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Thomas Szasz - Ideología y enfermedad mental

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Thomas Szasz Ideología y enfermedad mental
  • Libro:
    Ideología y enfermedad mental
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1970
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Ideología y enfermedad mental: resumen, descripción y anotación

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Los psiquiatras afirma Szasz suelen ocultar y mistificar su toma de partido - photo 1

Los psiquiatras, afirma Szasz, suelen ocultar y mistificar su toma de partido tras un manto de neutralidad terapéutica, sin admitir jamás que son los aliados o adversarios del paciente. En vez de definir su intervención como beneficiosa o dañina, liberadora u opresora para el «paciente», insisten en definirla como un «diagnóstico» y «tratamiento de la enfermedad mental». Es justamente en este punto, según el autor, donde reside el fracaso moral y la incompetencia técnica del psiquiatra contemporáneo. Se trata entonces de reevaluar la psiquiatría definiéndola como una empresa moral y política, desenmascarando una ideología que «menoscaba al hombre como persona y lo oprime como ciudadano». Szasz encuentra además evidencias de la acción de dicha ideología en campos como la educación o la política.

Thomas Szasz Ideología y enfermedad mental Ensayos sobre la deshumanización - photo 2

Thomas Szasz

Ideología y enfermedad mental

Ensayos sobre la deshumanización psiquiátrica del hombre

ePub r1.1

Titivillus 14.06.15

Título original: Ideology and insanity. Essays on the psychiatric dehumanization of man

Thomas Szasz, 1970

Traducción: Leandro Wolfson

Retoque de cubierta: Titivillus

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

13 Adónde va la psiquiatría I Antes de ponernos a especular sobre el futuro - photo 3

13. ¿Adónde va la psiquiatría?
I

Antes de ponernos a especular sobre el futuro de la psiquiatría me parece oportuno pasar revista a algunos aspectos de su pasado reciente y de su estado actual. Me limitaré a la psiquiatría norteamericana y a su evolución desde 1908.

He elegido 1908 como punto de partida porque fue ese el año de la creación de la Sociedad de Higiene Mental de Connecticut, grupo que dio origen, un año después, al Comité Nacional de Higiene Mental. Por una de esas coincidencias que a veces se dan en la historia, 1909 fue también el año de la visita de Freud a la Universidad Clark, en Worcester, Massachusetts.

Estos dos hechos, que tuvieron lugar casi al mismo tiempo y a unos pocos centenares de kilómetros de distancia sobre la costa Este de Estados Unidos, simbolizan, al menos para mí, las dos fuerzas principales que desde entonces modelaron la psiquiatría norteamericana: el movimiento de higiene mental y el psicoanálisis. Analicémoslos por separado.

II

Fundado y promovido en sus comienzos por Clifford Whittingham Beers, el movimiento de higiene mental fue un típico movimiento de reforma social. Como sucede con muchos movimientos de ese tipo, su leitmotiv psicológico era el desprecio por el hombre —en este caso, por los llamados enfermos mentales—. Su premisa básica era que el demente merece que se lo ayude, y en realidad debe ser ayudado —le guste o no le guste—; pero respeto no merece. A algunos les parecerá que esta opinión es excesivamente dura o injusta; no creo que sea ni una ni otra cosa. Unos pocos ejemplos bastarán.

«Un hombre insano es un hombre insano», escribió Beers, «y mientras lo sea debe internárselo en una institución para su tratamiento». Quisiera recordar al lector que esto acontecía en 1912, cuando la inscripción grabada en la estatua de la Libertad aún no había sido convertida en reliquia histórica por las leyes contra los inmigrantes sancionadas luego de la Primera Guerra Mundial. No se percibe con claridad de qué manera habría de mejorarse la salud mental de los futuros inmigrantes impidiéndoles entrar al país con argumentos psiquiátricos.

Desde el punto de vista histórico, el movimiento de higiene mental es heredero directo de un movimiento intelectual y social más vasto cuya «paternidad» se atribuye a Saint-Simon y al que Hayek denominó correctamente «la contrarrevolución de la ciencia». Brevemente expuestas, las características de este movimiento, y en especial del tipo de ciencia social que en él se basa, son las siguientes: primero, el individuo es considerado un objeto más que un sujeto; segundo, no se asigna al individuo ninguna importancia, mientras que se asigna importancia suprema al grupo —ya se trate de la comunidad, la nación, la sociedad o la humanidad en su conjunto—; y tercero, a semejanza de las ciencias físico-naturales, la finalidad de la ciencia social (y de la psiquiatría) es la predicción y control de la conducta humana. Es inherente a este enfoque el desprecio por el ser humano como individuo autónomo: nos encontramos así con que una élite «científica» aspira a controlar a las masas, considerándolas inferiores a ella.

El movimiento de higiene mental es un eslabón de esta cadena ideológica. Su fundador, Beers, despreciaba al hombre —sobre todo si era enfermo mental o pobre— y se oponía implacablemente a la idea de que la conducta mentalmente perturbada pudiera tener sentido y ser comprendida. Para él, dicha conducta era tan carente de sentido como el cáncer o la neumonía. Así, sencillamente. No es de sorprender que esta concepción encontrara favorable acogida entre las principales figuras médicas de la época. En realidad, esa fue la intención de Beers: su movimiento había sido creado para los pacientes mentales, no por ellos: sus líderes y organizadores eran psiquiatras y directores de establecimientos médicos. Su finalidad era controlar a los pacientes mentales, no comprenderlos.

Este punto de vista ha seguido ganando adeptos. De hecho, en la psiquiatría norteamericana es hoy más poderoso que nunca. Citaré solo algunos mojones de su evolución.

En 1924 se fundó la Asociación Ortopsiquiátrica Norteamericana, merced a una iniciativa de Karl Menninger, quien se dirigió por carta a 26 psiquiatras urgiéndolos a participar en la creación de un organismo integrado por «representantes de la concepción neuropsiquiátrica o médica del delito». Así pues, tampoco la conducta delictiva sería tratada ya como esencialmente humana y comprensible, sino como una conducta «enferma» de la que hay que buscar las causas más que las razones. El propio nombre de «ortopsiquiatría» es sugestivo, pues denota la arrogante creencia de que un grupo de psiquiatras está habilitado para «enderezar» la conducta «torcida» de algunos de sus semejantes.

La concepción médica de la «enfermedad mental», así como de todos los demás tipos de conducta, se convirtió de este modo en la piedra de toque del movimiento de higiene mental. En un auténtico estilo saint-simoniano, esta postura fue definida como algo que estaba más allá de la ética, por encima de los «principios morales». En su influyente libro The human mind, publicado en 1930, Karl Menninger expresó esta opinión como sigue: «… se continúa hablando de las parodias a la justicia resultantes de la introducción de los métodos psiquiátricos en los tribunales. Ahora bien: ¿qué ciencia o qué científico se interesa por la justicia? ¿Es justa la neumonía? ¿O el cáncer? […] El científico busca mejorar una situación infortunada. Esto sólo puede lograrse descubriendo y respetando las leyes científicas que rigen en esa situación, no hablando de “justicia”, no debatiendo conceptos filosóficos de equidad basados en la teología primitiva». Viendo las cosas en retrospectiva, parece claro que fueron pocos los que tomaron en serio las implicaciones morales de esta posición. Aún hoy, las similitudes entre la moral «terapéutica» de la higiene mental y la política totalitaria son curiosamente pasadas por alto.

Al estallar la Segunda Guerra Mundial, la imagen del psiquiatra como tecnólogo social utopista ya estaba bien establecida y contaba con fuerte apoyo. (Las discrepancias eran escasas y apenas audibles). Lasswell, en un artículo de 1938, muestra cómo se exhortaba al científico social a que trocara la comprensión por el control, la verdad por el poder:

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