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Tomás Abraham - La lechuza y el caracol

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Tomás Abraham La lechuza y el caracol
  • Libro:
    La lechuza y el caracol
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2013
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A Camila y Jorge Se usa la memoria colectiva para legitimar el poder La nación - photo 1

A Camila y Jorge

Se usa la memoria colectiva para legitimar el poder. La nación argentina se convierte en un monstruo dormido que sueña la voluntad de los que mandan. Segrega palabras que le dan una identidad. Las necesita para no perderse, para sentirse dueña de un destino, depositaria de alguna misión. Un filósofo se dedica a «desrelatar», a «contraopinar», a no creer en lo que él mismo piensa, sostiene en estas páginas Tomás Abraham. La conversión de un pensamiento en una creencia es igual a un procedimiento de momificación. Pensar es como respirar, la falta de aire lo acaba, lo esteriliza, lo aplasta. Y los voceros del saber y del poder instituyente no sólo quieren que creamos, sino que lleguemos a la cumbre de la creencia: la adoración. La sociedad argentina dicen que volvió a creer. Sacrificio. Víctima. Mártir. Enemigo. Hereje. Mito. Estas son las palabras y las imágenes en las que se basa el relato. El kirchnerismo no sólo gobierna por la recuperación económica sino por una cuestión de fe, en esto se diferencia del menemismo, arriesga el autor. Abraham discute con lucidez y valentía este sistema de creencias. Por eso, los fragmentos reunidos en este libro se organizan como un contrarrelato: no son su negativo, sino la palabra de lo que aquel relato silencia y los actos que preanuncia.

Tomás Abraham La lechuza y el caracol ePub r10 Moro 270713 Título - photo 2

Tomás Abraham

La lechuza y el caracol

ePub r1.0

Moro27.07.13

Título original: La lechuza y el caracol

Tomás Abraham, 2012

Editor digital: Moro

ePub base r1.0

T OMÁS A BRAHAM Filósofo y escritor argentino nacido en Timisoara Rumania - photo 3

T OMÁS A BRAHAM Filósofo y escritor argentino nacido en Timisoara Rumania - photo 4

T OMÁS A BRAHAM . Filósofo y escritor argentino nacido en Timisoara, Rumania, en 1946.

La familia Abraham pertenecía a la comunidad judía de Rumania y en ella sólo se hablaba húngaro y alemán. Sus padres emigraron a la Argentina en 1948 cuando Tomás tenía un año y medio de edad. La familia Abraham vivió en el barrio porteño de Flores y con los años el padre fundó la compañía Hilos Tomasito, fabricante de las famosas medias Ciudadela. Tomás Abraham pasó su adolescencia en la Buenos Aires de la década del sesenta, siendo militante de izquierda, y ante los sucesos de la Noche de los Bastones Largos, Abraham decidió dejar el país. Luego viajó a Francia y participó en la rebelión de los estudiantes en el Mayo Francés de 1968. Se graduó en Filosofía (maestría, Vincennes, 1972) y en Sociología (maestría, Sorbonne, 1972). Pasó un tiempo viviendo en Japón y regresó a Argentina en 1972. En 1984 comenzó a dar clases en el Ciclo Básico Común. Como catedrático, Abraham ha trabajado en distintos institutos educativos y universidades.

INTRODUCCIÓN
A NIMALES

La lechuza es el ave de la filosofía. Vela cuando todos duermen. Vuela cuando anochece. Da vuelta la cabeza ciento ochenta grados como algunos maestros de yoga. Fue el ícono de Atenas y la inspiración de Sócrates.

El caracol según algunas fuentes es el molusco de los cínicos. Diógenes no tenía otra identidad y posesión que lo que llevaba puesto. Como el caracol que cubre el cuerpo blando con la corteza dura de un techo que es su casa, el filósofo se desplazaba con el tonel que ocultaba su desnudez mientras desafiaba al poder con una política de gestos.

La filosofía tiene su bestiario: el zorro, el león, el mono, la serpiente, el águila, el burro —uno de los más importantes, animal preferido para las discusiones escolásticas— la tortuga, la cigarra, los sapos, el lobo, el topo, los caballos —¿cómo hubieran podido volar las almas hacia el techo cóncavo de la cúpula celeste sin los carros de caballos alados?—, el toro, el gallo… ¿hace falta recordar que la filosofía nace con aquella frase final de Sócrates que evoca a un Curador?

Sócrates y Diógenes son nuestros patrones, y con ellos comienza el gran relato de Occidente. Están vivos y son seres de leyenda. Ninguno ha dejado sus escritos, o porque no los elaboraron, o porque se perdieron. Viven por el testimonio de quienes los nombran desde hace dos mil quinientos años.

Son filósofos, no son sabios. Son ignorantes, pero saben que lo son y que no pueden dejar de serlo. No son orgánicos. Recorren la ciudad. Interpelan a la gente, es decir, llaman la atención. Desplazan el eje de las discusiones. Cambian el foco con el que se miran los atenienses a sí mismos. Contradicen y se contradicen. Interfieren en la opinión pública.

La imagen del pensar que han creado tiene algo de perturbador. Molesto. Inquieto. Inagotable.

No son científicos, ni sabios, ni profesionales; son amantes, aficionados, amateurs, que cuestionan la Verdad, no la que baja de los cielos, sino la que se fabrica en la Tierra. La Verdad como Valor que legitima una Autoridad.

Éste es el horizonte de algunos de los que nos dedicamos a la filosofía, nuestros símbolos de emulación. Es una larga marcha de la historia del pensamiento la que se interpone entre aquellos fundadores y nuestro presente. Los héroes epónimos y los ejemplos de la actitud desafiante del pensador urbano —en su antigua acepción de Polis: comunidad de ciudadanos— tienen muchos nombres y cada uno de nosotros elegirá a los que siente más cercanos a sus convicciones. Todos ellos nos enseñaron que pensar es buscar un problema donde hay un mandato, un dilema donde se enuncia una vía regia, una dificultad cuando las cosas se presentan fáciles, una novedad cuando todo parece destinado y necesario, una salida cuando se nos impone un Sistema.

A NTECEDENTES DEL RELATO

El saber y el poder no existen como tales. Los que sí existen son los sabios y poderosos, que necesitan de un relato que imponga una creencia que los legitime.

La sociedad argentina tiene su relato que legitima a los protagonistas del día. La Nación es como un monstruo dormido que segrega palabras que le dan una identidad. Las necesita para no perderse, para sentirse protagonista de un destino, depositaria de alguna misión que justifique a quienes mandan.

Un filósofo se dedica a «desrrelatar», a «contraopinar», a no creer en lo que él mismo piensa. La conversión de un pensamiento en una creencia es igual a un procedimiento de momificación. Pensar es como respirar, la falta de aire lo acaba, lo silencia, lo aplasta. Y los voceros del saber y del poder instituyente, quieren que creamos, no sólo eso, sino que lleguemos a la cumbre de la creencia: la adoración.

Si Baruch Spinoza legó algo valioso a la civilización, fue su Tratado teológico político, en el que nos dice que las religiones, la suya para comenzar, el judaísmo, tiene por finalidad hacer que los hombres obedezcan. No buscan la verdad sino el sometimiento. ¿A qué?, se pregunta. ¿A Dios? ¿A la Ley? No, afirma, buscan la sumisión a la casta sacerdotal.

Fue otro excomulgado en la historia de la filosofía. Por tradición comunitaria de la grey sefaradí-holandesa: fue maldecido. Le hace eco a Federico Nietzsche quien dijo: «no hay que creer en lo que uno piensa».

Después de la crisis de 2001, el «que se vayan todos» fue una frase con más contenido que el que se creía. Se quería que se fueran todos los políticos, acompañados por las demás autoridades: policía, ejército, jueces, economistas, docentes, pastores, autoridades y dirigentes en general. La Asamblea Popular se erigió como alternativa. Hoy el verticalismo y el poder unipersonal han surgido de aquella voluntad. Sucede con frecuencia: de la voluntad de liberarlo todo, el pasaje al unicato es rápido.

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