OS INTERESA SABER QUE:
El contenido más honesto de cualquier periódico es la publicidad. Está libre de colores ideológicos, y desvela sin pudor cuales son los sueños, los temores de una sociedad determinada.
Hacia 1880, la prensa se consolida como medio de comunicación masivo, y vamos a utilizar la publicidad para viajar a esa época.
Son los tiempos del Salvaje Oeste, del estreno de la Torre Eiffel y de las primeras bombillas, cuando Jack el Destripador recorre Londres mientras que, en España, un joven Alfonso XIII pierde los últimos trozos del Imperio.
Los anuncios nos descubren un periodo ta fascinante como contradictorio.
¿Me acompañan a echarles un ojo?
Juan José Fermín Pérez
Curiosa publicidad en la prensa de 1880 a 1899
ePub r1.0
Basabel30.03.14
Juan José Fermín Pérez, 2014
Diseño de portada: Juan José Fermín Pérez
Editor digital: Basabel
ePub base r1.0
I
PRESENTACIONES
Soy un ser humano normal, diga lo que diga mi vecino del quinto, y no me gustan los anuncios. A nadie le gustan. Están en todas partes, como un amante celoso, y quieren vendernos de todo. Más tetas, menos culo, yugores que provocan orgasmos, compresas que te llevan más alto que un Airbus, detergentes con partículas de antimateria…
Como ser humano normal (que no ha aterrizado en este mundo proveniente de ninguna estrella cercana a Sirio con ánimos de preparar la futura conquista), siempre he pensado que la publicidad nos aporta poco. Sin embargo, cambié de opinión un buen día, navegando por Internet. Fui a parar a una hemeroteca digital, no me preguntes cómo, y acabé mirando un anuncio de hace 130 años. Era el siguiente:
© La Vanguardia
Fue publicado en el periódico La Vanguardia, el 15 de Diciembre de 1882. A simple vista, no parece decirnos demasiado, pero debemos hacer lo mismo que cuando el banco nos pone un papel por delante: leer con cuidado. Un anuncio nos puede enseñar muchas cosas, si sabemos poner el ojo.
Para empezar, el anuncio nos devuelve a la época de los barcos de vapor, similares a los contemplados por Tom Sawyer y Huckleberry Finn. Nos promete un viaje de Europa a America del Sur en sólo 26 días, cuando hoy, las doce horas de vuelo que separan Madrid de Buenos Aires se hacen interminables. ¡Tenemos mucho menos paciencia que nuestros tatarabuelos!
Vapor mercante Hespérides
Revista de Navegación y Comercio, 10 de abril de 1892
© Biblioteca Nacional de España
Para empezar, el anuncio nos devuelve a la época de los barcos de vapor, similares a los contemplados por Tom Sawyer y Huckleberry Finn. Nos promete un viaje de Europa a America del Sur en sólo 26 días, cuando hoy, las doce horas de vuelo que separan Madrid de Buenos Aires se hacen interminables. ¡Tenemos mucho menos paciencia que nuestros tatarabuelos!
Hay más datos. Los 160 duros del billete de primera clase (800 pesetas, unos 4,8 euros) no parecen gran cosa. Pero cuando se publicó el anuncio, en 1882, una entrada de teatro costaba unos 3 reales (0,75 pesetas), se podía cenar en un buen restaurante por 4 pesetas y había que pagar 20 pesetas por un traje o 40, si se encargaba a medida. Así que, más o menos, el precio de ese billete representaba el sueldo anual de, por ejemplo, un maestro de escuela.
No podemos calcular el auténtico valor de 160 duros sin tener en cuenta que, a finales del siglo XIX , la gran mayoría de la población es pobre y analfabeta. Quien puede, trabaja turnos de hasta doce horas, para ganar un dinero que apenas garantiza la subsistencia. Incluso Madrid, la gran capital del Imperio, es apodada Ciudad de la Muerte por los cronistas de la época, debido a los efectos de la mala alimentación y la falta de higiene.
Para los humildes, 160 duros es una cifra inalcanzable. Sin embargo, muchos de ellos ahorran o se empeñan para reunir el precio de un billete de tercera, porque parece la única manera de asegurarse un futuro mejor. Por tiempo y por coste, es muy probable que este viaje sea sin retorno. Y nosotros preocupados porque el bus se atrasa un par de minutos…
Pobres esperando que les den las sobras del rancho, en las afueras del cuartel de San Gil (Madrid).
Foto de La Revista Moderna, de 24 de Julio de 1897
© Biblioteca Nacional de España
Un simple anuncio, como hemos visto, aunque sea soso y nada alegre, puede aportarnos muchísima información útil. Es como una pequeña máquina del tiempo. Las noticias que se publican en cualquier periódico, ahora o en el pasado, pueden ser tendenciosas. Se destacan unas cosas y se minimizan otras, de acuerdo al sesgo ideológico (esto es como decir que hace falta bajarse los pantalones para cagar: algo ridículamente obvio). No quiero poner ejemplos concretos, que no estoy para denuncias, pero todos conocemos diarios que llevan la manipulación hasta el ridículo. La publicidad, en cambio, es completamente honesta, incluso cuando miente. Sabemos que no existe ninguna cremita capaz de «regenerar el ADN» y devolvernos la piel que teníamos a los quince años, pero el anuncio está ahí, revelándonos cuál es una de las grandes prioridades de nuestra época.
En este libro analizamos la publicidad que apareció en la prensa española, entre 1880 y 1899. En los años anteriores, los periódicos resultan costosos de producir, sólo llegan a un público minoritario (el que sabe leer) y, además, sufren numerosas trabas legales. Se financian con las ventas y apenas incluyen publicidad. Este aviso publicado en el Diario de Madrid, el 1 de Marzo de 1814, es una de las pocas excepciones:
© Biblioteca Nacional de España
Producto cien por cien biológico, antes del invento del brick y otras mandangas. La publicidad era así de directa hace doscientos años. Algunos pronunciamientos más tarde, levantada y caída la Primera República, la cosa evoluciona. Se inventan casi todos los trucos que se siguen utilizando hoy, desde llamar la atención con grandes rótulos a inventarse falsos testimonios para certificar la eficacia de un determinado producto.
Es una época muy interesante y, en algunas ocasiones, también muy divertida.
Revista Flores y Abeja, 8 de Septiembre de 1894
© Biblioteca Nacional de España