Tony Judt - Algo va mal
Aquí puedes leer online Tony Judt - Algo va mal texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2010, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
Novela romántica
Ciencia ficción
Aventura
Detective
Ciencia
Historia
Hogar y familia
Prosa
Arte
Política
Ordenador
No ficción
Religión
Negocios
Niños
Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.
Algo va mal: resumen, descripción y anotación
Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "Algo va mal" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.
Algo va mal — leer online gratis el libro completo
A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" Algo va mal " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.
Tamaño de fuente:
Intervalo:
Marcador:
Debido a las circunstancias poco habituales en que he escrito este libro, he incurrido en numerosas deudas, que gustosamente reseño a continuación. Mis antiguas alumnas Zara Burdett y Casey Selwyn fueron infatigables ayudantes de investigación y transcriptoras, y durante muchos meses registraron fielmente mis pensamientos, notas y lecturas. Clémence Boulou que me ayudó a encontrar e incorporar materiales recientes de los medios de comunicación y siempre respondió a mis preguntas y peticiones. También fue una extraordinaria editora.
Sin embargo, la mayor deuda la tengo con Eugene Rusyn, que tecleó todo el manuscrito en menos de ocho semanas, tomando literalmente mi rápido y en ocasiones poco claro dictado durante muchas horas seguidas, a veces durante todo el día. Él fue quien encontró muchas de las citas más oscuras, pero, sobre todo, hemos colaborado íntimamente en la edición del texto en cuanto a su contenido, estilo y coherencia. Simplemente no habría podido escribir el libro sin él y su aportación lo ha mejorado en gran medida.
Estoy en deuda con mis amigos y personal en el Instituto Remarque —los profesores Katherine Fleming, Jair Kessler, Jennifer Ren y Maya Jex—, que se han adaptado sin quejas a los cambios que ha traído consigo el deterioro de mi salud. Sin su cooperación no habría podido dedicar a este libro el tiempo y los recursos necesarios. Gracias a mis colegas en la Administración de la Universidad de Nueva York —al rector (y antiguo decano) Richard Foley y al decano de administración Joe Juliano sobre todo— he recibido todo el apoyo y ánimo posibles.
No es la primera vez que estoy obligado por gratitud con Robert Suvers. Fue sugerencia suya que la conferencia que di sobre la socialdemocracia en la Universidad de Nueva York en el otoño de 2009 se transcribiera (gracias al personal de la New York Review) y se publicara en sus páginas, a raíz de lo cual, y de forma completamente inesperada, hubo incontables peticiones de que la ampliara en un breve libro. Sarah Chalfant y Scott Moyers, de la Agencia Wylie, apoyaron la idea con entusiasmo y la editorial Penguin en Nueva York y Londres acogió el proyecto. Espero que el resultado satisfaga a todos.
Al escribir este libro también me ha sido de gran ayuda la amabilidad de los desconocidos, que me han aportado sugerencias y críticas a lo que he escrito sobre estos temas a lo largo de los años. No puedo dar las gracias a cada uno personalmente, pero espero que, pese a sus inevitables deficiencias, la propia obra represente una muestra de gratitud.
No obstante, la mayor deuda la tengo con mi familia. La carga que les he impuesto en el último año me parece completamente intolerable y sin embargo la han sobrellevado con tan buen ánimo que he podido dejar de lado mis preocupaciones y dedicarme casi por entero en los últimos meses a pensar y escribir. El solipsismo es la debilidad característica del escritor profesional. Pero en mi caso soy especialmente consciente de toda la atención que recibo: Jennifer Homans, mi esposa, ha terminado su manuscrito sobre la historia del ballet clásico mientras me cuidaba. Mi texto se ha beneficiado enormemente de su amor y generosidad, ahora y en años pasados. Que su libro se vaya a publicar este año es un homenaje a su extraordinario carácter.
Mis hijos, Daniel y Nicholas, son adolescentes con vidas ajetreadas. Sin embargo, han encontrado tiempo para hablar conmigo sobre los muchos temas que se cruzan en estas páginas. De hecho, gracias a nuestras conversaciones de sobremesa me di cuenta realmente de lo mucho que a la juventud de hoy le preocupa el mundo que le hemos legado —y los medios tan inadecuados que les hemos proporcionado para mejorarlo—. A ellos les dedico este libro.
Nueva York
Febrero de 2010
Ver lo que se tiene delante exige una lucha constante.
GEORGE ORWELL
Vemos a nuestro alrededor un nivel de riqueza individual sin parangón desde los primeros años del siglo XX. El consumo ostentoso de bienes superfluos —casas, joyas, coches, ropa, juguetes electrónicos— se ha extendido enormemente en la última generación. En Estados Unidos, el Reino Unido y un puñado más de países, las transacciones financieras han desplazado a la producción de bienes o servicios como fuente de las fortunas privadas, lo que ha distorsionado el valor que damos a los distintos tipos de actividad económica. Siempre ha habido ricos, al igual que pobres, pero en relación con los demás, hoy son más ricos y más ostentosos que en cualquier otro momento que recordemos. Es fácil comprender y describir los privilegios privados. Lo que resulta más difícil es transmitir el abismo de miseria pública en que hemos caído.
Ninguna sociedad puede prosperar y ser feliz si la mayoría de sus miembros son pobres y desdichados.
ADAM SMITH
La pobreza es una abstracción, incluso para los pobres. Pero los síntomas del empobrecimiento colectivo están a nuestro alrededor. Autopistas en mal estado, ciudades arruinadas, puentes que se hunden, escuelas fracasadas, desempleados, trabajadores mal pagados, personas sin seguro: todo sugiere un fracaso colectivo de la voluntad. Estos problemas son tan endémicos que ya no sabemos cómo hablar sobre lo que está mal, y mucho menos intentar solucionarlo. Sin embargo, algo falla seriamente. Aunque el presupuesto estadounidense dedica decenas de miles de millones de dólares a una fútil campaña militar en Afganistán, nos inquietan las implicaciones de cualquier incremento en el gasto público para servicios sociales o infraestructuras.
Para comprender el abismo en que hemos caído, primero hemos de apreciar la magnitud de los cambios que nos han sobrevenido. Desde finales del siglo XIX hasta la década de 1970, las sociedades avanzadas de Occidente se volvieron cada vez menos desiguales. Gracias a la tributación progresiva, los subsidios del gobierno para los necesitados, la provisión de servicios sociales y garantías contra las situaciones de crisis, las democracias modernas se estaban desprendiendo de sus extremos de riqueza y pobreza.
Desde luego, seguía habiendo grandes diferencias. Tanto los países esencialmente igualitarios de Escandinavia como las sociedades, bastante más diversas, del sur de Europa seguían reconociendo diferencias en su seno, y los países angloparlantes del mundo adámico y el Imperio británico continuaban reflejando tradicionales distinciones de clase, Pero cada uno a su manera se había visto afectado por la creciente intolerancia a la desigualdad excesiva y había establecido la provisión pública para compensar las carencias privadas.
En los últimos treinta años hemos arrojado todo esto por la borda. El «hemos» varía en cada país, claro está. Los mayores extremos de privilegios privados e indiferencia pública han vuelto a aflorar en Estados Unidos y en el Reino Unido, epicentros del entusiasmo por el capitalismo de mercado desregulado. Aunque países tan lejanos como Nueva Zelanda y Dinamarca, Francia y Brasil, han expresado un interés periódico, ninguno ha igualado a Gran Bretaña o a Estados Unidos en la empresa de desmontar, a lo largo de treinta años, décadas de legislación social y supervisión económica.
En 2005, el 21.2 por ciento de la renta nacional estadounidense estaba en manos de sólo el 1 por ciento de la población. En 1968, el director ejecutivo de General Motors se llevaba a casa, en sueldo y beneficios, unas sesenta y seis veces más que la cantidad pagada a un trabajador típico de GM. Hoy, el director ejecutivo de Wal-Mart gana un sueldo novecientas veces superior al de su empleado medio. De hecho, ese año se calculó que la fortuna de la familia fundadora de Wal-Mart era aproximadamente la misma (90 000 millones de dólares) que la del 40 por ciento de la población estadounidense con menos ingresos: 120 millones de personas.
Tamaño de fuente:
Intervalo:
Marcador:
Libros similares «Algo va mal»
Mira libros similares a Algo va mal. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.
Discusión, reseñas del libro Algo va mal y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.