen gozan de ese favor. Gocen también ustedes.

JUANMA TRUEBA

E n la historia del deporte mandan los grandes campeones, los récords y las hazañas. Grandes genios como Pelé, Jesse Owens, Muhammad Alí y Michael Jordan figuran en las enciclopedias y han logrado trascender mucho más allá de las crónicas especializadas para convertirse en protagonistas de la historia contemporánea. Los episodios que se cuentan en este libro no tratan sobre ellos. Muchos de ellos hablan, eso sí, de aquellos a quienes derrotaron. Tratan sobre deportistas que, aun estando llenos de talento y ambición, pasaron a la historia más por una derrota que por un triunfo. A ninguno de sus protagonistas le faltó otra cosa que un poco más de suerte para ser campeón. Suerte para haber acertado en el momento decisivo, suerte para que el rival no hubiera tenido su mejor día o suerte para no haberse enfrentado a un genio, pero suerte en cualquier caso. En otras circunstancias habrían sido grandes triunfadores.

Pese a todo, algunos de ellos han logrado hacerse famosos y convertir sus derrotas más dolorosas en momentos históricos del deporte. El ciclista francés Raymond Poulidor reconoce que, si hubiera logrado ganar el Tour de Francia en alguna ocasión, no sería tan célebre como lo es habiendo sido tres veces segundo y otras cinco tercero. Otros, como el portero brasileño Moacir Barbosa, arrastraron toda su vida la pesada carga de una derrota que nunca les fue perdonada. En ocasiones, la turbulenta historia del siglo XX se convirtió en protagonista del deporte y condicionó las carreras de grandes atletas. Muchos habrían logrado vencer si las circunstancias políticas hubieran sido otras. Durante décadas, los deportistas tuvieron que luchar contra sí mismos y contra sus rivales, pero también contra la presión que sus propios gobiernos ejercían sobre ellos. Algunos pagaron muy caras las consecuencias.

Las siguientes historias tratan sobre distintas personas, distintos deportes y distintos momentos históricos, pero tienen, en definitiva, un elemento en común: que las cosas siempre pueden estropearse en el momento decisivo.

La verdadera historia de Rocky Balboa

SYLVESTER STALLONE Y CHUCK WEPNER:
El boxeador demandó al actor por los derechos de Rocky.

S ylvester Stallone encontró en 1976 la llave del triunfo con la historia de Rocky Balboa, un modesto boxeador que logra enfrentarse al campeón del mundo de los pesos pesados. Hasta ese momento, Stallone no era más que un actor secundario en el riguroso escalafón de Hollywood, con muy malas perspectivas de futuro, que en los peores momentos hasta tuvo que hacer cine porno para sobrevivir. Rocky le cambió la vida. Se rodó en 28 días con un presupuesto casi de serie B. Sin embargo, fue un inmediato éxito de taquilla, ganó el Óscar a la mejor película y ocupa un lugar notable en el género del cine de boxeo.

Es una historia sobradamente conocida, pero no todo el mundo sabe que está basada en una pelea real, la que enfrentó en 1975 a Chuck Wepner, discreto peso pesado de Nueva Jersey, contra el legendario Muhammad Alí, posiblemente el mejor boxeador de todos los tiempos, al menos el más célebre. Aquella noche del 24 de marzo, tan solo un año y medio antes del estreno de Rocky, Stallone vio el combate y, como la mayoría de los aficionados, se enamoró del espíritu de lucha y de la resistencia de Wepner. Pocos días después, el propio Stallone comenzó a escribir el guion que cambiaría su carrera.