Tomás Abraham (Rumania, 1946) es filósofo de extrema originalidad y analista preciso de las obsesiones argentinas. Gracias a su vasta obra, se ha convertido en una figura central de la producción filosófica en la Argentina.
Fundó el Colegio Argentino de Filosofía y durante treinta años dirigió el Seminario de los Jueves, un grupo de aficionados a la filosofía con el que también publicó numerosos libros. Dirigió la revista La Caja (revista de Ensayo Negro, -1992-1995). Abraham se graduó de licenciado y máster en Filosofía y Sociología por las Universidades Sorbonne-Vincennes, París. Es profesor emérito de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires y es columnista de actualidad.
INTELECTUALES, PENSADORES, FILÓSOFOS
Hace años Michel Foucault, en un entrevista conocida como “Verdad y poder”, nos hablaba de una nueva categoría que quería oponer a la idea tradicional sobre la labor y función del intelectual en la sociedad. Indudablemente, la labor que él mismo llevaba a cabo con sus escritos, y por los efectos que habían tenidos libros como La historia de la locura en la Edad Clásica y Vigilar y castigar, su figura se vio erigida en un lugar de autoridad y en un referente de prestigio en lo concerniente a temas vinculados al poder en general.
Quizás para marcar una diferencia con el legado de Jean Paul Sartre o para explayar su concepción sobre la tarea teórica que llevaba a cabo, enhebró algunas ideas sobre la noción de “intelectual específico”.
Sus análisis sobre la microfísica del poder tienen como objeto teórico el funcionamiento de determinadas instituciones que, mediante un sistema de normas y una jerarquía propia, distribuyen lugares de poder ligados a funciones específicas. El servicio hospitalario, la institución asilar, el servicio penitenciario, el paradigma monástico, fueron estudiados en su historia, en sus transformaciones, siguiendo las series convergentes que explican su emergencia epocal, en el análisis de los reglamentos y en la grilla de comportamientos autorizados, los detalles del código de procedimientos, el régimen de obediencia, las tecnologías morales de rigor para la construcción de una determinada subjetividad y la teleología que enumera los ideales que orientan el dispositivo en su conjunto.
En estas instituciones, tienen un lugar protagónico los personajes que ocupan los lugares del saber, ellos son quienes están autorizados a ejercer un poder y tienen la legitimación que les da un orden del discurso que controla tanto el espacio de producción de conocimientos como el de su validación.
Foucault, quien ya había estudiado la función que cumplían los expertos en las instituciones vinculadas a la domesticación de los cuerpos en la doble vertiente de la salud y del delito, proponía ahora volver a estudiar los mismos espacios de saber y poder, desde el punto de vista de la puesta en tela de juicio del poder y de la resistencia al sistema de dominación imperante.
Por eso quiere distinguir al intelectual clásico que juzga el comportamiento de sus conciudadanos desde un lugar de libertad, que critica al poder en nombre de los oprimidos, que se sostiene en valores universales o en ideologías totales, de otra figura desde la que intenta llevar a cabo un nuevo análisis en base a la idea de especificidad, rescatando la categoría de intelectual.
No dice “profesional”, sino intelectual, ya que con este término se evoca una figura enfrentada al poder, pero, en este caso, no situada en un lugar independiente, sino adscripto a un orden social que lo emplea, le paga y le hace formar parte del engranaje material de la producción social.
Recordemos que Sartre concebía la crítica político-cultural desde el punto de vista de lo que llamaba “compromiso”, y éste sólo podía ser ejercido sobre la base de una libertad inalienable derivada de la conciencia no refugiada en la mala fe.
Esta conciencia es la conciencia del escritor. Sin duda, que la rebelión ante la impostura del poder puede provenir de otras áreas de la cultura, pero lo que le dio el aura de personaje singular es lo que proviene del talento en el oficio literario.
Podemos explicar esta selección diciendo que no es extraño que la crítica política y social tenga su simbolismo principal en el lenguaje articulado, más que en el pictórico, el musical o el algorítmico, y como lógica consecuencia quienes se ocupan del oficio de escribir y son reconocidos por sus logros en él deberían ser quienes en primera instancia tienen los recursos de expresarse en lo relativo a las cuestiones políticas en sentido amplio.
Foucault cambia el ángulo de mira del análisis. Nos dice que este lugar de escritor libre no es el que incidirá en el futuro sobre la relación entre el saber y el poder. Quienes estarán con mayor capacidad de intervención en los juegos del poder serán aquellos que trabajan como agentes institucionales de áreas estratégicas en las que se producen conocimientos. Son ellos los que están bajo la sujeción de la jerarquía institucional y corporativa, y son ellos los eslabones que tienen la posibilidad de trabar el funcionamiento global, y son quienes pueden ejercer la resistencia al mandato vertical, de limitar la fuerza del dinero y discutir con poder propio los objetivos de las estrategias político-militares.