Peter Watson - Convergencias
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- Libro:Convergencias
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2017
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Convergencias: resumen, descripción y anotación
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«Qué maravillosa sensación la de reconocer la unidad en un conjunto de fenómenos que a la observación directa se muestran como cosas distintas.»
ALBERT EINSTEIN
«La historia de la ciencia nos enseña una y otra vez que ampliando nuestro conocimiento podemos llegar a reconocer relaciones entre grupos de fenónemos que hasta entonces parecían inconexos.»
NIELS BOHR
«Siguiendo las flechas de las explicaciones hasta su fuente, hemos descubierto un fascinante patrón de convergencia, tal vez lo más profundo que hayamos descubierto nunca sobre el universo.»
STEVEN WEINBERG
«Nos hallamos en un momento de gran convergencia en el que datos, ciencia y tecnología se aúnan para desentrañar el mayor de los misterios: nuestro futuro como individuos y como sociedad.»
ALBERT-LÁSZLÓ BARABÁSI
«No estaremos satisfechos hasta que podamos representar todos los fenómenos físicos como la interacción de un gran número de unidades estructurales intrínsecamente semejantes.»
ARTHUR EDDINGTON
«A la naturaleza le place la simplicidad.»
ISAAC NEWTON
«Todo está hecho de una sola sustancia oculta.»
RALPH WALDO EMERSON
«Todos ansiamos secretamente una teoría definitiva, un conjunto de reglas maestras del que fluya toda verdad.»
ROBERT LAUGHLIN
«La realidad, en su concepción moderna, se nos manifiesta como un fabuloso orden jerárquico de entidades organizadas que, mediante una superposición a muchos niveles, nos lleva de los sistemas físicos y químicos a los biológicos y sociológicos.»
LUDWIG VON BERTALANFFY
«A medida que avanza el conocimiento científico, se nos manifiestan relaciones entre fenómenos hasta entonces inconexos.»
GEORGE GAYLORD SIMPSON
«El reduccionismo es el más fino escalpelo de la ciencia.»
EDWARD O. WILSON
«Hemos heredado de nuestros antepasados un anhelo vehemente por el conocimiento global y unificado.»
ERWIN SCHRÖDINGER
«La búsqueda de los ingredientes elementales que constituyen el universo y las más profundas leyes que rigen sus interacciones podría concluir algún día. Cuanto más profunda es nuestra indagación, más simples y unificadas se tornan las leyes, y pudiera ser que hubiera un límite para este proceso.»
BRIAN GREENE
«La biología presupone la física, pero no al contrario.»
RUDOLF CARNAP
«Hubo un tiempo en el que había física y había química, pero no biología.»
JULIUS REBEK
«La matemática puede poner de manifiesto la unidad subyacente de fenómenos que de otro modo no parecen relacionados.»
STEVEN STROGATZ
«Vivimos en un mundo lo bastante ordenado para que medirlo recompense.»
GEORGE JOHNSON
«Nuestra actividad cotidiana implica una perfecta confianza en la universalidad de las leyes de la naturaleza.»
LUCIEN LÉVY-BRUHL
«Es obvio que ya no importa dónde acaba una disciplina y dónde comienza otra.»
PATRICIA CHURCHLAND
«En toda época hay un punto de inflexión, una nueva manera de ver y afirmar la coherencia del mundo.»
JACOB BRONOWSKI
«La ciencia persigue tanto detectar el orden como crearlo.»
JOHN DUPRÉ
«No puede haber explicación que no precise mayor explicación.»
KARL POPPER
CONVERGENCIA: «LA IDEA MÁS PROFUNDA DEL UNIVERSO»
A PRIMEROS DE ABRIL de 1912 llegó a la bulliciosa ciudad de Manchester, en el norte de Inglaterra, el físico danés Niels Bohr. Unos meses antes, al llegar de Dinamarca, no imaginaba que acabaría trabajando en el corazón industrial británico, donde un bosque de chimeneas despedía humo y hollín veinticuatro horas al día y donde Market Street, según se decía, era la calle más concurrida de toda Europa. Su primer destino se encontraba entre los «señoriales y apacibles» patios y colegios de Cambridge. Acababa de finalizar en Copenhague su tesis doctoral sobre la teoría electrónica de los metales y su intención era trabajar en Cambridge con J. J. Thomson, el director del Laboratorio Cavendish y el hombre que, en 1897, había descubierto el electrón como unidad fundamental de la materia, lo que le había valido un premio Nobel.
Pero aunque en las cartas que escribió a su prometida, Margrethe, Bohr siempre se mostró muy respetuoso con Thomson, Niels y «J. J.», como se le conocía, nunca llegaron a entenderse. El danés, un hombre grande, de complexión fuerte, había estudiado inglés en la escuela, pero hablaba con una sintaxis bastante formal y afectada, a lo que no ayudaba mucho el hecho de que intentase pulirla leyendo David Copperfield. Tampoco le favoreció que intentase granjearse la amistad de su director señalando algunos pequeños errores en su trabajo. Por su parte, el notoriamente distraído J. J. tardó varias semanas en leer la tesis de Bohr, vertida del danés por alguien que no era físico. (La expresión «partículas cargadas» había quedado traducida como «partículas gravadas»). Thomson, que para ser justos andaba muy ocupado como director del Cavendish, no parecía estar demasiado interesado en Bohr o en su trabajo.
Así estaban las cosas cuando, poco después de las Navidades, Ernest Rutherford llegó a Cambridge para pronunciar una conferencia durante una cena anual del Cavendish (un divertido evento entreverado de discursos y canciones). Bohr quedó hechizado. Rutherford era un hombre sencillo, rubicundo, ancho de hombros y con fama de soltar palabrotas cuando los experimentos no salían como esperaba. Era neozelandés, pero había hecho trabajo posdoctoral en Cavendish y luego en la Universidad McGill, en Canadá, antes de regresar a Manchester como catedrático. Después de ganar el premio Nobel en 1908 por sus investigaciones sobre la radiactividad, Rutherford había dejado atónito al mundo de la física una segunda vez, en mayo de 1911, cuando descubrió la estructura básica del átomo. Había demostrado entonces que el átomo era un poco como un sistema solar en miniatura, con un núcleo con carga positiva rodeado a gran distancia por electrones en órbita con una carga negativa equivalente. (Para ponerlo en contexto, en el átomo las proporciones del núcleo a la nube de electrones son del orden de un grano de sal en el Albert Hall de Londres. Dicho de otro modo, si el núcleo tuviera el tamaño de una pelota de baloncesto, los electrones estarían a unas tres manzanas de distancia. En términos reales, el mayor de los átomos es el del cesio, un metal alcalino de color entre dorado y plateado, parecido al potasio, descubierto en 1860, cuyo diámetro es de solamente 0,0000005 milímetros, o 5 × 10-7 mm. Harían falta 10 millones de estos átomos, lado con lado, para cubrir la distancia entre dos puntas del margen aserrado de un sello de correos).
Tras escuchar a Rutherford, Bohr debió decidir allí mismo que quería trabajar con él, y concertó una entrevista personal a través de un amigo de su padre que vivía en Manchester pero había trabajado en Copenhague. Aquella fue una relación mucho más fructífera que la que había mantenido con J. J.; Rutherford diría más tarde que Bohr era el hombre más inteligente que había conocido jamás.
Era costumbre en el Laboratorio Cavendish que todo el personal se reuniera cada tarde, a la hora del té, con galletas y tostadas con mantequilla sobre las poyatas del laboratorio. Rutherford dirigía los debates desde lo alto de una banqueta de madera. Las discusiones no se limitaban a la física; todos los temas eran legítimos, desde el teatro hasta la política o los últimos automóviles, pero fue allí donde Rutherford propuso por primera vez que, ahora que ya se conocía la estructura básica del átomo, debería ser posible avanzar en el conocimiento de los elementos. Sus distintas propiedades, decía, debían estar relacionadas con la estructura del átomo, que determinaría, por ejemplo, por qué algunos elementos son metales y otros gases, o por qué algunos son reactivos y otros inertes. Sugirió también que las propiedades radiactivas de la materia residen en el núcleo, mientras que las propiedades químicas residen en los electrones, en el exterior.
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