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Pedro Insua Rodríguez - 1492. España contra sus fantasmas

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Pedro Insua Rodríguez 1492. España contra sus fantasmas

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Prólogo

Es posible que ningún español alfabetizado desconozca ya lo que significa la expresión «leyenda negra». En los últimos años ha ido creciendo el interés por este fenómeno histórico extraordinario que afecta a la historia de España, pero no solo a la historia. Lo que resumimos con esos dos términos es una creencia de opinión pública transcontinental que tiene múltiples aristas y cuya hondura está muy lejos aún de haber sido calibrada siquiera por aproximación. La leyenda negra, por ejemplo, habita no solo aquí, sino también en otras naciones occidentales, que han construido su relato histórico (favorable) sobre los cimientos de la hispanofobia. Este campo de investigación está casi virgen y animo desde aquí a los jóvenes historiadores a afrontar el reto. Es apasionante y requiere valor. Pero si un niño fue capaz de señalar en un desfile al rey que iba ridículamente desnudo y no vestido con ropas maravillosas pero invisibles, es posible que haya por ahí alguien con coraje suficiente como para hacer, por ejemplo, una tesis sobre la hispanofobia en los libros de texto europeos.

Otra vertiente del universo de la leyenda negra tiene que ver con la moral, en sus dos sentidos. La moral es por una parte una suerte de comportamiento adecuado según unas normas comúnmente aceptadas y consideradas correctas por una comunidad. En este sentido decimos que una persona o una acción es inmoral. Pero la moral es también una fuerza que emana del interior de los individuos y es capaz de hacerlos enfrentarse a los problemas con valentía. Si vamos con la moral baja estamos labrando nuestra propia derrota en cualquier partido de fútbol. El trabajo de Pedro Insua, que el lector tiene entre manos, explora de varias maneras la vertiente histórico-moral de la leyenda negra. Y es muy de agradecer porque este flanco ha estado muy descuidado. Peligrosamente descuidado, nos atreveríamos a decir.

A través del análisis que el año fundacional de 1492 tiene en nuestra historia, el autor va desgranando el uso que los tres hechos cruciales que se produjeron en esta fecha ha tenido a lo largo del tiempo, a saber, la expulsión de los judíos, la conquista de Granada y el descubrimiento de América. El carácter simbólico del año es esencial en el texto de Insua, que se centra en él precisamente por eso. Porque los símbolos son importantes, trascendentales. El ser humano es por encima de todo una criatura que construye y destruye signos, y esta actividad es posiblemente lo más valioso de su naturaleza.

El estudio sobre el mito de al-Ándalus que este libro ofrece es revelador de cómo una parte de del pasado puede ser desquiciada de su marco original para ser convertida en fuente y argumento de una superioridad moral manifiesta, o lo contrario. Como andaluza se me permitirá que me entretenga un poco aquí. La puesta en escena de al-Ándalus no aparece hasta el siglo XIX, que es período poco frecuentado por la historiografía en la consolidación y engrandecimiento de la leyenda negra, pero Insua lo explora con pulso firme y rigor. Lo andalusí surge como la demostración de un período ideal y perfecto de civilización y tolerancia que viene a ser arrasado por el terrible y violento español católico. Es, por lo tanto, una prueba más de la acusación, ya secular en Occidente, de que España es una fuente de destrucción, no de construcción. Es decir, al-Ándalus es otro argumento que viene a abundar en la inferioridad moral de los españoles. Pero no solo esto. Desde la Transición, el régimen de las autonomías, creado con el único fin de dar acomodo a algunos sectores nacionalistas, y no mayoritarios, en unas pocas regiones, convierte su existencia en una promoción y justificación constante de sí misma. No nos ocuparemos aquí de la singular situación política que supone que un grupo minoritario sea capaz de imponer una estructura territorial determinada a la mayoría. Pero la explicación no está lejos de ese segundo sentido de la moral a que nos hemos referido más arriba. En Andalucía, con éxito variable, el pasado andalusí se convierte en sustento del hecho diferencial que cada autonomía promociona, porque las autonomías son algo así como el sistema que nos permite recuperar aquello que nos han quitado. Cada una esgrime un relato de lo arrebatado y de lo perdido como fuente de legitimidad. Y en este punto tocamos verdaderamente el corazón del problema, hecho que a Insua, como filósofo que es, no se le escapa. La legitimidad es un problema moral, en los dos sentidos arriba mentados.

España como destructora del paraíso andalusí, como monstruo antisemita, como invasión catastrófica de América es el nombre de algo que no merece existir, porque ofende moralmente. Una vez asumida esta versión por los propios españoles, en mayor o menor medida, resulta un problema moral en el segundo sentido: de la inferioridad moral se va sin sentir a la moral baja. El español se limita a resistir. El resultado de esto es una y otra vez que las instituciones políticas que de ellos emana, en el sentido de cohesión y unidad, son siempre débiles. El misterio de los misterios es cómo consigue sobrevivir siglo tras siglo a esta debilidad. Como dice con mucha gracia Insua, eppur si muove

Así planteada la cuestión hay otra vertiente que suele escaparse y que conviene ir poniendo de manifiesto y nunca perder de vista. La debilidad a que nos referimos afecta y, por causas muy semejantes, al resto de las naciones de habla española. Esto ya no suele ser tenido en cuenta y es particular que requiere de mucha y profunda reflexión. Haber heredado una historia que es una condena moral dinamitó por su base las expectativas de futuro de los españoles de ambos hemisferios —así se expresa la Constitución de 1812— tras la desmembración del imperio.

De los cuatro aspectos de la historia de España analizados por Insua, dos tienen siglos de antigüedad en la lucha contra la hegemonía española: la Inquisición, como prueba de cargo irrefutable de la intolerancia, y la destrucción de América. Los otros dos se incorporan al argumentario de la leyenda negra en el siglo XIX. El asunto judío estaba en la hispanofobia desde el siglo XV pero no como prueba del antisemitismo español sino como demostración de que los españoles eran medio semitas y, por lo tanto, no europeos. Cabe preguntarse por las razones que explican que todavía en el siglo XIX, cuando ya el imperio no existe ni es necesario luchar contra la hegemonía española, siga creciendo y engordándose el caudal argumentativo de la leyenda negra. Es una investigación necesaria porque tiene que ver con la autoestima y el temario de autojustificaciones de distintas ideologías y naciones. En lo concreto e inmediato, ha servido para construir los nacionalismos periféricos que ahora mismo, con la ayuda inestimable de una estructura territorial cara y peligrosa, amenazan con destruir el Estado que tenemos, que será débil y poco operativo, pero es el que tenemos. Su fragmentación política es un peligro que los españoles llevan conjurando desde los tiempos de la invasión napoleónica. Es un gasto de energía formidable que obliga a cada generación a dejar lo mejor de sí misma en esta especie de resistencia a la desaparición. Resistencia exitosa porque la extinción no se produce y el Estado vuelve a reconstruirse una y otra vez, pero agotadora.

El análisis de Pedro Insua del uso ideológico de cada uno de los hitos que se concentran en 1492 es del mayor interés, porque pone de manifiesto la vigencia absoluta de los tópicos de la leyenda negra y su papel no solo importante sino crucial en distintas tendencias políticas que reclaman su influencia en la opinión pública y en la vida parlamentaria. Chávez, después de haber llevado Venezuela al desastre, no tiene más que culpar al Imperio estadounidense y al Imperio español del hambre y del desabastecimiento. No necesita más. Pero aquí también tenemos populismos verticales y horizontales (comúnmente llamados nacionalismos) a los que el Gran Demonio español sirve con enorme eficacia para lograr cuotas de poder. Y es absolutamente necesario para los españoles comprender cómo funciona ese mecanismo que niega toda cualidad moral a la historia de España con el propósito de destruir el Estado como mecanismo esencial que garantiza la organización legal y la articulación social y territorial. No es una destrucción nihilista, aunque algo de esto tiene, es un dividir para apropiarse de lo fragmentado. Prosperar generando enfrentamientos entre clases sociales, entre territorios, entre hombres y mujeres… es muy fácil.

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