Un autor de culto. Taurus recupera uno de los textos clave de la obra de E. M. Cioran. Estos aforismos, escritos en su etapa de madurez, condensan su pensamiento de manera tan lacónica como eficaz y coherente, y constituyen un hallazgo decisivo para cualquier amante de las paradojas y la ironía.
Tallados con precisión, hablan del tiempo, de Dios, de la religión, del silencio, de la muerte y del nacimiento, «una casualidad, un accidente risible». En ellos conviven una devastadora lucidez junto a un humor sin límites, y la lógica más aplastante junto al mayor contrasentido. Opuesto al optimismo y la autocomplacencia de un modo radical, Cioran no desalienta, tiene el talento de fortalecer.
E. M. Cioran
Del inconveniente de haber nacido
ePub r1.0
Titivillus 22.01.16
Título original: De l’inconvénient d’être né
E. M. Cioran, 1973
Traducción: Esther Seligson
Editor digital: Titivillus
Aporte original: Spleen
ePub base r1.2
E. M. CIORAN (Rumanía, 1911-Francia, 1995), tras obtener una beca del Instituto Francés para cursar el doctorado, fijó su residencia en París en 1937. Entre las obras de este rumano singular, apátrida desde 1946 y que escribía en francés, destacan Del inconveniente de haber nacido (Taurus, 1972, 2014), El aciago demiurgo (Taurus, 1979), La tentación de existir (Taurus, 1990) y Ejercicios negativos (Taurus, 2007).
I
T res de la mañana. Percibo este segundo, después este otro; hago el balance de cada minuto.
¿A qué viene todo esto? A que he nacido.
De cierto tipo de vigilias se desprende el cuestionar el nacimiento.
«Desde que estoy en el mundo», ese desde me parece cargado de un significado tan espantoso que se torna insoportable.
Hay un conocimiento que quita peso y alcance a lo que uno hace; para él todo, fuera de él mismo, carece de fundamento. Puro, hasta aborrecer incluso la idea de objeto, expresa aquel saber extremo según el cual es igual cometer o no cometer un acto, a la vez que implica una satisfacción también extrema: la de poder repetir, en cada encuentro, que nada de cuanto se haga merece la pena, que nada está realzado por rastro alguno de sustancia, que la «realidad» se inscribe en el campo de la insensatez. Tal conocimiento merecería ser llamado póstumo, ya que se presenta como si el que conoce estuviera vivo y no vivo, ser y reminiscencia de ser. «Es cosa pasada», dice de todo lo que realiza en el instante mismo del acto, el cual, de esa manera, queda para siempre desprovisto de presente.
No corremos hacia la muerte; huimos de la catástrofe del nacimiento. Nos debatimos como sobrevivientes que tratan de olvidarlo. El miedo a la muerte no es sino la proyección hacia el futuro de otro miedo que se remonta a nuestro primer momento.
Nos repugna, es verdad, considerar al nacimiento una calamidad: ¿acaso no nos han inculcado que se trata del supremo bien y que lo peor se sitúa al final, y no al principio, de nuestra carrera? Sin embargo, el mal, el verdadero mal, está detrás, y no delante de nosotros. Lo que a Cristo se le escapó, Buda lo ha comprendido: «Si tres cosas no existieran en el mundo, oh discípulos, lo Perfecto no aparecería en el mundo…». Y antes que la vejez y que la muerte, sitúa el nacimiento, fuente de todas las desgracias y de todos los desastres.
Se puede soportar cualquier verdad, por muy destructiva que sea, a condición de que sea total, que lleve en sí tanta vitalidad como la esperanza a la que ha sustituido.
No hago nada, es cierto. Pero veo pasar las horas —lo cual vale más que tratar de llenarlas—.
No hay que reducirse a una obra; sólo hay que decir algo que pueda susurrarse al oído de un borracho o de un moribundo.
La imposibilidad de encontrar un solo pueblo, una sola tribu donde el nacimiento provoque aún duelo y lamentación prueba hasta qué punto la Humanidad se encuentra en estado de regresión.
Rebelarse contra la herencia es rebelarse contra millones de años, contra la primera célula.
Hay un dios al principio, cuando no al cabo de toda alegría.
Nunca estoy a gusto en lo inmediato, sólo me seduce lo que me precede, lo que me aleja de aquí, los innúmeros instantes en que yo no fui: lo no nato, en suma.
Necesidad física del deshonor. Me hubiera gustado ser hijo de verdugo.
¿Con qué derecho os ponéis a rezar por mí? No tengo necesidad de intercesores, me las arreglaré sólo. De un miserable, tal vez lo aceptaría: de nadie más, aunque se tratara de un santo. No tolero que se preocupen por mi salvación. Si le temo y le huyo, qué indiscretas resultan entonces vuestras plegarias. Dirigidlas a otra parte, de todas formas no estamos al servicio de los mismos dioses. Si los míos son impotentes, no hay razón para creer que los vuestros lo sean menos. Y aun suponiendo que sean tal y como los imagináis, todavía les faltaría el poder de curarme de un horror más viejo que mi memoria.
¡Qué miserable es la sensación! Incluso el éxtasis no es, quizá, sino una más.
Deshacer, des–crear, es la única tarea que el hombre puede asignarse si aspira, como todo lo indica, a distinguirse del Creador.
Sé que mi nacimiento es una casualidad, un accidente risible, y, no obstante, apenas me descuido me comporto como si se tratara de un acontecimiento capital, indispensable para la marcha y el equilibrio del mundo.
Haber cometido todos los crímenes: salvo el de ser padre.