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Ryszard Kapuściński - El Sha o la desmesura del poder

Aquí puedes leer online Ryszard Kapuściński - El Sha o la desmesura del poder texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1982, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Ryszard Kapuściński El Sha o la desmesura del poder
  • Libro:
    El Sha o la desmesura del poder
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1982
  • Índice:
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El Sha o la desmesura del poder: resumen, descripción y anotación

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Irán 1980 los revolucionarios han tomado el poder En un hotel desierto de - photo 1

Irán, 1980: los revolucionarios han tomado el poder. En un hotel desierto de Teherán, Ryszard Kapuściński intenta —a partir de notas, cintas magnetofónicas, fotos, materiales que ha acumulado desde que está en Irán— comprender la causa de la caída del Sha. ¿Cuál ha sido la evolución del país desde finales del siglo XIX hasta la revolución islámica? ¿Cuáles fueron los orígenes del movimiento chiíta? ¿Cómo ha logrado Jomeini imponerse? ¿Qué puede éste ofrecer contra la promesa del Sha de «crear una segunda Norteamérica en una generación»? ¿Qué es lo que la gente espera de la revolución y qué es lo que realmente obtiene? ¿Cuál es la situación del país después de tanta y tanta violencia? El autor recompone el puzzle y, diseccionando el proceso de esta revolución, nos desvela las fuerzas que sostienen un poder y las fuerzas que lo minan; en una luminosa síntesis nos ofrece un retrato, de características únicas, del estado psicológico de un país revolucionario. Y a partir del ejemplo iraní, Kapuściński nos brinda una reflexión lúcida, colorida y penetrante sobre los mecanismos de la Historia y del Poder.

Ryszard Kapuciski El Sha o la desmesura del poder ePub r11 Yorik - photo 2

Ryszard Kapuściński

El Sha

o la desmesura del poder

ePub r1.1

Yorik01.04.14

Título original: Szachinszach

Ryszard Kapuściński, 1982

Traducción: Agata Orzeszek

Editor digital: Yorik

ePub base r1.0

RYSZARD KAPUCISKI Pinsk Bielorrusia entonces parte de Polonia el 4 de - photo 3

RYSZARD KAPUCISKI Pinsk Bielorrusia entonces parte de Polonia el 4 de - photo 4

RYSZARD KAPUŚCIŃSKI (Pinsk, Bielorrusia, entonces parte de Polonia, el 4 de marzo de 1932 - Varsovia, 23 de enero de 2007) fue un periodista, historiador, escritor, ensayista y poeta.

Estudió en la Universidad de Varsovia historia, aunque finalmente se dedicó al periodismo. Colaboró en Time, The New York Times, La Jornada y Frankfurter Allgemeine Zeitung. Compaginó desde 1962 sus colaboraciones periodísticas con la actividad literaria y ejerció como profesor en varias universidades.

Ya con diecisiete años publicó poemas en la revista Hoy y Mañana, y en el año 1953, ingresó en el Partido Comunista de su país, licenciándose en Historia en la Universidad de Varsovia tres años después. Comenzó su carrera periodística en el periódico Bandera de la Juventud, y en 1968, fue nombrado corresponsal de la Agencia de Prensa Polaca en el extranjero, trabajando en África, Latinoamérica y Asia, compaginando este trabajo con la escritura de libros. Recibió numerosos honores y premios, como el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en el año 2003, y doctorados Honoris Causa por numerosas universidades. Fue también miembro de la Academia Europea de las Ciencias y las Artes.

Cartas, caras, campos de flores

Querido Dios:

Me gustaría que no hubiese cosas malas

D EBBIE (Cartas de niños a Dios, Ed. Pax, 1978)

Todo se encuentra en un estado de gran desorden, como si la policía acabase de terminar un registro rápido y violento. Por todas partes hay periódicos desparramados, montones de periódicos locales y extranjeros, y suplementos extraordinarios, con grandes titulares que gritan a la vista

SE MARCHÓ

y grandes fotografías de una cara delgada y larga en la que se ve un concentrado esfuerzo por no mostrar ni los nervios ni la derrota; una cara con los rasgos tan ordenados que, prácticamente, ya nada expresa. Y al lado ejemplares de otros suplementos extraordinarios de fechas posteriores informan febril y triunfalmente de que

VOLVIÓ.

Más abajo, llenando el resto de la página, la fotografía de un rostro patriarcal, severa y fría, sin ningún deseo de expresar nada.

(Pero entre aquella salida y esta vuelta ¡cuántas emociones, qué temperaturas tan altas, cuánta rabia y horror, cuántos incendios!)

A cada paso —en el suelo, en las sillas, en la mesa, en el escritorio— se acumulan cuartillas, trozos de papel, notas escritas a toda velocidad y de manera tan desordenada que tengo que tratar de recordar de donde he sacado la frase: «Os mentirá y prometerá pero no os dejéis engañar». (¿Quién lo dijo? ¿Cuándo y a quién?)

O, por ejemplo, una nota enorme escrita con lápiz rojo: Llamar sin falta al 64-12-18 (pero ya ha pasado tanto tiempo que no recuerdo a quién pertenece este número de teléfono ni por qué en aquel entonces era tan importante llamar).

Cartas sin acabar y sin enviar. Sí, mucho se podría hablar de lo que aquí he vivido y visto. Sin embargo, me es difícil ordenar mis impresiones…

El mayor desorden reina en la enorme mesa redonda: fotografías de distintos tamaños, cassettes, películas de ocho milímetros, boletines, fotocopias de octavillas, todo amontonado, mezclado como en un mercado viejo, sin orden ni concierto. Además, pósters, álbumes, discos y libros, comprados o regalados por la gente, toda una documentación de un tiempo que acaba de transcurrir pero que todavía se puede ver y oír porque aquí ha sido fijado; en la película: ondulantes y tormentosos ríos de gente; en una cassette: llantos de almuédanos, voces de mando, conversaciones, monólogos; en las fotos: caras en estado de exaltación, de éxtasis.

Ahora, ante la perspectiva de tener que ponerlo todo en orden (se acerca el día de mi marcha) me invade una gran desgana y un cansancio terrible. A decir verdad, cada vez que vivo en un hotel —cosa que me ocurre a menudo— me gusta que en la habitación reine el desorden, puesto que éste crea una sensación de vida, le da un aire de intimidad y de calor, es una prueba (aunque bastante engañosa) de que un lugar tan extraño y falto de ambiente como es la habitación de un hotel ha sido, por lo menos parcialmente, dominado y domado. Estoy en una habitación inmaculadamente limpia y me siento adormecido y solo; me hacen daño todas las líneas rectas, las aristas de los muebles, las superficies lisas de las paredes; me disgusta esa geometría rígida e indiferente, ese minucioso orden que existe por sí mismo, sin rastro alguno de nuestra presencia. Por suerte, al cabo de pocas horas y como consecuencia de mi quehacer (por otra parte, inconsciente, producto de la prisa o la pereza), todo el orden se difumina y desaparece, todos los objetos cobran vida, empiezan a deambular de un lado para otro, a entrar en configuraciones e interrelaciones nuevas, continuamente cambiantes; se crea un ambiente recargado y barroco y, de pronto, la atmósfera de la habitación se vuelve más cálida y familiar. Entonces puedo respirar hondo y empiezo a relajarme.

Pero, de momento, no puedo reunir fuerzas suficientes para mover nada de la habitación. Así que bajo al vacío y lúgubre vestíbulo donde cuatro hombres jóvenes toman el té y juegan a las cartas. Se entregan a un juego muy difícil, cuyas reglas no consigo comprender. No es el bridge ni el póker, tampoco el black jack ni el remigio. Juegan con dos barajas a la vez, permanecen callados hasta que uno de ellos recoge todas las cartas con cara de contento. Al cabo de un rato vuelven a dar, colocan decenas de cartas sobre la mesa, piensan, calculan algo y, mientras calculan, se enzarzan en riñas.

Estas cuatro personas (el servicio de recepción) viven de mí. Yo las mantengo, porque en estos días soy el único huésped del hotel. Aparte de ellas también mantengo a las mujeres de la limpieza, a los cocineros, camareros, lavanderos, vigilantes y al jardinero así como, creo, a algunas personas más y a sus familias. Con esto no quiero decir que si tardase en pagar, toda esta gente se moriría de hambre, pero, por si acaso, trato de saldar a tiempo mis cuentas. Todavía hace pocos meses, conseguir una habitación era una hazaña, el gordo de la lotería. A pesar del gran número de hoteles, la demanda era tal que para alojarse los visitantes tenían que alquilar camas en clínicas privadas. Pero ahora se han acabado los negocios, el dinero fácil y las transacciones deslumbrantes; los hombres de negocios locales han escondido sus perspicaces cabezas y sus socios extranjeros se han esfumado dejándolo todo atrás. De repente se acabó el turismo, se congeló todo el tráfico internacional. Algunos hoteles han sido incendiados, otros están cerrados o permanecen vacíos, en otro los guerrilleros han instalado un acuartelamiento. Hoy la ciudad se ocupa de sí misma, no necesita de extraños, no necesita del mundo.

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