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Curzio Malaparte - El Volga nace en Europa

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Curzio Malaparte El Volga nace en Europa

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Este libro se compone de crónicas periodísticas escritas por Malaparte cuando - photo 1

Este libro se compone de crónicas periodísticas escritas por Malaparte cuando viajaba con el ejército alemán por los días de la Operación Barbarossa y después con los finlandeses en el sitio de Leningrado. Como tal periodista, sus observaciones se refieren más bien al personal, tanto civil como militar, que a la descripción de las batallas.

La obra está dividida en dos partes: la primera dice relación con el ejército alemán. Y la segunda, con el sitio de Leningrado.

Como Malaparte conocía bien Rusia antes de la Guerra, da muy bien cuenta del cambio habido a causa de ella y sus descripciones de su trato con los civiles son fascinantes. También lo son las comparaciones que hace del comportamiento de los soldados de los distintos ejércitos.

Curzio Malaparte El Volga nace en Europa ePub r11 German25 180516 Título - photo 2

Curzio Malaparte

El Volga nace en Europa

ePub r1.1

German25 18.05.16

Título original: Il Volga nasce in Europa

Curzio Malaparte, 1951

Traducción: Manuel Alonso Muñoz

Editor digital: German25

ePub base r1.2

CURZIO MALAPARTE Prato Toscana Italia 1898 - Roma Italia 1957 Curzio - photo 3

CURZIO MALAPARTE Prato Toscana Italia 1898 - Roma Italia 1957 Curzio - photo 4

CURZIO MALAPARTE (Prato [Toscana], Italia, 1898 - Roma, Italia, 1957). Curzio Malaparte (nacido Kurt Erich Suckert) hijo de madre lombarda y padre alemán fue un diplomático, periodista y escritor italiano. Se educó en el Collegio Cicognini y en la Universidad de La Sapienza, en Roma. En 1918 comenzó su carrera de periodista.

Tras combatir en la Primera Guerra Mundial y obtener numerosos honores, Malaparte estuvo ligado a Benito Mussolini, llegando a ejercer una considerable influencia en el Partido Fascista Nacional. Sin embargo, su espíritu rebelde lo llevó a alejarse del dirigente italiano, publicando numerosas obras contra éste y la política italiana de la época en general. En Técnica del colpo di Stato (Técnica del golpe de Estado, 1931) Malaparte atacaba a Hitler y Mussolini, lo que le llevó a ser expulsado del Partido Nacional Fascista y enviado al exilio interno desde 1933 a 1938 en la isla de Lipari. El régimen de Mussolini arrestó a Malaparte de nuevo en 1938, 1939, 1941 y 1943.

En 1941 fue enviado a cubrir la guerra en Rusia como corresponsal para el Corriere della Sera. Los artículos que envió desde el frente ucraniano, fueron recopilados en 1943 y publicados bajo el título Il Volga nasce in Europa (El Volga nace en Europa). Esta experiencia le serviría de base para sus dos libros más famosos, Kaputt (1944) y La pelle (La piel, 1949).

Tras la Segunda Guerra Mundial sus ideales políticos tendieron cada vez más hacia la izquierda, colaborando activamente con el Partido Comunista italiano e interesándose por el comunismo maoísta de China. Habiendo visitado China en 1949 su viaje fue suspendido debido a su enfermedad. Io in Russia e in Cina (Yo en Rusia y en China), su diario de los acontecimientos, fue publicado póstumamente en 1958. El último libro de Malaparte, aparecido en 1956 Maledetti toscani (Malditos toscanos), es un declarado ataque a la cultura burguesa.

Malaparte murió de cáncer en 1957.

Notas

[1]El Correo de la Tarde, importante diario de Italia.

[2] Bivacco: nombre dado en algunos países de Europa a las reuniones de los soldados alrededor de una hoguera, durante un descanso.

I

LOS CUERVOS DE GALATZ

Galatz, 18 de junio de 1941.

Galatz surge de la laguna, entre el Prut y el Danubio, y respira el olor del fango, de los peces, de los cañaverales secos (en esta húmeda noche de junio, el lánguido olor del lodo impregna las hojas de los árboles, el cabello de las mujeres, las cerdas de los caballos, las largas capas de terciopelo de los scopzi, los cocheros castrados de la famosa secta rusa, cuyo último refugio y templo es Galatz). De Brăila a Galatz, a Sulina y hasta los montes de Dobrugia, el enorme delta del Danubio es todo un brillar del agua. Los deshielos de primavera han hecho de esta región un inmenso pantano. Aquí, la inmensa y plana llanura ondea como una bandera al viento; se subleva de vez en cuando, aquí y allá, con cansadas olas de polvo amarillo, fuera de esta agua fangosa que descansa en mórbidos pliegues, formando una especie de curvas crestas, una leve cuenca, donde el lago de Bratesc se apoya en una perenne bruma transparente, de un color azulino.

Galatz surge de la cresta de esta cuenca, en el vértice del triángulo formado por el Danubio y el Prut que se encuentran un poco abajo de la ciudad. Los montes de Dobrugia, allá en el remoto horizonte, sirven de sostén a este húmedo paisaje, a sus bajas casas, a sus pantanos, a sus brumas ligeras, y parecen, a lo lejos, el Tifata, que está sobre Capua, tienen el mismo lánguido azulado, el mismo verde que casi se esfuma, la misma delicada y romántica inocencia. De vez en cuando desaparecen entre lo nublado del horizonte, dejando un triste e incierto recuerdo, algo con cierta cosa femenina en el aire desilusionado.

Entre la Rusia soviética y mi cuarto del hotel, no media más que la corriente del Prut: un lento y amarillento río, que aquí, ya en la desembocadura, se alarga hasta formar casi un lago, un inmenso estanque tórbido, el Bratesc, roto aquí y allá por los verdes copetes de cañas y juncos que surgen entre los bancos de lodo. El Prut parece extrañamente desierto en estos días: ningún remolcador, ninguna lancha, ni siquiera una barquilla, surcan la corriente. Sólo algún bote de pescadores, pegado a la ribera rumana, se mece sobre los fangosos arroyos.

Pero ay de aquella que se aleje de la orilla, ay de aquella que se meta en medio del río: los rusos disparan inmediatamente. Los centinelas soviéticos nocturnos, hacen fuego al primer ruido, al menor rumor; basta para meterlos en alarma, el leve ruido que hacen las aguas del Prut al chocar contra la ribera.

A ojo desnudo, desde la ventana de mi cuarto, se ven las casas de la ribera rusa, los almacenes de madera, el humo de algún remolcador atracado en el puerto fluvial. Por la calle que costea el río, se puede distinguir, con unos gemelos, grupos de gentes, seguramente soldados; columnas de automóviles, patrullas de caballería. Durante la noche, la orilla soviética aparece negra y ciega. Parece que la noche comienza allá abajo, en la otra ribera, que se levanta abajo dura y lisa como un muro negro, de frente a la orilla rumana centelleante de luces. Al alba, la ribera soviética parece un párpado abierto que se abre poco a poco, dejando correr sobre el río una pálida mirada, descolorida y extraordinariamente triste e inquietante.

En las callejuelas de los jardines públicos de Galatz, grupos de niños juegan correteándose, grupos de gentes apoyadas en el parapeto del Mirador, elevado sobre una rojiza porción de terreno pantanoso, tallada atravesando el terraplén de la vía del tren, observan la ribera rusa haciéndose sombra en los ojos con sus propias manos; allá abajo, en frente, de la otra parte del Punt, una bufanda de humo de seda azul, se eleva de las casas de Reni y se disuelve perezosamente en el polvoriento aire. (Aún dos días… quizás un día, sólo pocas horas). Me sorprendo al ver el reloj del Municipio, mientras bajo en una carreta por el puente de Reni.

Un olor fuerte, un olor violento y grasoso, me viene al encuentro del Bratesc. La fetidez de alguna carroña sepultada bajo el fango. Algunas moscas grandes, verdes y azules, y con las alas sermidoradas, me vuelan alrededor insistentemente. Un grupo de zapadores rumanos está preparando una mina para hacer saltar el puente que une la orilla de Galatz a la orilla soviética de Reni, Los soldados hablan entre ellos en voz alta, riendo. Las túrbidas aguas del Bratesc iluminan de amarillentos reflejos el paisaje en agonía—, perezoso y olvidadizo, un paisaje deshecho. La inminente guerra se advierte como un temporal suspendido en el aire, como una cosa superior a la fuerza humana, casi como un hecho de la naturaleza (Aquí, Europa está ya fuera de la razón, de la arquitectura moral: sólo es un pretexto, un continente de carne deshecha). En lo más alto del puente, en el umbral de la U. R. S. S. surge el rústico arco triunfal ruso, coronado con la hoz y el martillo. No tengo más que atravesar el puente, recorrer ni siquiera un centenar de pasos para salir de esta Europa y pasar la frontera de la otra Europa. De una Europa a la otra el paso es breve. Pero, diría yo, mucho más que el largo de la pierna.

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