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Vladímir Arséniev - Por el territorio del Ussuri

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Vladímir Arséniev Por el territorio del Ussuri

Por el territorio del Ussuri: resumen, descripción y anotación

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Capítulo I

El Barranco de Cristal

La bahía Taytún. La aldea de Shkótovo. El río Beytsa. Encuentro con una pantera. Da-Dian-Shan. Ciervos siberianos.

En 1902, durante uno de mis viajes en comisión de servicio con un equipo de cazadores, ascendí por el río Tsimuje y el Lefu. Posteriormente tenía que examinar todas las sendas que se hallaran junto al lago Janka y que estuvieran próximas a la vía férrea del Ussuri.

La cadena montañosa de la que aquí estoy hablando comienza cerca del Imán y se extiende hacia el sur en paralelo al Ussuri en dirección NNE a SSO, de tal modo que por el oeste le quedan el Sungacha y el lago Janka, y por el este el Daubije. Más adelante se bifurca. Un ramal fluye hacia el sudoeste formando la sierra Bogataya Grivá.

La parte superior del golfo de Ussuri se llama la bahía de Maytún, la cual anteriormente penetraba muy profundamente en el subsuelo. Es algo que salta a la vista desde el primer momento. Los actuales acantilados costeros han retrocedido unos 5 kilómetros hacia el interior. La desembocadura del Tangouzi antes estaba en el lugar de los actuales lagos San. En algún punto entre los pantanos se mantienen charcas de agua, que muestran dónde se hallaban anteriormente los lugares más profundos. Este lento proceso de retroceso del mar y de aumento de la tierra firme también está teniendo lugar ahora. La bahía de Maytún pronto correrá la misma suerte. Actualmente ya tiene bastante poca profundidad. Las orillas occidentales se componen de porfiditas y las orientales de sedimentos terciarios. En el valle del Mayje se han formado granitos y sienitas. Y por su parte oriental, basaltos.

La aldea de Shkótovo se halla cerca del delta del Tsimuje, en su margen derecha. Su fundación data sobre 1864. Los honguzhis.

Pasamos dos días en aquel lugar, examinando sus inmediaciones y pertrechándonos para nuestro largo viaje. El río Tsimuje, de 30 kilómetros de longitud, fluye en dirección latitudinal y en su margen derecha solo cuenta con un afluente: el Beyjú. Los colonos locales llaman al valle por el que discurre este río «Barranco de Cristal». Recibió tal nombre por una fansá china de ganaderos en cuya ventana se puso un pequeño trozo de cristal. Cabe señalar que en aquel entonces no había ni una fábrica de cristal en todo el territorio del Ussuri, por lo que este material era especialmente apreciado en lugares tan remotos. En lo profundo de las montañas y los bosques era un objeto de trueque. Una botella vacía podía cambiarse por harina, sal, almorejo china era un lujo. Esta circunstancia atrajo la atención de los primeros colonos, que llamaron «de Cristal» no solo a la fansá y al riachuelo, sino también a toda la zona colindante.

Desde Shkótovo, por el valle del Tsimuje, asciende primeramente un camino vecinal que, tras dejar atrás la aldea de Novorossiysk se transforma de golpe en una senda. Siguiéndola, en dirección al pueblo de Novonezhin, puede alcanzarse tanto el Suchan como el Kangouzu. El camino pasa varias veces de una orilla a otra, razón por la cual durante las riadas se pierde su rastro.

Partimos de Shkótovo temprano y el mismo día llegamos al Barranco de Cristal, adonde entramos. El río Beytsa fluye en dirección OSO de manera casi rectilínea y solo cerca de su desembocadura gira hacia el oeste. La anchura del Barranco de Cristal no es igual en todos sus puntos; unas veces se estrecha hasta unos 100 metros, otras se ensancha en más de un kilómetro. Como la mayoría de los valles en el territorio del Ussuri, se distingue por ser asombrosamente plano. Las lomas de las montañas que lo bordean, cubiertas de nudosos robledales, son muy escarpadas. Muy rara vez quedan jalonados los lindes donde la llanura toma contacto con las montañas, cosa que atestigua que allí tuvieron lugar grandes procesos de denudación. Anteriormente el valle fue mucho más profundo y solo después se fue rellenando con los sedimentos fluviales.

Según íbamos adentrándonos en las montañas, la vegetación mejoraba. Espesos bosques mixtos, entre los que había muchos cedros, sustituían a los robledales poco frondosos. Un pequeño sendero abierto por los cazadores y buscadores de ginseng chinos nos hacía las veces de hilo de Ariadna. Al cabo de un par de días alcanzamos el lugar donde se hallaba la «Fansá de Cristal», pero solo encontramos sus ruinas. La senda se complicaba cada día. Se veía que el hombre no caminaba por ella desde hacía mucho tiempo. Estaba cubierta de hierba y en muchos sitios estaba obstruida por troncos. Pronto la perdimos por completo. Pero vimos sendas de animales, que utilizamos mientras nos condujeron por la dirección deseada, aunque en su mayor parte discurrían por tierra virgen. Al tercer día, al atardecer, nos aproximamos a la sierra de Da-Dian-Shan, que se abre en ese punto en dirección meridional y tiene una altura media de cerca de 700 metros. Tras dejar a los hombres abajo, Olentiev y yo ascendimos a una de las cumbres vecinas para ver desde allí si faltaba mucho para llegar al puerto. Desde arriba se veían bien todas las montañas. Resultó que la línea divisoria de aguas se hallaba a 2 o 3 kilómetros de nosotros. Quedaba claro que no llegaríamos al puerto al atardecer. Si lo hubiéramos conseguido, nos habríamos arriesgado a pasar la noche sin agua, porque en esa época del año las fuentes de los manantiales alpinos están casi secas. Decidí hacer vivac donde habíamos dejado los caballos y marchar al puerto al día siguiente con fuerzas renovadas.

Normalmente nunca alargaba nuestra ruta hasta el anochecer; nos deteníamos para poder armar el vivac, plantar las tiendas y recoger leña para la noche antes de que oscureciera. Mientras los fusileros estaban atareados con el montaje del campamento, yo utilizaba ese tiempo libre y me iba a examinar las inmediaciones. Mi acompañante permanente en este tipo de excursiones era Polikarp Olentiev, excelente persona y estupendo cazador que contaba entonces con veintiséis años. Era de estatura media, bien proporcionado y sus cabellos de color castaño claro, rasgos marcados y bigote pequeño darán al lector cierta idea sobre su apariencia. Olentiev era un optimista. Incluso en las ocasiones en las que nos veíamos en una situación desagradable, no perdía el buen humor y se esforzaba por convencerme de que «todo iría a mejor en el mejor de estos mundos». Tras dar las indicaciones necesarias, agarrábamos el fusil y nos marchábamos a explorar.

El sol apenas se había ocultado por el horizonte, cuando sus rayos comenzaron a dorar las cumbres de las montañas y en los valles surgieron las sombras del crepúsculo. Con un cielo pálido de fondo, el perfil de las copas de los árboles y sus hojas amarillentas quedaba muy contrastado. En los pájaros, los insectos y la hierba seca —en una palabra, por todas partes e incluso en el aire— ya se percibía la proximidad del otoño.

Al cruzar aquella pequeña cordillera, fuimos a dar al valle contiguo, cubierto por un espeso bosque que el lecho seco de un gran arroyo alpino atravesaba. En ese punto nos separamos. Yo marché por un banco de guijarros y Olentiev por la derecha. No habían pasado ni dos minutos cuando de su lado retumbó un disparo. Me giré y en ese instante vi brillar en el aire algo ágil y colorido. Corrí adónde se hallaba. Estaba cargando la carabina a toda prisa, pero, como a propósito, un cartucho se había atascado en el cargador y la tapa no se abría.

—¿A quién has disparado? —le pregunté.

—Creo que a un tigre —contestó—. Había una fiera en un árbol. Apunté bien y seguramente le he dado.

Finalmente sacamos el cartucho atascado. Olentiev cargó otra vez el arma y avanzamos con cautela hacia el lugar donde se escondía el animal. La sangre sobre la hierba seca indicaba que, en efecto, estaba herido. Olentiev se detuvo de repente y se puso a aguzar el oído. Un poco más adelante, a nuestra derecha, se oían unos resoplidos. No se podía ver nada a través de la maleza, formada por helechos. Un árbol grande caído al suelo nos obstaculizaba el camino. Olentiev estaba ya a punto de saltar sobre sus ramas, cuando el animal se anticipó y se lanzó impetuosamente al encuentro. Olentiev disparó a toda prisa, a bocajarro, sin ni siquiera apoyar la culata sobre el hombro. Pero lo hizo con mucho tino; la bala dio justo en la cabeza de la fiera. Cayó sobre el árbol y quedó pendida sobre él de tal modo que la cabeza y las patas delanteras quedaron colgando por un lado y la parte trasera del cuerpo por el otro. El animal herido hizo unos movimientos convulsivos más y empezó a hocicar. En ese instante su centro de gravedad cambió de lugar, avanzó lentamente y cayó pesadamente a los pies del cazador.

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