Donald Spoto - Audrey Hepburn
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- Libro:Audrey Hepburn
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2006
- Índice:5 / 5
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Audrey Hepburn: resumen, descripción y anotación
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DONALD SPOTO (New Rochelle, New York, Estados Unidos de América, 28 de junio de 1941). Católico, estudiante de teología, exmonje. Graduado en la Iowa School en 1959, se licenció en Artes en el Iowa College en 1963, doctorándose en Filosofía y Teología en la Universidad de Fordham, donde enseñó Teología durante un largo periodo. Fue profesor de Literatura Bíblica en la New School for Social Research y en la Universidad del Sur de California. Ha sido profesor visitante en el Instituto de Cine Británico y en el Teatro Nacional de Cine en Londres entre 1980 y 1986.
A mediados de los setenta comenzó a escribir biografías de directores de cine y de actores y actrices de renombre de cine o de teatro. Posteriormente ha publicado libros sobre Jesucristo o San Francisco de Asís, obra esta última que serviría de base para una serie de televisión, al igual que ocurriera con su libro sobre Jacqueline Kennedy convertido en una serie televisiva.
Para Ole Flemming Larsen
… justo al lado de la persona idónea…
TIM CHRISTENSEN,
Compositor y letrista danés
Título original: Enchantment. The Life of Audrey Hepburn
Donald Spoto, 2006
Traducción: Fernando Garí Puig
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Para ciertas fuentes archivísticas se han utilizado las siguientes abreviaturas:
Biblioteca Herrick/AMPAS: Biblioteca Margaret Herrick, de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas, Beverly Hills, California.
Hulme-Beinecke/Yale: Documentos Kathryn C. Hulme Papers, Colección Yale de Literatura Norteamericana, Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos, de la Universidad de Yale, New Haven, Connecticut.
Warner/USC: USC Warner Bros. Archivos, Escuela de Cine-Televisión, Universidad del Sur de California, Los Ángeles.
Hablar de Audrey Hepburn es hablar de estilo y elegancia. A lo largo de su extraordinaria carrera como actriz, esta dama de apariencia frágil conquistó a hombres y mujeres desde la pantalla, y hoy es ya un icono del siglo XX. Todos recordamos a la jovencita que descubría el amor a lomos de una Vespa en Vacaciones en Roma, a la excéntrica señora que paseaba de madrugada por las calles de Nueva York en Desayuno con diamantes y a la chiquilla que aprendía modales en My Fair Lady, pero casi nadie conoció a fondo a la persona que estaba detrás de estos espléndidos personajes.
Donald Spoto, el biógrafo por excelencia de los grandes de Hollywood, ha rescatado documentos inéditos y dedicado muchas horas de charla con amigos y colegas de Audrey Hepburn para dibujar un emotivo retrato de la diva, desde su infancia en Holanda durante la Segunda Guerra Mundial hasta sus intentos de triunfar en el mundo del ballet, sus primeros pasos luego en el mundo del cine, el triunfo como actriz, sus desgraciadas aventuras matrimoniales y la dedicación generosa a los más pobres en los últimos años de su vida.
La voz de Gregory Peck, Fred Astaire, Gary Cooper, Cary Grant y muchos otros hombres que acompañaron a Audrey en su vida y en su carrera, también desfilan con humor y admiración por las páginas de esta biografía que, al contarnos la historia de una mujer inolvidable, nos entrega también una magnífica historia del cine que más amamos.
Donald Spoto
ePub r1.3
Titivillus 27.04.2020
Era la encarnación,
la demostración del encanto.
HENRY JAMES,
La fuente sagrada, 1901
Para ti,
que desprendes tanto
encanto y glamour como ella.
P A R T E
L o s i n i c i o s
1 9 2 9 - 1 9 5 0
En la escuela, Inglaterra, 1938.
1 9 2 9 - 1 9 3 9
E l sol brillaba cuando abandonaron la costa inglesa; pero, en mitad de la travesía del canal, el cielo se llenó de negras nubes y el viento dejó de ser una ligera brisa para adquirir casi la fuerza de una galerna. En esos momentos, mientras el buque se dirigía al continente, se vieron atrapados de pronto en una tormenta de finales de invierno. Una fría lluvia barrió el puente y les azotó el rostro mientras el ferry cabeceaba y se bamboleaba. Sin embargo, años más tarde, la baronesa no recordaría que la situación le hubiera provocado ansiedad alguna, y, por lo tanto, tampoco se la transmitió a sus dos hijos pequeños que se sujetaban a ella.
Aquel chubasco resultaba mucho menos inquietante que el tifón al que se había enfrentado una vez en el sur del mar de China, y tampoco era tan amenazador como las violentas condiciones que habitualmente zarandeaban los barcos que la llevaron desde Asia hasta Sudamérica o de los Países Bajos a las Indias Orientales holandesas. Gracias a la compostura de la baronesa, sus hijos, de ocho y cuatro años, podían afrontar el mal tiempo con despreocupación. Aun así, si ella no los hubiera tenido firmemente sujetos de la mano, el viento podría haberlos arrastrado fácilmente por la borda.
Lo mejor era llevarlos al interior para que se tomaran un chocolate caliente.
De camino a la cafetería del ferry pasó junto a su esposo, que estaba en el pequeño salón de fumadores del bar y que la miró sin interrumpir la conversación que mantenía con otro pasajero mientras se calentaba con un whisky irlandés. Su marido no era el padre de los chicos; éstos eran el fruto de su primer matrimonio. A juzgar por la indiferencia del hombre, nadie habría imaginado que tuviera relación alguna con la aristocrática dama y sus dos dóciles hijos. Ella oyó que le contaba a su compañero de copas que abandonaba Inglaterra para ocupar en Bélgica un cargo que prometía mucho. Por su bien y el de los niños, la baronesa confió en que así fuera y en que pudiera conservarlo más de un par de meses sin sucumbir a la indolencia. Lo cierto era que también ayudaría a afianzar el matrimonio. Él era su segundo marido; llevaban tres años casados, pero en todo ese tiempo no recordaba que hubiera trabajado más de tres meses en total.
Su primer marido se había marchado tras cinco años de matrimonio —de lo cual hacía ya cuatro— y la había dejado con veinticinco años y dos hijos pequeños. En esos momentos, en el horizonte asomaban nuevamente los nubarrones de las tormentas conyugales. Justo cuando estaba embarazada de siete meses.
Como mujer, y puesto que su familia pertenecía a la vieja aristocracia europea, disponía de algunos recursos económicos y era dueña de una parte de las propiedades familiares. Además, tenía un título: era la baronesa Ella van Heemstra, también conocida como señora Ruston. En 1929 una baronesa holandesa no era una rara avis. A los muy demócratas habitantes de los Países Bajos no les importaba lo más mínimo que las clases acomodadas lucieran títulos venerables, siempre que sus portadores no se dieran aires de grandeza ni pretendieran imitar a la familia real holandesa, una dinastía de lo más práctica y realista.
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