Thomas Mann - Ensayos sobre música, teatro y literatura
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- Libro:Ensayos sobre música, teatro y literatura
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1977
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Ensayos sobre música, teatro y literatura: resumen, descripción y anotación
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Títulos originales: Rede über das Theater, Der alte Fontane, Meerfahrt mit Don Quijote, Richard Wagner und der Ring der Nibelungen, Die Kunst des Romans, Anna Karenina, Dostojewski mit Massen, August Strindberg, Phantasie über Goethe, Fragment über Zola, Versuch über Tschechow, Versuch über Schiller
Thomas Mann, 1977
Traducción: Genoveva Dieterich
Selección de textos: Genoveva Dieterich
Editor digital: IbnKhaldun
ePub base r1.2
Nota editorial
Los ensayos de Thomas Mann se fueron publicando en cuatro volúmenes establecidos por el propio Mann a lo largo de su vida: Rede und Antwort (1922), Die Forderung des Tages (1930), Leiden und Grösse der Meister (1935) y Adel des Geistes (1945). A esta primera selección se añadieron nuevos volúmenes de ensayos. Tras la muerte del autor en 1955 se publicaron diversas selecciones de ensayos, entre ellas las compiladas por Erika Mann y Michael Mann.
La presente selección, que pretende presentar al lector los ensayos de Thomas Mann en su aspecto más universal, se basa principalmente en la edición de escritos sobre literatura de Thomas Mann realizada por Michael Mann, Thomas Mann, Essays. Band 1 Literatur (Frankfurt a.M. 1977). A ella pertenecen todos los ensayos aquí presentados a excepción de los ensayos sobre Goethe («Fantasía sobre Goethe», en Goethes Laufbahn als Schriftsteller. Zwölf Essays und Reden, Frankfurt a.M. 1982), Wagner («Richard Wagner y El anillo del Nibelungo», en Wagner und unsere Zeit, ed. Erika Mann, Frankfurt a.M. 1983) y Cervantes («Viaje por mar con Don Quijote», en Thomas Mann, Essays, vol. 4, ed. Hermann Kurzke y Stephan Stachorski, Frankfurt a.M. 1995).
(1929)
Con motivo de la inauguración de los Festivales de Heidelberg
Sin duda lo aprobarán ustedes y no lo considerarán un atropello si ante todo hago mención de la profunda sombra que en el último momento ha caído sobre nuestra fiesta. Llevamos luto por Hugo von Hofmannsthal. Lamentamos una pérdida que difícilmente podía haber afectado más al mundo del espíritu. Muchas plumas en el mundo se movilizan en esta hora en honor del glorioso difunto. No es éste el momento para competir con ellas y evaluar en palabras lo que hemos perdido con su marcha, y apreciar lo que poseemos en su persona. La inauguración de un festival cultural alemán, sin embargo, y ustedes me darán seguramente la razón, no puede imaginarse hoy sin una palabra de recuerdo solemne, apenado y afectuoso.
El giro del dolor a la alegría, al saludo dirigido a la riqueza y la fuerza de la vida, me resulta fácil. El año pasado, cuando Heidelberg celebró su festival veraniego de teatro, que ha alcanzado fama rápidamente, se encontraba aquí Gerhart Hauptmann, el más ilustre, el primero en el reino dramático de la actualidad alemana, e hizo el pregón del festival con su discurso inolvidable sobre el árbol de Gallowayshire. Un predecesor de tal calibre podría quitar el ánimo. Pero al servirme del único medio para eliminar la timidez que me invade al pensar en ello, puedo estar felizmente seguro de actuar de acuerdo con el sentir y el deseo cordial de toda esta concurrencia. Este medio es la reverencia ante Hauptmann, con la que nos honramos a nosotros mismos como alemanes; y consiste en saludar con respeto y fidelidad a este hombre majestuoso, en expresar la satisfacción de todos nosotros porque su gran presencia embellece, una vez más, este festival y porque la más dolorosamente alemana de sus obras, el drama profundamente popular Florian Geyer, va a pasar, bajo su mirada, ante nosotros. Hoy nos quejamos mucho de que el teatro ha perdido el contacto con el pueblo. Me parece que este contacto se restablece en cuanto se representa Hauptmann. Los tejedores, El cochero Henschel, Rose Bernd fueron en su día productos atrevidos y discutidos de una escuela artística revolucionaria, festejados por una élite de literatos cultos y avanzados. Hoy vemos que son piezas populares, en el sentido más noble de la palabra, vemos que siempre lo fueron, también cuando se las tenía por literatura experimental para la academia —encabezadas por la ejemplar historia de caballeros y campesinos, en la que el espíritu y el destino populares están concebidos y moldeados a lo grande como tragedia nacional.
Este saludo y este homenaje debían, ante todo, servir para mi alivio. Queda —mi tema, esta materia tumultuosa, multicolor y empapada en aventura, el teatro, un tema propenso a dejar agolparse los pensamientos y a dejar latir más aprisa el corazón en una confusión de placer y aprensión. El teatro, esta cuestión esencial de la nación espiritual —pues sigue siéndolo aunque la nación empírica no tenga ni tiempo ni ganas para preocuparse mucho del asunto: ¡con qué podría yo atreverme a contribuir a la crítica y la explicación de su naturaleza, de su situación del momento, de sus aspectos futuros, a la vista de todo lo que han pensado y dicho en el pasado las más claras y perspicaces cabezas de Alemania y de todo lo que se piensa y dice a diario en conferencias polémicas, en los ensayos de revistas culturales o de esas que se dedican expresa y especialmente al teatro, al drama, al arte escénico! Me basta con hojear una serie de ejemplares de la revista bimestral del Berliner Bühnenvolksbund Das Nationaltheater, o echar un vistazo al programa redactado por algún diligente joven dramaturgo de cualquier teatro de provincia alemán, para darme cuenta de que habría que madrugar mucho para participar con cierta dignidad en una discusión alemana sobre el teatro. No hablo de la crítica del día, que comenta una función concreta y que generalmente se ejerce con seriedad y sensibilidad. Existe en Alemania una literatura filosófico-teatral, profunda e inteligentemente aplicada, llevada por la preocupación cultural que le inspira su imponente objeto. Por demasiada preocupación, quizá. El tema al que yo quisiera reducir y limitar la seductora amplitud de la tarea de hablar sobre el teatro ya se anuncia: el tema del miedo. Hay demasiado miedo en el mundo y, sobre todo, en Alemania; demasiados augurios negros y pronósticos apocalípticos, demasiadas condenas de la época y autocondenas; demasiado miedo que busca la salvación de la cultura, lo que en el fondo quiere decir: miedo por la vida, un miedo algo ingenuo, y además un miedo que no corresponde en absoluto a los alemanes, el pueblo de la vida y de la gran confianza, el pueblo del «muere y renace».
Pero me adelanto, y de manera imprecisa. Me expongo a que se me interprete en el sentido de que aconsejo la frivolidad en cosas de teatro. «¿Y por qué no? —oigo pensar—. Así nos va por encargar a un narrador para hacer de orador en un festival de teatro. ¿Qué es para él la escena? Carece de una relación seria y concienzuda con ella. Probablemente la escena es para él, si es que es algo, un entretenimiento, pero no un problema; por eso intenta quitarnos de la cabeza la preocupación por el destino del teatro, y sólo demuestra con ello que como escritor de novelas ajeno al teatro no es el hombre adecuado para su misión de pregonero». —El mejor hombre, desde luego que no, soy consciente de ello. Pero no por ser narrador. La relación del novelista alemán con el teatro es especial; es todo menos una no-relación. Está siempre determinada y bendecida clásicamente por el fervor cordial con el que trata de ella la novela representativa de los alemanes, la obra capital en prosa de Goethe. Que Wilhelm Meister sea, en el fondo, una novela sobre el teatro, lo dice todo. El teatro ha tenido el inmenso honor —permítanme expresarme en estos términos— de ser integrado en el sistema psicológico de la experiencia de la humanidad autobiográfica-autodefinitoria-pedagógica y, por fin, social de Goethe; el teatro está en el origen de esta vivencia, de la pasión por el teatro nace todo ese cosmos de amor, aprendizaje, educación, y surge como recuerdo fundamental una y otra vez y en los momentos más inesperados: así cuando más tarde Wilhelm, en los años de peregrinaje, estudia para cirujano y anatomista y descubre que está ya muy adelantado en el conocimiento del cuerpo humano gracias, sorprendentemente, a su carrera teatral. «¡Bien mirado —dice—, allí el ser humano físico tiene el papel principal, un hombre guapo, una mujer hermosa! Si el director tiene la suerte de dar con ellos, los autores de comedias y de tragedias están a buen recaudo. Las circunstancias más libres en las que vive esa sociedad familiarizan a sus integrantes más que ninguna otra relación con la verdadera belleza de los miembros desnudos; también los trajes diferentes obligan a evidenciar lo que normalmente está tapado… Y de esta manera yo estaba suficientemente preparado para prestar cumplida atención a la lección de anatomía que enseña a conocer más de cerca las partes externas; por lo mismo, tampoco me eran extrañas las partes internas ya que siempre he tenido una cierta intuición de ellas».
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