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Klaus Mann - Hijo de este tiempo

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Klaus Mann Hijo de este tiempo
  • Libro:
    Hijo de este tiempo
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1932
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Hijo de este tiempo: resumen, descripción y anotación

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La presencia afectuosa de su madre la mágica y distante de su padre la - photo 1

La presencia afectuosa de su madre, la mágica y distante de su padre, la compañía teatral que creó con su inseparable hermana Erika, el paso por diferentes colegios e internados, la toma de conciencia de la propia sexualidad, la reputación de enfant terrible en los inicios de su actividad literaria… Con gran delicadeza, Klaus Mann revive en Hijo de este tiempo (que se publicó por primera vez en 1932, cuando tenía veinticinco años) su infancia y su juventud y lleva a cabo un pormenorizado retrato de la vida cotidiana en Alemania durante la Primera Guerra Mundial y la República de Weimar. En estas páginas aflora también una cuestión que lo acompañaría a lo largo de su vida: ser hijo de un escritor como Thomas Mann y tener inquietudes literarias propias.

Klaus Mann Hijo de este tiempo ePub r10 Titivillus 170717 Título original - photo 2

Klaus Mann

Hijo de este tiempo

ePub r1.0

Titivillus 17.07.17

Título original: Kind dieser Zeit

Klaus Mann, 1932

Traducción: Carlos Fortea

Fotografía de la cubierta: Trude Geiringer y Dora Horowitz

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Para Ricki Hallgarten La réalité ne se forme que dans la mémoire MARCEL PROUST - photo 3

Para Ricki Hallgarten

La réalité ne se forme que dans la mémoire.

MARCEL PROUST

NOTA PRELIMINAR

Si acometo la empresa de escribir algo así como la «historia de mi infancia», en modo alguno es porque tenga la osadía de considerar llamativa e interesante precisamente la historia de mi infancia, sino única y exclusivamente porque me parece digna de contarse la historia de una infancia cuyos primeros ocho años precedieron al estallido de la Gran Guerra, de tal modo que la revolución nos pilló con doce años, y la inflación con dieciséis y diecisiete.

No cabe olvidar, antes aún que las circunstancias histórico-políticas de esa juventud, las sociológicas. ¿Somos hijos del capitalismo tardío, los últimos retoños malcriados de una burguesía altamente intelectualizada? Nuestra niñez, todavía bastante protegida de puertas afuera, se vio, en su profundo interior, de tal modo arrastrada por las anómalas y espantosas circunstancias de su tiempo que se volvió más incierta, más amenazada de lo que normalmente se supone que lo están las «infancias burguesas». Su historia podría por tanto, en última instancia, constituir una pequeña y modesta aportación a la gigantesca historia de la crisis de la burguesía, en medio de la cual nos encontramos, como es sabido, desde hace quince años. Si tanto mi padre como mi madre procedían aún de un ambiente —en sentido sociológico— puramente capitalista (por distintas que fueran en todos los demás sentidos la casa de los comerciantes de Lübeck y la de los eruditos de Múnich), está claro que las formas de vida en las que nosotros crecimos ya no eran en modo alguno puramente burguesas. Durante unos cuantos años, no tuvimos casi nada que comer y nada que ponernos: esto es importante, porque en este terreno ya no podía ocurrir nada que nos resultase nuevo e insufrible. Más importante es que nos faltó aquel suelo firme bajo los pies que nuestros padres aún habían tenido. Tanto desde el punto de vista moral como desde el económico, no tuvimos nada con lo que contar. No había forma de construir sobre ningún presupuesto ético ni sobre los intereses de patrimonio alguno.

Este fragmento de mis recuerdos se interrumpe en el instante en que, según todos los indicios, me convierto en adulto (en otoño del año 1924). En ese momento empezarían las «memorias», es decir, una mirada privada hacia el pasado; porque con el arranque de esa nueva hora todo lo que en mi vida ha sido más que «privado» tenía forzosamente que afluir a aquello que intentaba escribir. Aquí sólo he querido trazar los caminos, directos y extraviados, que me llevaron hasta ese punto de la edad adulta; me parecían —aunque condicionados por circunstancias personalísimas e irrepetibles— lo suficientemente característicos de la época que fue su gran telón de fondo. No obstante, se me antoja que incluso el escritor del anhelado Estado colectivo sólo será capaz de decir algo en nombre de la generalidad si sabe tomar lo particular como ejemplo y parábola. Nuestro objetivo no es la superación del individualismo, sino la inserción de la conciencia individual en una más amplia, más colectiva. Los escritores, incorregibles, jamás dejarán de hablar de sí mismos, pero se sabrán parte de un todo cuando parezcan recogerse en lo más privado de sí mismos.

Recordar siempre es útil, nunca se es lo bastante joven para hacerlo. Arrojando luz sobre lo que ha pasado, se podría incluso aprender algo acerca del oculto futuro. Nos mostraremos más dignos y a la altura de los cambios de la historia universal —hacia los que avanzamos más o menos aprisa y a los que saludamos llenos de fe— si aclaramos nuestros orígenes que si, en el clima de pánico de la marcha hacia ellos, destruimos todo lo que ha quedado a nuestras espaldas.

PAISAJE INFANTIL

Sería bueno reflexionar mucho para decir un poco de lo así perdido, de aquellas largas tardes de la infancia que jamás regresaron… ¿y por qué?

RILKE

¿Por dónde empezar? Al principio, hay oscuridad. De la oscuridad surge la leyenda. Conservamos nuestros primeros recuerdos en la misma forma en que la humanidad recuerda sus primeras aventuras: en forma de mito. Sin duda no es sólo pereza mental, sino también sagrado temor, lo que nos inclina a mantener intacta esa oscuridad en vez de iluminarla y suprimirla con todos los medios de que disponemos. Analizar el mito no siempre es una tarea agradable; aunque se trate sólo del mito de nuestra propia infancia. Otra cosa es investigarlo con reverencia; iluminarlo sin destruirlo. El mito de la infancia es la más sensible de las materias. Ah, si uno tuviera una sensibilidad tan delicada y exacta como la de Proust, que conserva toda la magia del recuerdo al analizarlo del modo más preciso.

Para él, la única realidad son los recuerdos. Y al igual que de una cucharada de té, cuyo sabor despierta en él una infinidad de asociaciones, hace surgir el primer volumen de su Tiempo perdido —el volumen sobre Combray, con toda su mágica densidad—, así me esfuerzo ahora en seguir el rastro de mis recuerdos hasta las profundidades míticas en las que comenzaron, y me sirvo al hacerlo, como Proust, de las impresiones que se ofrecieron a mi gusto y a mi olfato como de una sonda que arrojo a la oscuridad de ese abismo que llamamos memoria. Por más precisión que emplee al arrastrarla, no encuentro el fondo. La oscuridad es demasiado profunda, no logro distinguir nada. Sólo a los cinco o seis años hay algo de claridad. Lo que creo ver antes está tan borroso que no sabría distinguir hasta qué punto debe su existencia a lo narrado, a imágenes vistas (fotografías, etc.), o es real…, es decir: recuerdo real. que de niño llevaba largos rizos dorados hasta los hombros, pero ya no siento esos rizos, sino tan sólo el corte a lo paje que me hicieron muchísimo después. Tampoco veo a mi hermana Erika como una niña pequeña, sino como una escolar ya crecidita, de mirada seria, con el cabello negro y enmarañado y las rodillas llenas de arañazos.

Y sin embargo, ¿no son todo esto intuiciones? ¿No hay nada que se parezca a un primer, alejadísimo y maravilloso recuerdo? Las marcas de goma —me vienen ahora a la mente con toda nitidez, pero quizá me engaño—: un cochecito de niño; el paseo al borde del Isar (Widenmayerstrasse): ¿cómo considerarlo? Es oscuro y frágil, y a la vez tiene la indestructible dureza de lo sustancial. ¿Cómo entenderlo? La reja de hierro de un balcón. Tiene que ser el balconcito de nuestra primera casa en la Franz-Joseph-Strasse, donde nací. ¿Fui a gatas en un descuido del comedor al balcón, o es que la niñera me ató a las rejas? Aparte del tacto del hierro, no hay nada. No hay nada, por más íntimamente que tanteo y escucho; por más fuerte que cierro los ojos y pongo en tensión las fuerzas más secretas de mi ser…

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