NOTA DEL AUTOR
LOS AZTECAS «TAN MALVADOS COMO LOS NAZIS»
En 2009, el British Museum de Londres celebró una exposición titulada «Moctezuma: Aztec Ruler» [Moctezuma: jefe azteca] que no sentó nada bien en algunos sectores. Sus detractores se molestaron porque se cambió el nombre de Montezuma por el de Moctezuma, pues el primero se había «utilizado satisfactoriamente» durante 500 años. Pero aparte de eso, dichos detractores consideraban que la artesanía azteca era de baja calidad, más o menos como un trasto que uno pueda encontrar en Portobello Road, el popular bazar de antigüedades de Londres. El crítico de arte de The Evening Standard opinaba que, en comparación con los logros de Donatello y Ghiberti (esto es, artistas europeos contemporáneos en líneas generales), el material azteca «era bastante pobre», que no había «arte» en el «barbarismo del mundo azteca» y que muchas de las máscaras eran «de lo más espantosas», grotescos fetiches de una cultura cruel. The Mail on Sunday se mostraba igual de directo. En un artículo titulado «Objetos del British Museum: tan malvados como las pantallas de lámpara nazis hechas de piel humana», Philip Hensher, un periodista que figura entre las cien personas más influyentes de Gran Bretaña, escribía: «Al margen de la fealdad moral y estética de los aztecas, este crítico ha llegado a la conclusión de que es difícil imaginar una exposición museística que transmita una sensación tan abrumadora de vileza humana como esta».
Son palabras duras, pero hay otras maneras de ver las civilizaciones del Nuevo Mundo. Por ejemplo, en dos libros de reciente publicación, los autores ponen el acento en cómo los americanos de la Antigüedad aventajaron a sus homólogos del Viejo Mundo. Gordon Brotherston, en The Book of the Fourth World, afirma que el calendario mesoamericano «exigía una mayor sofisticación cronométrica de la que Occidente era capaz al principio». Charles Mann, en su excelente libro 1491: New Revelations of the Americas Before Columbus, no solo señala que el calendario mesoamericano de 365 días era más preciso que sus equivalentes europeos, sino que la población de Tiwanaku (en la antigua Bolivia) alcanzó los 115.000 habitantes en el año 1000 d.C., cinco siglos antes que París, que las familias indias wampanoag eran más afectuosas que las de los invasores ingleses, que los indios eran más limpios que los británicos o los franceses con los que entraron en contacto, que los mocasines indios eran «mucho más cómodos e impermeables» que las desvencijadas botas inglesas, que el imperio azteca era mucho más grande que cualquier Estado europeo y que Tenochtitlan tenía jardines botánicos, mientras que en Europa no existían.
Tales comparaciones individuales, aun siendo interesantes en apariencia, podrían no significar nada a largo plazo. Después de todo, no podemos ignorar el hecho de que fueron los europeos quienes navegaron hacia el oeste y «descubrieron» las Américas, y no a la inversa. Tampoco se puede obviar que durante los últimos treinta años se han acumulado unas fuentes de conocimientos que confirman que, en algunos aspectos importantes, el antiguo Nuevo Mundo era muy distinto del Viejo Mundo.
La más indicativa de esas diferencias guarda relación con la violencia organizada. Mientras investigaba para este libro, contabilicé veintinueve títulos publicados en las tres últimas décadas —uno por año— dedicados al sacrificio humano, el canibalismo y otras formas de violencia ritual. Por ejemplo, estos son los títulos publicados desde 2000: The Taphonomy of Cannibalism; 2000; Ritual Sacrifice in Ancient Peru, 2001; Victims of Human Sacrifice in Mutiple Tombs of the Ancient Maya, 2003; Cenotes, espacios sagrados y la práctica del sacrificio humano en Yucatán, 2004; Human Sacrifice, Militarism and Rulership, 2005; Meanings of Human Companion Sacrifice in Classic Maya Society, 2006; Sacrificio, tratamiento ritual del cuerpo humano en la Antigua sociedad maya, 2006; Procedures in Human Heart Extraction and Ritual Meaning, 2006; New Perspectives on Human Sacrifice and Ritual Body Treatment in Ancient Maya Society, 2007; The Taking and Displaying of Human Body Part as Trophies by Amerindians, 2007; Bonds of Blood: Gender, Lifecycle and Sacrifice in Aztec Culture, 2008; Los orígenes del sacrificio humano en Mesoamérica, 2008; Walled Settlements, Buffer Zones and Human Decapitation in the Acari Valley, Peru, 2009; Blood and Beauty: Organised Violence in the Art and Archaeology of Mesoamerica and Central America, 2009. Jane E. Buikstra, una experta en técnicas mortuorias mayas, ha calculado que el número de estudios sobre la violencia ritual de esta civilización ha pasado de unos dos anuales antes de 1960 a cuarenta en los años noventa, un ritmo de publicación que se mantuvo al menos hasta 2011. Además, la investigación sobre la violencia ritual en la Norteamérica precolombina también se ha incrementado. Según John W. Verano, catedrático de antropología de la Universidad de Tulane en Nueva Orleans, ofrece cada año un nuevo descubrimiento de importancia. De nuevo, no es tanto el nivel de violencia lo que fascina a los investigadores como su naturaleza organizada y las formas concretas de brutalidad que existían, amén de las diferentes actitudes y prácticas del Nuevo Mundo en relación con el dolor asociado.
Fue el conocimiento de estas diferencias aparentemente extrañas y aun así importantes entre los hemisferios y el deseo de comprender el contexto lo que suscitó la idea de escribir este libro. Al principio lo esbocé con Rebecca Wilson, mi directora en Widenfeld & Nicolson en Londres, pero también se ha beneficiado enormemente de las energías de Alan Samson, editor en W&N. Me gustaría asimismo dar las gracias a la indexadora Helen Smith y a los siguientes especialistas —arqueólogos, antropólogos, geógrafos— por sus aportaciones, algunos de los cuales han leído todo o parte del manuscrito y han corregido errores y realizado propuestas de mejora: Ash Amin, Anne Bargin, Ian Barnes, Peter Bellwood, Brian Fagan, Susan Keech McIntosh, Chris Scarre, Kathy Tubb, Tony Wilkinson y Sijia Wang. Ni que decir tiene, los errores y las omisiones que perduren son responsabilidad exclusiva del autor.
También me gustaría mostrar mi agradecimiento al personal de varias bibliotecas de investigación: la Haddon Library of Archaeology and Anthropology, en la Universidad de Cambridge; la Institute of Archaeology Library, en la Universidad de Londres; la London Library, St. James’ Square, Londres; y la Library of the School of Oriental and African Studies, también en la Universidad de Londres.
De vez en cuando, en lugar de repetir las expresiones «Viejo Mundo/ Nuevo Mundo» he utilizado hemisferio «occidental/oriental» o «las Américas/Eurasia». Es una mera cuestión de variedad (y, en ocasiones, de precisión) y dicha utilización carece de componente ideológico alguno.
A veces he empleado la abreviatura a.C. para fechar yacimientos o hechos, y en ocasiones AP (antes del presente) para respetar los deseos de los investigadores cuyo trabajo está comentándose.
Este libro trata sobre las diferencias entre los pueblos del Viejo y el Nuevo Mundo. Con esto no pretendo negar que existan también numerosas similitudes entre las civilizaciones que habitaron ambos hemisferios antes de que los europeos «descubrieran» América. De hecho, la investigación de esas similitudes ha constituido el interés primordial de los arqueólogos. Los lectores que deseen estudiar dichos paralelismos pueden consultar un apéndice disponible en la red en www.orionbooks.co.uk/thegreatdivide.