Piergiorgio Odifreddi - Diccionario de la estupidez
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- Libro:Diccionario de la estupidez
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2016
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Diccionario de la estupidez: resumen, descripción y anotación
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PIERGIORGIO ODIFREDDI (Cuneo, 1950) es matemático, divulgador científico, polemista y ateo. Estudió en Italia, Estados Unidos y la Unión Soviética. Ha sido profesor en las universidades de Turín y Cornell. Ha publicado más de veinte libros, entre ellos Caro papa teólogo, un acalorado debate con el expontífice Benedicto XVI. Sus artículos aparecen en medios como La Repubblica, La Stampa, L’Espresso o Le Scienze. En 2011 recibió el Premio Galileo a la divulgación científica y desde 2005 es comendador de la Orden al Mérito de la República Italiana.
El Diccionario de la estupidez no es una enciclopedia; si lo fuera, se habría llamado muy probablemente Enciclopedia de la estupidez. La extensión espaciotemporal y la biodiversidad de los estúpidos quizá lo hubieran reclamado, pero las limitaciones del autor lo han impedido. De hecho, nadie parece estar en disposición de atesorar una comprensión cabal de la estupidez, propia o ajena, y cada cual apenas alcanza a poseer siquiera una visión parcial de ella, endógena o exógena; con esa visión ha tenido que conformarse el autor y tendrá también que contentarse el lector.
El Diccionario de la estupidez es, justamente, un diccionario; de lo contrario habría recibido otra denominación. Y ya que ha de ser tratado como tal, permítaseme señalar que no debe leerse de forma secuencial, de la A a la Z o viceversa, sino hojeando, buscando voces al azar que puedan llamar la atención o estimular la curiosidad. Aunque, hasta que no se lee una de ellas, no alcanza uno a discernir, a ciencia cierta, si el lector se enfrenta a un ejemplo o, por el contrario, a un contraejemplo de ejemplarizante estupidez.
Y es posible que ni siquiera se sepa después, porque aquello o aquel que puede antojarse estúpido a alguien puede no parecérselo a otro y viceversa. En cualquier caso, la intención de dudosa nobleza del autor es que los ejemplos manifiesten en todo su esplendor qué (o cómo) es la estupidez, y los contraejemplos urdidos ilustren qué no es ontológicamente adscribible a la categoría de lo genuinamente estúpido. Obviamente desde su punto de vista personal, cosa que quizá le permita reconocer la estupidez ajena, pero no degustar la propia.
Y es justamente la insobornable certeza de que los estúpidos son siempre los demás lo que nos permite convivir tan bien con nuestra propia estupidez. A nadie se le ocurre discutir la afirmación de que casi todo el mundo es estúpido. Sin embargo, a nadie se le pasa por la cabeza que, en tal caso, uno mismo puede ser acreedor a tan distinguida condición, menos aún al propio autor de este diccionario.
El lector lo advertirá pronto, como también descubrirá pronto para qué sirven las flechas. Desvelárselo a priori equivaldría a considerarlo un perfecto estúpido, pero quien no lo descubra a posteriori sí podría reunir los requisitos necesarios para merecer tamaña condecoración. Nadie podrá demostrar nunca, con todo, que no es un poquitín estúpido: antes o después todos pensamos, decimos o hacemos alguna estupidez; solo queda determinar cuántas. El autor sabe que ha cometido alguna, espera haber escrito muchas y se excusa por no haber pensado muchas más.
Ig Nobel - Una de las leyes de Cipolla sobre la estupidez dice que el porcentaje de estúpidos es igual en cualquier categoría de personas: por lo tanto, también entre los científicos. Y del mismo modo que el Nobel premia cada año en Estocolmo los descubrimientos dignos de entrar en los anales de la ciencia, el Ig Nobel señala cada año en Harvard los hallazgos dignos de entrar en los anales de la anticiencia «por haber hecho reír tanto como pensar».
En el registro de hojalata de los «innobles» encontramos a Benveniste por la «memoria del agua» que justificaría la homeopatía (1991), Hubbard por la invención de la cienciología (1994), la revista Social Text engañada por la burla Sokal (1996), Murphy por enunciar la ley que lleva su nombre (2003) y los bancos Goldman Sachs y Lehman Brothers por el descubrimiento del modo óptimo de maximizar el beneficio y minimizar el riesgo (2010).
Pero en determinados puntos el límite entre la falsa anticiencia y la verdadera ciencia es tan estrecho como el Puente del Juicio que, según Mahoma, tendremos que pasar para llegar al cielo. Por ejemplo, Andre Geim ganó el Ig Nobel en 2000 por una investigación sobre la levitación magnética de las ranas y el Nobel en 2010 por el descubrimiento del grafeno.
igualdad - En los juzgados impera el impúdicamente falso lema «la ley es igual para todos», que se repite y exhibe solo para tratar de convencer a los más ingenuos y conseguir que se lo crean. En cualquier caso, el lema tiene una historia venerable dado que el principio de isonomía enunciado en él fue uno de los pilares de la democracia ateniense. Lo introdujo Clístenes hacia el año 500 antes de nuestra era, tras las tiranías de Pisístrato e Hipias, entendiéndolo como «igualdad de todos los ciudadanos frente a las leyes del Estado». Posteriormente fue adoptado por la Revolución Francesa como parte de la tríada «libertad, igualdad, fraternidad».
Dos siglos después de Clístenes, Epicuro lo interpretó en un sentido más general, que adoptó su cantor Lucrecio en De rerum natura: es decir, como «igualdad de todas las cosas frente a las leyes de la naturaleza». Pero aquellos eran discursos abstractos, y el primero que encontró un ejemplo concreto de isonomía en este sentido fue Isaac Newton con el descubrimiento de la ley de la gravedad universal, cuyo adjetivo indica justamente que puede aplicarse a toda la materia. Solo en los tribunales de la naturaleza, y no desde luego en los de los hombres, es verdad y está demostrado que la ley es igual para todos.
igualitarismo - Marx no era un estúpido, pero muchos marxistas sí y muchos no marxistas también: en particular, son estúpidos todos aquellos que creen que el comunismo quiere hacernos a todos iguales. Por el contrario, el lema de Marx en la Crítica del Programa de Gotha (1875) era: «De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades». Es decir, justo lo opuesto a un estúpido igualitarismo, tanto en el dar como en el recibir.
En la escuela, por ejemplo, este lema impondría que se ofrecieran clases diferenciadas en base a las aptitudes y los intereses de los alumnos en vez de alineadas con la áurea estupidez establecida por los programas y los exámenes ministeriales. Y en el mundo laboral, que se asignaran a los trabajadores tareas adecuadas a su competencia y eficiencia, en vez de promocionar a los incompetentes y a los ineficaces hereditariamente y dando rienda suelta al nepotismo.
El lema de Marx era una crítica al análogo del socialismo, «de cada cual según sus posibilidades, a cada cual según su trabajo», sobre la base del hecho de que una retribución basada en el trabajo es de naturaleza igualitaria. Y resulta cuanto menos paradójico que Marx no estuviera proponiendo un pensamiento revolucionario, sino más bien una máxima evangélica que aparece tal cual en los Hechos de los Apóstoles (4,35).
impuestos - En un país como Italia, donde los listos deshonestos no los pagan, los impuestos recaen por entero sobre los hombros de los estúpidos honestos. Y hay que ser un poco estúpidos para sufrir honestamente una sangría practicada sobre dos tercios de las ganancias entre impuestos directos sobre la renta (IRPF) e indirectos sobre el consumo (IVA). Y además porque solo una parte de lo arrebatado vuelve al contribuyente en forma de servicios, como debería, mientras que el resto va a mantener y perpetuar los no servicios de la burocracia a todos los niveles: estatal, regional, provincial y ciudadana, Agencia Tributaria incluida.
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