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Ian Watson - Magia de reina, magia de rey

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Ian Watson Magia de reina, magia de rey
  • Libro:
    Magia de reina, magia de rey
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  • Año:
    2003
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Magia de reina, magia de rey: resumen, descripción y anotación

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Luz

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Los reinos de Bellogard y Chorny se hallan enfrentados en una guerra cíclica e interminable que se libra mediante la magia. Pero no una magia cualquiera: las reglas que rigen el conflicto son las del ajedrez, y a cada jugador le corresponden las cualidades y los movimientos de la pieza que encarna. En Bellogard, el joven Pedino descubre que posee un alma completa y que, por tanto, debe sumarse a la lucha como peón-escudero. Sin embargo, no entiende el sentido de la contienda: ¿para qué esforzarse por ganar la partida, si el resultado ―la destrucción y resurgimiento del mundo― es el mismo que si se pierde? ¿Sería posible hacer tablas? ¿O escapar del eterno retorno y hacia otras esferas?

M AGIA DE REINA, MAGIA DE REY

Ian Watson

Magia de reina ,

magia de rey

Traducción de

Lorenzo Luengo

BIBLIOPOLIS

f a n t á s t i c a

Título original:

Queenmagic, Kingmagic

Traducción de Lorenzo Luengo

Ilustración de cubierta: Roberto Uriel / DPI Comunicación

Diseño de cubierta: Alberto Cairo

Colección Bibliópolis Fantástica n° 3

Primera edición: marzo de 2003

© 1986 Ian Watson

© 2003 Lorenzo Luengo

por la traducción

© 2003 BIBLIOPOLIS

ISBN: 84-932836-4-9

Depósito legal: M-l 1945-2003

Impreso en España

Printed in Spain

Escaneado: Luangoru

Edición digital: Sargont (2020)

Para Matjaž Šekoranja

y Matjaž Šinovec

I
Magia de reina,
magia de peón

“Lo que ves en el tablero es sólo la punta

de un mundo mucho más vasto.

como picos de una montaña

surgiendo entre la niebla.”

Obispo Lovats el perspicaz

¿Veis el palacio de la reina Isgalt?

Soberbio, ¿eh? Y, con todo, ¡menuda mezcla! Mitad fortaleza, mitad fantasía.

Tallados en los muros había parteluces que engarzaban vidrieras de mil colores; un invasor habría podido atravesarlos de un salto. La predecesora de Isgalt, la reina Alyitsa, había ordenado engastar las ventanas en la misma piedra, según ella para permitir que la luz penetrase, pues la luz es el enemigo de lo oscuro y la noche. Estatuas de soldados fabricadas en alabastro (y procedentes del anterior reinado de la reina Dama) se erguían en los parapetos del palacio, como una percha para palomas. Las blancas cúpulas, con su forma de bulbo, estaban rematadas de tal forma que no se sabía bien si parecían más una obra de encaje hecha por los campesinos o un curioso colador para escurrir ensaladas. La lluvia se derramaba sobre ellas y brotaba a chorros a través de gárgolas demoníacas. Daba toda la impresión de un tejado donde las polillas se estuvieran dando un festín.

En cuanto a los domos que coronaban las torres, durante las noches de fiesta podían verse brillando en su interior un sinfín de fuegos resplandecientes. A menudo, las chispas ascendían en un remolino hasta las banderas reales, que destellaban y parecían arder allá arriba, en la oscuridad de la noche, y deslizarse desde los chapiteles y las agujas hasta los tejados inferiores como desarrapadas camisas empapadas de sangre.

Mas, por supuesto, ningún vulgar asedio decidiría el fin de la guerra...

Nuestra encantadora y melancólica reina Isgalt sólo poseía la mitad de la fuerza mágica de la reina Alyitsa, y una cuarta parte del poder de la reina Dama. El rey Karol pasaba la mayor parte del tiempo encaramado en la torre central, entregado al arte de hacer burbujas. El príncipe Ruk, que protegía al rey, podía moverse por dos líneas de magia. Pero había pasado mucho tiempo desde que el príncipe agotó su capacidad de transportarse instantáneamente a cualquier otro lugar a través del cuerpo de un peón-escudero. (Tal habilidad la utilizó para rescatar al rey Karol de un ataque suicida del caballero de la noche, Oscaro.) El obispo Veck, que practicaba la magia transversal, seguía cuidando a la reina y alentando su coraje. Y lo mismo hacía Sir Brant, el caballero, cuyo don mágico era el salto quebrado. Lo cierto es que nuestra ciudad de Bellogard había sobrevivido a los ataques más tiempo del que muchos de nosotros hubiéramos imaginado.

¿Y yo?

Mi nombre es Pedino. Era peón-escudero.

Qué envidia solían suscitarme las vidas humildes de los burgueses y los menestrales de Bellogard, de los granjeros y los campesinos que poblaban el valle de Dolina y el resto del reino, incluso a sabiendas de que aquella gente no poseía un alma completa que pudiera reencarnarse en una vida distinta cuando nuestro reino cayera por fin, cuando todas las casas y establos se precipitaran en el caos, y el palacio ardiera como si fuese de papel.

Y qué orgulloso estaba, siendo sólo un muchacho, de que el difunto obispo Slon descubriese que la mía era un alma completa. ¿Cómo podría olvidar ese día?

La reina Alyitsa todavía estaba entre nosotros. Isgalt era sólo una más entre cuatro princesas. A pesar de la pérdida de la reina Dama, la lucha contra Chorny, la ciudad de ébano, se antojaba remota, como algo que no tendría consecuencias en nuestras vidas; no tanto una guerra total a muerte ejercida mediante la magia como una pelea infantil, una escaramuza entre cascarrabias. El pesar llegó con la muerte de quien fue reina de largo reinado: la asesinaron cuando yo era sólo un niño, y mi madre me habló del dolor que anegó toda Bellogard. Hubo dos semanas de luto, pero ninguna sensación de fatalidad. (Ah, pero el príncipe Ruk y el obispo Veck conocían la verdad. Advirtieron sin duda lo vulnerables que, a largo plazo, la pérdida de Dama nos había hecho.)

Mi padre trabajaba como fabricante de pipas en la calle de la Tiza, cerca del Monumento a Spomenik. y mi madre se ocupaba de la tabaquería que teníamos en la parte delantera del local. Mi hermana Drina, un año mayor que yo, era alta, delgada y rubia, aunque poseía unas facciones algo rechonchas que le conferían un aire de caprichosa infantilidad; por contra, mi cabello era oscuro como el tronco de un nogal y mis facciones más anchas, así como mi constitución, si bien mi estatura era menor que la de Drina. Por decirlo así. ella era como una larga pipa de arcilla provista de una pequeña cazoleta por cabeza, y yo una pipa de brezo, más sucinta y fornida.

Mi infancia fue feliz y notable. Mis padres siempre estaban en casa, y en la tienda había una constante afluencia de clientes, algunos, en ocasiones, bastante importantes. La tienda y el taller nos ofrecían una fascinante guarida.

Repartidos por el taller, había bancos y mesas para cortar, tallar y pulir la madera, así como para trabajar en las cubiertas de plata que se empleaban en las pipas más caras; había también moldes de arcilla y un homo, y un armario de fondo inagotable donde la madera maduraba durante dos años. De niños, solíamos coger las pipas de arcilla que no se ponían a la venta por tener alguna burbuja o fisura, y las mojábamos en agua de jabón para intentar componer burbujas mágicas. Por supuesto, siempre fracasábamos, y no conseguíamos otra cosa sino borbotones de temblorosas esferas de aire que estallaban tan pronto como surgían de la cazoleta.

Papá era abastecedor de pipas de palacio por nombramiento real. Quién sabe, acaso no fuéramos totalmente plebeyos. La encomienda real tenía un aspecto grandioso, labrada en el cartel que colgaba en el exterior de la tienda, pero desde luego tal nombramiento no implicaba conferencias habituales con el rey. La pipa de hacer burbujas más reciente que papá había fabricado para Su Majestad databa del año de mi nacimiento. De tarde en tarde, los secretarios reales adquirían pipas corrientes para fumar, y con tal fin nos enviaban a sus esbirros, quienes, indefectiblemente, compraban la especialidad de mamá: «la mezcla real». Pero ésa era una cuestión más mundana.

¡La tienda de mamá! Con sus embriagadores tarros de tabaco suave y tabaco fuerte, de hojas blandas y briznas secas, cuyo olor nos cosquilleaba la nariz; con los rollos y las trenzas de tabaco que brotaban de ellos como cabos de sirga; con sus cajas de puros, y la esencia de todos los aromas, desde la menta a la fresa. Y, alineadas en los mostradores, las pipas de papá: estantes y bandejas de pipas de barro y chibouks, pipas de madera y pipas cortas, y los fósforos Lucifer, con sus cajas ilustradas con vistas de Bellogard, alguna flor del jardín botánico y un pez del lago Riboo...

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