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Simon Garfield - Cronometrados

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Simon Garfield Cronometrados
  • Libro:
    Cronometrados
  • Autor:
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    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2016
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Simon Garfield Londres 1960 es autor de más de una docena de exitosos libros - photo 1

Simon Garfield (Londres, 1960) es autor de más de una docena de exitosos libros de no ficción, entre ellos los best sellers internacionales Es mi tipo. Un libro sobre fuentes tipográficas (2011), En el mapa. De cómo el mundo adquirió su aspecto (2013) y Postdata. Curiosa historia de la correspondencia (2015), y editor de una trilogía de diarios del Mass Observation Archive —Our Hidden Lives, We are at War y Private Battles—, que proporcionan información única sobre la II Guerra Mundial y sus secuelas. Por su estudio sobre el sida en Gran Bretaña, The End of Innocence, obtuvo el premio Somerset Maugham. Vive entre Londres y St. Ives, Cornualles

ALICIA: ¿Cuánto dura la eternidad?

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Para Ben Jake Charlie Jack y Justine Y en memoria de Rena Gamsa - photo 2

Para Ben, Jake, Charlie, Jack y Justine.

Y en memoria de Rena Gamsa.

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INTRODUCCIÓN

MUY, MUY TEMPRANO O MUY, MUY TARDE

T e encuentras en Egipto. No en el Antiguo Egipto, que sería un lugar razonable en el que ambientar las primeras líneas de un libro sobre el tiempo, sino en el Egipto moderno, un Egipto salido de la revista Condé Nast Traveller, con sus playas de arena fina, sus turistas, sus pirámides y su sol cayendo a plomo sobre el Mediterráneo. Estás sentado en un restaurante, a pie de playa, cerca de Alejandría. En la orilla, un pescador lanza la caña con la esperanza de atrapar algo rico para la cena: un buen salmonete, quizá.

Estás de vacaciones después de un año agotador. Tras el almuerzo, paseas hasta donde se encuentra el pescador, que habla un poco de inglés. Te muestra su captura. No ha cogido mucho, pero no pierde la esperanza. Como sobre pesca y sobre ser oportunos algo sabes, le preguntas por qué no se coloca en unas rocas cercanas que se adentran un poco en el mar. Desde ellas podría lanzar el sedal más lejos que desde su viejo taburete plegable. Así cumpliría antes con su captura diaria.

—¿Y por qué iba a querer hacer eso? —te pregunta.

Le explicas que, si pescara peces más rápido, conseguiría una captura más abundante y no solo se llevaría la cena a casa, sino que podría vender el excedente en el mercado. Con las ganancias, podría comprar una caña mejor y una nevera portátil para el pescado.

—¿Y por qué iba yo a querer hacer eso? —insiste.

Pues para capturar más peces, más rápido. Con la venta ganaría usted suficiente para comprar una barca. Así podría pescar en mar adentro y conseguir aún más pescado en un tiempo récord, gracias a esas grandes redes que usan los arrastreros. De hecho, usted mismo podría terminar comprando un arrastrero, y todo el mundo le trataría de capitán.

—¿Y por qué iba yo a querer hacer eso? —vuelve a preguntar con condescendencia. Empieza a resultar molesto.

Vivimos en el mundo moderno, un mundo marcado por la ambición y por el culto a la celeridad, así que presentas tus argumentos con creciente impaciencia. Si tuviera usted un barco, pescaría tanto que, sin duda, se convertiría en un magnate del sector; podría fijar usted mismo los precios, comprar más barcos, contratar empleados y, por fin, haría realidad el sueño de cualquiera: jubilarse pronto y pasar el día sentado al sol, pescando.

—¿Como estoy haciendo ahora mismo, quiere decir?

* * *

Veamos brevemente ahora el caso de William Strachey. Este nació en 1819 y ya desde la escuela tuvo vocación de servicio público. Mediada la década de 1840, trabajaba en la Oficina Colonial de Calcuta, donde llegó al convencimiento de que los indios, y en particular los habitantes de esa ciudad, habían encontrado el modo de controlar la hora con total exactitud (los mejores relojes de la India, en esa época, probablemente eran, sin embargo, los fabricados en el Reino Unido). Cuando regresó a Inglaterra, tras cinco años en ultramar, decidió seguir viviendo según la hora de Calcuta. Una valiente determinación, pues la diferencia horaria con Londres era, por norma, de cinco horas y media.

William Strachey era tío de Lytton Strachey, el eminente crítico y biógrafo victoriano. El biógrafo de Lytton, Michael Holroyd, ha señalado que a William se le consideraba uno de los más excéntricos de la familia, que ya es decir, dado el amplio abanico de rarezas por las que los Strachey sentían predilección.

William Strachey vivió hasta los ochenta y tantos, así que residió más de medio siglo en Inglaterra, pero con la hora de Calcuta: desayunaba a la hora del té, almorzaba a la luz de las velas y se veía obligado a hacer cálculos fundamentales cuando se trataba de tomar el tren y, en general, para cualquier tarea cotidiana, como la compra o el ingreso de un depósito en el banco. No obstante, en 1884 la cosa se complicó aún más, pues la hora en Calcuta se adelantó 24 minutos con respecto a la del resto de la India, de manera que Strachey empezó a vivir 5 horas y 54 minutos por delante de sus conciudadanos. Algunas veces era imposible dilucidar si llegaba muy, muy temprano o muy, muy tarde.

Algunos amigos de Strachey (no es que tuviera muchos) se acostumbraron a esta excentricidad, la misma que puso a prueba la paciencia de su familia cuando se le ocurrió comprar una cama mecanizada en la Exposición Internacional de París de 1867. La cama incorporaba un reloj diseñado para despertar al ocupante a una hora determinada, pero no de cualquier manera: la cama se levantaba bruscamente gracias a un resorte. Strachey modificó el mecanismo para, con el impulso de la cama, volar y aterrizar junto a la puerta del baño. Pese a sus planes, debió de sentarle tan mal despertarse de ese modo la primera vez que la probó que no vio otra opción que destrozar el dispositivo a martillazos. Según Holroyd, William Strachey pasó el resto de su vida en botas de agua y, poco antes de morir, legó a su sobrino una importante colección de calzones de colores.

* * *

Entre la serenidad del pescador y la locura de Strachey se dirime la vida de todos los seres humanos, obligados siempre a hacer concesiones de un tipo o de otro. ¿Queremos una vida de pescador a la orilla del mar o una vida sometida al reloj? La respuesta es que deseamos ambas. Envidiamos a quienes llevan una existencia despreocupada, pero no tenemos tiempo para darle demasiada importancia al asunto. Queremos que el día tenga más horas, pero tememos terminar, probablemente, desaprovechándolas. Trabajamos todas las horas del mundo para, en algún momento, poder trabajar menos. Hemos inventado el tiempo de calidad para distinguirlo de ese consabido otro tiempo. Colocamos un reloj en la mesita de noche que, al final, siempre deseamos tirar por la ventana.

El tiempo, antaño sujeto pasivo, es hoy un sujeto agresivo. Domina nuestras vidas de un modo que seguramente los primeros relojeros habrían encontrado insoportable. Creemos que el tiempo se nos escapa. La tecnología lo acelera todo y, como sabemos que las cosas irán aún más rápido en el futuro, deducimos que hoy nada es lo suficientemente veloz. Las zonas horarias que poseyeron el alma de William Strachey quedan obsoletas por la luz del día que perpetuamente brilla en internet. Pero lo más extraño de todo esto es que, si pudieran, los primeros relojeros nos dirían que el péndulo se balancea a la misma velocidad que siempre y que los calendarios están fijados con siglos de anticipación. Hemos atraído a nosotros este cáliz de prisas. El tiempo parece pasar más rápido porque nosotros lo obligamos.

Este libro trata sobre nuestra obsesión con el tiempo y sobre nuestro anhelo por medirlo, controlarlo, venderlo, grabarlo, representarlo, inmortalizarlo y darle sentido. A lo largo de las siguientes páginas contaré cómo, durante los últimos 250 años, el tiempo se ha convertido en una fuerza pertinaz que domina nuestras vidas, y me preguntaré por qué, tras decenas de miles de años escudriñando el cielo en busca de señales vagas y volubles, hoy necesitamos exactitud atómica en nuestros teléfonos y ordenadores; y no una vez o dos al día, sino de forma continuada y compulsiva. Este libro tiene dos objetivos sencillos: contar unas cuantas historias esclarecedoras y plantear una pregunta: ¿por qué nos hemos vuelto tan locos?

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