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Valentina Chemberdji - Lina Prokófiev

Aquí puedes leer online Valentina Chemberdji - Lina Prokófiev texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2005, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Valentina Chemberdji Lina Prokófiev

Lina Prokófiev: resumen, descripción y anotación

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ACERCA DE LA HISTORIA DE LA OBRA

¿Por qué aquí y ahora? ¿Dónde empieza la historia?

El comienzo se remonta a tiempos lejanos: la autora se traslada en su memoria a la primera mitad del siglo pasado, en concreto al año 1940, el último antes de que diera comienzo la guerra, cuando ante los ojos de una niña de cuatro años apareció la protagonista como una visión de cuento de hadas, una mujer fantástica en vivos colores que contrastaba en su manera de vestir con los tristes y grises atuendos de los demás. Brillaba. El brillo provenía de sus ojos, su cabellera negra y de las piedras preciosas que llevaba. Así vio por primera vez la autora a Lina Prokófiev, esposa de Serguéi Prokófiev. Luego comenzaría la guerra, a muchos los evacuarían de Moscú y se desvanecería el trato habitual con las amistades.

En el año 1942, en plena guerra, la autora volvería con su madre a la capital, iría a la escuela y jugaría en el patio del vecindario, mientras sus padres, compositores ambos, continuarían manteniendo amistad con Prokófiev, a quien consideraban un genio de la música y por el que sentían genuina adoración, como si se tratara de un ser venido a la tierra desde otros mundos, portador de un mensaje singular y admirado en todas sus manifestaciones. Compositor excepcional y pianista superdotado, era a la vez un gran director de orquesta, escritor y sobresaliente jugador de ajedrez y de bridge, además de un viajero incansable, que encarnaba la libertad y la independencia, y se entregaba en cuerpo y alma a todo lo que emprendía. En casa siempre se escuchaba su música y a la niña la llevaron al Teatro Bolshói para ver su Cenicienta y su Romeo y Julieta decenas de veces.

Las familias seguían viéndose, pero ahora, en vez de la bella mujer en vivos colores, a Prokófiev lo acompañaba una señora delgadita, frágil, siempre vestida de negro y con una voz nasal, apagada y cariñosa. La llamaban Mira. Pasaban buenos ratos junto a Prokófiev, cada visita del cual era motivo de alegría y orgullo.

Nada sabía la niña de la tragedia que la señora delgadita y afable había traído a la vida familiar de Prokófiev.

La maravillosa visión de antes de la guerra había desaparecido.

Mira los visitaba, traía pasteles para la niña y cartas de Prokófiev.

Pasaron muchos años antes de que Lina Ivánovna Prokófiev volviera a cruzar la puerta de nuestra casa. Grandes desgracias habían cambiado la vida de su familia durante esos veinte años. Su esposo la había abandonado para casarse con Mira Mendelson y la música de Prokófiev había sido rechazada oficialmente como dañina para el pueblo. Se había prohibido interpretarla. En 1948 arrestaron a Lina; primero la encarcelaron y luego la enviaron a campos de concentración más allá del Círculo Polar Ártico. En 1953 murió Prokófiev y los hijos se quedaron solos, al cuidado de amistades. Lina recobró la libertad en 1956. Ya no era tan joven ni tan deslumbrante, pero su mirada no guardaba huellas de lo prosaico de la vida, sino que bullía de energía vital y sus ojos seguían centelleando. Bromeaba, se reía y, como antes, lucía impecables trajes de vivos colores. Cada una de sus visitas a casa era una fiesta.

Desde comienzos de los años sesenta y hasta 1974, año en que Lina Ivánovna abandonó la Unión Soviética, nos unió una estrecha amistad. Sentía una gran admiración por ella y conocía en líneas generales las peripecias de su vida. Sin embargo, nunca se me ocurrió que habría que contar su excepcional y trágica historia.

El destino dispuso que Lina Ivánovna reapareciera ante mí en la costa del mar Mediterráneo en el decimocuarto año de mi vida en Cataluña. El mar siempre había sido la pasión de Lina y es allí donde tuve la primera conversación sobre ella con Natalia Novosílzov.

Natalia Novosílzov, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona, autora de un libro sobre el arte ruso del siglo XX y descendiente de una antigua y conocida familia de aquel país, reside en España desde hace mucho tiempo. Ella había escuchado un programa dedicado a Serguéi Prokófiev por el canal de radio Cataluña Música (por cierto, en los primeros años de mi vida aquí me aficioné tanto a los programas de este canal que mi primer artículo publicado en Rusia sobre Cataluña lo titulé «Cataluña música») en el que narraban también la vida de su primera esposa, ¡una catalana! Al enterarse de que yo conocía a la familia Prokófiev desde que era niña, Natalia Novosílzov se apasionó con la idea de contar la historia de esta maravillosa mujer, testigo de las grandezas y miserias del siglo XX, y me animó a relatar su biografía desde la misma tierra donde hundía sus raíces. Había que recuperar su imagen y personalidad, su historia caída en el olvido y tergiversada hasta lo irreconocible en el ámbito oficial de la URSS. La idea me atrajo también por otro motivo: veía en ella los rasgos de una auténtica mujer mediterránea, de un corazón apasionado; veía temperamento, estoicismo, moral rigurosa, dignidad y orgullo.

Para empezar, me trasladé a París con el fin de visitar a Sviatoslav Prokófiev, hijo mayor del compositor, residente en esa ciudad desde 1991. El hijo menor, Oleg, había fallecido en 1998 en Inglaterra.

Crucé el umbral del piso parisino de Sviatoslav en el Boulevard Auguste Blanqui no sin cierto nerviosismo y emoción, para encontrarlo rodeado de discos, libros, escritos, vídeos, cuadros y álbumes que recordaban la vida y el ambiente de la familia Prokófiev. En las paredes lucían lienzos de artistas como Natalia Goncharova, Anna Ostroúmova-Lébedeva, Vasili Shujáiev, Filip Maliavin y Kuzmá Petrov-Vodkin, entre otros grandes pintores rusos del siglo XX. Renació en mí la imagen de un Prokófiev joven, de personalidad brillante y singular, y regresó la maravillosa visión que tuve en mi infancia: el rostro de Lina, pero en su juventud, más joven que en el año 1940, cuando la había visto por primera vez.

Sin lugar a dudas, se puede decir que Sviatoslav Prokófiev hizo honor a su deber de hijo de un gran compositor: su larga y complicada labor de redacción de los manuscritos de su padre dio como resultado la aparición de dos grandes volúmenes de Diarios de Prokófiev, obra de inmenso valor tanto literario y musical como histórico que ha puesto fin igualmente a un sinnúmero de opiniones gratuitas y de especulaciones tergiversadoras en torno a la vida y la obra del compositor.

Prokófiev tenía grandes dotes de escritor. Había escrito sobre sí mismo: «Si no fuera compositor, seguramente sería escritor o poeta». Desde septiembre de 1907 hasta junio de 1933 había ido apuntando de manera abierta, precisa y detallada en su diario todo lo que ocurría en su vida cotidiana. Pero no es necesario describir aquí su diario, pues ya ha sido publicado. En un apunte del año 1919 aparece en sus páginas por primera vez Linette, es decir, Lina, nuestra protagonista, la futura esposa del compositor. En su ópera El amor de las tres naranjas, Prokófiev sustituirá el nombre de Violeta por el de Linette en honor a la que sería luego su mujer.

En cuanto a la idea de escribir la historia de Lina Ivánovna, su hijo Sviatoslav apoyó con gran entusiasmo el proyecto de contar toda la verdad sobre su vida. Tanto el mayor como el menor de los hermanos habían sufrido toda la vida por su madre, por las circunstancias que le había tocado vivir. Su recuerdo había permanecido tan sólo en el corazón de quienes la querían y conocían, pues, a pesar de ser la esposa del gran compositor ruso, sus coetáneos prefirieron no dejar constancia de su existencia en ninguna parte. Era la época en que las personas que caían en desgracia, es decir, quienes se convertían en víctimas del terror estalinista, dejaban de existir como si nunca hubiesen nacido ni pisado esta tierra. La segunda esposa de Prokófiev ni tan siquiera menciona el arresto de Lina en sus memorias. Por otra parte, en Rusia no son aficionados al arrepentimiento.

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