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Robert O. Paxton - Anatomía del fascismo

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Robert O. Paxton Anatomía del fascismo
  • Libro:
    Anatomía del fascismo
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    ePubLibre
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    2006
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Anatomía del fascismo: resumen, descripción y anotación

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01. Introducción

Introducción

La invención del fascismo

E l fascismo fue la innovación política más importante del siglo XX y la fuente de gran parte de sus padecimientos. Las otras corrientes importantes de la cultura política occidental moderna —conservadurismo, liberalismo, socialismo— alcanzaron todas su forma madura entre finales del siglo XVIII y mediados del XIX. El fascismo, sin embargo, aún era inconcebible a finales de la década de 1890. Friedrich Engels, cuando escribe en 1895 un prefacio para su nueva edición de La lucha de clases en Francia, de Karl Marx, estaba convencido de que una ampliación del derecho de sufragio proporcionaría inexorablemente más votos a la izquierda. Engels estaba seguro de que el tiempo y los números estaban de parte de los socialistas. «Si eso [el crecimiento del voto socialista] continúa de este modo, a finales de este siglo [XIX] conquistaremos la mayor parte de los estratos medios de la sociedad, la pequeña burguesía y los campesinos, y nos convertiremos en el poder decisivo del país». Los conservadores, decía Engels, se habían dado cuenta de que la legalidad estaba operando en su contra. Por el contrario, «nosotros [los socialistas], bajo esta legalidad, criamos firmes músculos y rosadas mejillas y damos una impresión de vida eterna. Lo único que pueden hacer ellos [los conservadores] es quebrantar esta legalidad». Engels esperaba, pues, que los enemigos de la izquierda lanzasen un ataque preventivo, pero no podía imaginar en 1895 que ese ataque pudiese obtener un apoyo masivo. Dictadura contra la izquierda en medio del entusiasmo popular: esa sería la combinación inesperada que el fascismo conseguiría poner en pie en el breve espacio de tiempo de una generación.

Solo hubo unos cuantos atisbos premonitorios. Uno procedió de un joven e inquisitivo aristócrata francés, Alexis de Tocqueville. Aunque Tocqueville halló muchas cosas que le parecieron admirables en la visita que hizo a Estados Unidos en 1831, le pareció inquietante que el poder de la mayoría en una democracia impusiese una conformidad mediante la presión social, en ausencia de una élite social independiente.

El género de opresión que amenaza a los pueblos democráticos no se parecerá en nada al que le precedió en el mundo; nuestros contemporáneos no hallarán su imagen en sus recuerdos. Yo mismo busco en vano una expresión que reproduzca y contenga exactamente la idea que me formo; las viejas palabras «despotismo» y «tiranía» no son adecuadas. Se trata de algo nuevo; hay que intentar, por tanto, definirlo, puesto que no lo puedo nombrar.

Otra premonición es de fecha muy posterior y procede de un ingeniero francés convertido en comentarista social, Georges Sorel. Sorel criticó en 1908 a Marx por no darse cuenta de que «una revolución conseguida en tiempos de decadencia» podría «considerar un regreso al pasado o incluso la conservación social como su ideal».

La palabra fascismo.

Los revolucionarios italianos utilizaron el término fascio a finales del siglo XIX para evocar la solidaridad de los militantes comprometidos con la causa. Los campesinos que se sublevaron contra los terratenientes en Sicilia en 1893-1894 se autodenominaron los Fasci Siciliani. Cuando a finales de 1914 un grupo de nacionalistas de izquierdas, a los que no tardó en unirse el socialista proscrito Benito Mussolini.

Oficialmente el Fascismo nació en Milán el domingo 23 de marzo de 1919. Esa mañana, poco más de un centenar de personas. Mussolini denominó entonces a su movimiento los Fasci di Combattimento, que significa, muy aproximadamente, «hermandades de combate».

El programa fascista, emitido dos meses después, era una mezcla curiosa de patriotismo de veteranos y experimento social radical, una especie de «socialismo nacional». En el aspecto nacional, pedía la materialización de los objetivos expansionistas italianos en los Balcanes y en el Mediterráneo, que acababan de verse frustrados unos meses atrás en la Conferencia de Paz de París. En el aspecto radical, proponía el sufragio femenino y el voto a partir de los 18 años de edad, la abolición de la cámara alta, la convocatoria de una asamblea constituyente que redactase una nueva Constitución para Italia —presumiblemente sin la monarquía—, la jornada laboral de ocho horas, la participación de los trabajadores en «el manejo técnico de la industria», la «expropiación parcial de todo tipo de riqueza» a través de un gravoso impuesto progresivo sobre capital, la expropiación de ciertas propiedades de la Iglesia y la confiscación del 85 % de los beneficios de guerra.

El movimiento de Mussolini no se hallaba limitado al nacionalismo y a los ataques a la propiedad. Se caracterizaba claramente por la predisposición a la acción violenta, el antiintelectualismo, el rechazo de las soluciones de compromiso y el desprecio a la sociedad establecida que caracterizaban a los tres grupos que componían el grueso de sus primeros seguidores: veteranos de guerra desmovilizados, sindicalistas partidarios de la guerra e intelectuales futuristas.

Mussolini —él mismo un exsoldado que se ufanaba de sus 40 heridas— aspiraba a un retorno a la actividad política como dirigente de los veteranos. Un núcleo firme de sus seguidores procedía de los Arditi, selectas unidades de comando endurecidas por la experiencia de primera línea del frente que se consideraban con derecho a regir el país que habían salvado.

Los sindicalistas partidarios de la guerra habían sido los más estrechos aliados de Mussolini en la lucha para conseguir que Italia se incorporase a la contienda en mayo de 1915. El sindicalismo era el principal rival de clase obrera del socialismo parlamentario en Europa antes de la Primera Guerra Mundial. Mientras que la mayoría de los socialistas estaban en 1914 organizados en partidos electorales que competían por los escaños del Parlamento, los sindicalistas estaban enraizados en los sindicatos. Mientras que los socialistas parlamentarios trabajaban por reformas parciales a la espera de que se produjera el proceso histórico que los marxistas predecían que dejaría anticuado el capitalismo, los sindicalistas, que desdeñaban los acuerdos de compromiso que exigía la acción parlamentaria y la adhesión de la mayoría de los socialistas a la evolución gradual, creían que podrían echar abajo el capitalismo por la fuerza de su voluntad. Concentrándose en su objetivo final revolucionario en vez de hacerlo en intereses mezquinos del lugar de trabajo en cada rama de la actividad económica, podrían formar «un gran sindicato único» y derribar el capitalismo de una vez por todas en una gigantesca huelga general. Después del hundimiento del capitalismo, los trabajadores organizados dentro de sus «sindicatos» serían las únicas unidades operativas de producción e intercambio en una sociedad colectivista libre.

El tercer componente de los primeros fascistas de Mussolini eran jóvenes intelectuales y estetas antiburgueses como los futuristas. Los futuristas eran una asociación informal de artistas y escritores que secundaban los «Manifiestos Futuristas» de Filippo Tommaso Marinetti, el primero de los cuales se había publicado en París en 1909. Los seguidores de Marinetti desdeñaban la herencia cultural del pasado recogida en museos y bibliotecas y ensalzaban las cualidades liberadoras y revitalizadoras de la velocidad y la violencia. «Un automóvil corriendo a toda velocidad […] es más bello que la Victoria de Samotracia». Se habían mostrado deseosos de participar en la aventura de la guerra en 1914 y siguieron apoyando a Mussolini en 1919.

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