Thomas Mann - ¡Escucha, Alemania!
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- Libro:¡Escucha, Alemania!
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1945
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¡Escucha, Alemania!: resumen, descripción y anotación
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Título original: Deutsche Hörer!
Thomas Mann, 1945
Traducción: Juan José Utrilla Trejo
Editor digital: IbnKhaldun
ePub base r1.2
(15 de septiembre de 1942)
Durante el otoño de 1940, la British Broadcasting Company me mandó preguntar si querría yo dirigir a mis compatriotas —por medio de su emisora y a intervalos regulares— breves alocuciones en las cuales yo comentaría los acontecimientos de la guerra y en donde trataría de incidir sobre el público alemán en el mismo sentido de mis convicciones tantas veces expresadas.
Como el gobierno nazi me había quitado toda posibilidad de acción intelectual en Alemania, no creí que debiera desaprovechar esta ocasión de establecer contacto —por muy frágil y difícil que esto fuera y, desde luego, a espaldas del gobierno— con el pueblo alemán y con los habitantes de los territorios sometidos. Mis palabras no serían retransmitidas desde América por onda corta sino desde Londres por onda larga y, por consiguiente, serían recibidas con ayuda del único tipo de aparato receptor que el pueblo alemán fue autorizado a poseer. Además, resultaba tentador volver a escribir en mi idioma, pues lo que yo escribiría se oiría en su forma original, en alemán. Acepté enviar mensajes mensuales y después de algunos ensayos pedí que mis alocuciones se prolongaran de cinco a ocho minutos.
Esas emisiones se efectuaron, al principio, de la manera siguiente: yo enviaba por cable mis textos a Londres y allí un empleado de la BBC, de lengua alemana, les daba lectura. A sugerencia mía, pronto se utilizó un procedimiento que aunque más complicado es, sin embargo, más directo y, por tanto, mejor. En el Recording Department de la NBC en Los Ángeles, grabo yo mismo en un disco lo que tengo que decir. El disco es enviado por avión a Nueva York, y su contenido se retransmite por teléfono a Londres en otro disco que entonces se hace sonar ante el micrófono. De esa manera, los que se atreven a escuchar en Alemania reciben no sólo mi mensaje sino mi propia voz también.
Me escuchan más personas que las que se habría podido esperar, no solamente en Suiza y en Suecia sino también en Holanda, en el «Protectorado» checo y en la propia Alemania. La audiencia la demuestran los «ecos» que recibimos desde esos países, los cuales nos llegan cifrados de la manera más extraña. Desde Alemania, nos llegan de forma indirecta. En el territorio ocupado de Alemania hay, de modo manifiesto, personas cuya hambre y sed de palabras de libertad son tan grandes que desafían los peligros que implica la audición de emisiones enemigas. La prueba más concluyente de lo que aquí afirmo —prueba a la vez alentadora y repugnante— es que en un discurso pronunciado en una taberna de Munich, el propio Führer ha hecho alusión inequívoca a mis alocuciones y me ha citado por mi nombre como uno de aquellos que tratan de levantar al pueblo alemán contra él y contra su sistema. «Pero esa gente —bramó— se equivoca de medio a medio: el pueblo alemán no es así, y aquellos que son así se encuentran, gracias a Dios, tras las rejas».
De esa boca ha salido tanta basura que yo experimento un ligero sentimiento de asco al oírle pronunciar mi nombre. Y, sin embargo, esta declaración es inapreciable para mí, aunque su absurdo sea evidente. El Führer ha expresado, a menudo, su desprecio al pueblo alemán, su convicción de que ese pueblo está poseído por la cobardía y el servilismo, de que es manifiesta la estupidez de esta raza de hombres y su aptitud ilimitada para dejarse engañar. Sin embargo, cada vez que habla de esto ha omitido explicarnos cómo ha logrado ver, al mismo tiempo, en los alemanes a una raza de «señores» destinada a dominar el mundo. ¿Cómo un pueblo que psicológicamente está establecido que jamás se levantará, ni siquiera contra él, puede ser una raza de «señores»? Pido a ese «héroe» de la historia someter un día entre dos planes de batalla, esta cuestión a un examen lógico.
Tal vez él tenga razón al exponer su plena seguridad de que el pueblo alemán «no es así». Lo curioso es que cuando más odioso ha sido fue cuando tuvo razón. Llamar a un pueblo a la rebelión no es creer necesariamente que sea capaz de hacerla. Lo que creo es que Hitler no puede ganar su guerra. La mía es una creencia metafísica y moral, no sólo fundada sobre datos militares. Además, cada vez que expreso esto en estas páginas es absolutamente sin ninguna simulación. Pero está lejos de mí tratar de afirmar la peligrosa idea de que la victoria de las Naciones Unidas es naturalmente cierta y que, fundándose en ese carácter natural y esta certidumbre, es posible permitirse no sólo cualquier falta sino incluso cualquier abandono de la voluntad, cualquier desfallecimiento del corazón y toda reserva «política» con respecto a sus aliados y la paz que habrá que conquistar tras la enconada lucha.
En estos tiempos, no es posible permitirse absolutamente nada, no es posible permitirse la menor de las cosas después de todo lo que ya se ha permitido. Esta guerra, en verdad, habría podido evitarse, y el hecho mismo de que tuviera que suceder es una pesada carga moral sobre nosotros. La guerra tiene un origen sombrío y sus móviles determinantes no se han disipado. Por el contrario, estos móviles siguen actuando subterráneamente y amenazan con la paz y la victoria. Perderemos la guerra si hacemos de ella una guerra mala y no una guerra justa: la guerra de los pueblos por su libertad.
(Estocolmo, agosto de 1945)
Las 25 emisiones transmitidas por Thomas Mann al pueblo alemán aparecieron en forma de libro en septiembre de 1942. Esta primera edición fue impresa en Estados Unidos por H. Wolf, Nueva York, y debido a las condiciones entonces imperantes, nunca llegó a Europa.
Ahora que ha terminado la guerra y con ella la serie de alocuciones de Thomas Mann, la editorial presenta en la segunda edición todas las emisiones, las cuales fueron pronunciadas desde octubre de 1940 hasta mayo de 1945.
(Ciudad de México, junio de 2003)
A pesar de que Deutsche Hörer! circuló ampliamente y fue leído en muchos idiomas —incluso en una primera versión parcial publicada en septiembre de 1942 en Estados Unidos—, nunca tuvo una edición en lengua española. Con el paso de los años, y sepultado bajo la enorme producción narrativa y ensayística de Thomas Mann, este libro «curioso» casi desaparece por completo del mapa literario del escritor nacido en Lübeck, el 6 de junio de 1875. Así, para las generaciones que vieron la luz a partir de los años 50, sobre todo para las de habla española cuyos padres llegaron a la madurez durante la Segunda Guerra, este libro de Thomas Mann se convirtió en el secreto mejor guardado de las bibliotecas: fuera de Alemania, casi nadie lo comenta.
Tal vez esto se deba al hecho de que no se trata de ensayos formales o la novelización del problema del fascismo, tal como la vemos —por ejemplo— en Mario un der Zauberer (Mario y el mago), o en Doctor Faustus, donde se percibe la progresiva destrucción de la cultura alemana gracias a las dos guerras. Además, en los años 50 el mundo estaba mucho más ocupado en su reconstrucción que en leer los ruegos de un escritor exiliado, dirigidos a un pueblo vencido, su propio pueblo.
Aun así, hay muchas razones para editar ¡Escucha, Alemania! en estos momentos. No sólo porque se trata de las palabras de uno de los escritores más grandes de Occidente. No sólo porque refleja fielmente la angustia extrema de un hombre que observa, de lejos y con impotencia, cómo una ideología totalitaria —el nacionalsocialismo, en este caso— puede carcomer y destruir sin piedad lo mejor de una nación. Publicamos este libro porque, después de todo, el mundo no ha cambiado tanto. Los nombres de los países son otros, los de sus líderes también. Pero hace falta recordar lo que sucedió entre 1933 y 1945, cómo lo permitimos, lo que hizo falta para detenerlo y —especialmente— el daño irreparable que nos hizo a todos sin excepción.
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