Simon Schama - CIUDADANOS
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- Libro:CIUDADANOS
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1989
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CIUDADANOS: resumen, descripción y anotación
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Simón Schama ha escrito una nueva y magnífica crónica de la Revolución Francesa.
El eje del libro está en la transformación que alteró para siempre la historia de Europa: el paso de los hombres y mujeres de «sujetos» a «ciudadanos». En lugar de la versión tan trillada de un viejo régimen muriendo de enfermedad y decrepitud, Schama nos muestra un país en ebullición, cegado por el culto a lo nuevo, donde se hace evidente el derrumbe de las antiguas diferencias entre nobles y plebeyos.
La trágica oscuridad de esta visión eufórica de libertad y felicidad en un escenario de hambre, ira, terror y muerte es el tema de esta obra de Schama. Los conflictos de la historia se expresan en la experiencia personal de los hombres y mujeres, cuyas vidas él relata. Algunos de ellos no nos son familiares; otros, más famosos —tales como Talleyrand y Lafayette, Marat, Mirabeau y Robespierre— están enriquecidos con todas sus contradicciones.
Partiendo de fuentes de la historia social, cultural y política, Schama encuentra el marco de su historia en imágenes y artefactos, cerámicas, calendarios y almanaques, caricaturas y pinturas, canciones y obras. Su particular punto de vista, que oscila entre las vidas privadas y públicas, nos acerca más de lo que hemos estado alguna vez a la realidad humana de la Revolución Francesa.
Simon Schama
Crónica de la Revolución Francesa
Ciudadanos - 1
ePub r1.0
Titivillus 23.12.17
Título original: CITIZENS. A Chronicle of the French Revolution
Simon Schama, 1989
Traducción: Aníbal Leal Fernández
Retoque de cubierta: Titivillus
Primera Parte
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
A JACK PLUMB
SIMON SCHAMA, Londres, 13 de febrero de 1945, es profesor de Historia del arte e Historia en la Universidad de Columbia de Nueva York. Desde 1995 es crítico de arte y cultura de The New Yorker y columnista de The Guardian. Entre sus libros destacan Ciudadanos: crónica de la Revolución Francesa (Javier Vergara editor, 1990), The Embarrassment of Riches: An Interpretation of Dutch Culture in the Golden Age (1997), Los ojos de Rembrandt (2002), Confesiones y encargos: ensayos de arte (2002), Auge y caída del imperio británico (Crítica, 2004) y Rough Crossings (2005).
Alteraciones
La Francia de Luis XVI
J’avais revé une république que tout le monde
eût adorée. Je n’ai pu croire que les hommes
fussent si féroces et si injustes.
Camille Desmoulins
a su esposa desde la prisión
4 de abril de 1794
(Había soñado con una república venerada por el
mundo entero. No podía creer que los hombres
fuesen tan feroces y tan injustos).
… Fue en verdad una hora
De fermento universal; los hombres más benignos
Estaban agitados, y las conmociones, el choque
De la pasión y la opinión resonaban en los muros
De los pacíficos hogares con inquietos sonidos.
El suelo de la vida común era entonces
Demasiado cálido para pisarlo; a menudo dije entonces,
Y no sólo entonces, ¡qué burla es esta
de la historia; del pasado y lo que vendrá!
Ahora siento cómo he sido engañado
Leyendo la crónica de las Naciones y sus obras, creyendo,
Confianza otorgada a la vanidad y el vacío;
¡Oh! Qué burla merece la página que refleje
En los tiempos futuros el rostro de lo que es ahora.
William Wordsworth
The Prelude (texto de 1805)
Libro IX 164-77
L’histoire accueille et renouvelle ces gloires déshéritées; elle donne nouvelle vie à ces morts, les ressuscite. Sa justice associe ainsi ceux qui n’ont pas vécu en même temps, fait réparation à plusieurs qui n’avaient paru qu’un moment pour disparaitre. Ils vivent maintenant avec nous qui nous sentons leurs parents, leurs amis. Ainsi se fait une famille, une cité commune entre les vivants et les morts.
Jules Michelet
Prefacio a Histoire
du XIXe Siécle, Vol. II
(La historia acoge y renueva estas pasadas glorias; confiere nueva vida a estos muertos, los resucita. Su justicia asocia así a los que no fueron contemporáneos, otorga una reparación a varios que habían aparecido sólo un momento para desaparecer. Viven ahora con nosotros de modo que sintamos a sus padres y sus amigos. Así se forma una familia, una ciudad común entre los vivos y los muertos).
Cuando fue preguntado acerca del significado de la Revolución Francesa, se dice que el primer ministro Chu En-lai contestó: «Es demasiado pronto para decirlo». Doscientos años aún pueden significar que es demasiado pronto (o quizá demasiado tarde) para decirlo.
Los historiadores han depositado excesiva confianza en el saber aportado por la distancia, pues han creído que en cierto modo confiere objetividad, uno de esos valores inalcanzables en los cuales han depositado tanta fe. Quizás haya argumentos favorables a la proximidad. Lord Acton, que pronunció sus primeras y famosas conferencias acerca de la Revolución Francesa en Cambridge durante la década de 1870, aún podía escuchar de primera mano, de labios de uno de los miembros de la dinastía de los Orléans, el recuerdo de este hombre sobre «Dumouriez balbuceando en las calles de Londres cuando oyó la noticia de Waterloo».
La sospecha de que el partidismo ciego perjudicó fatalmente las grandes crónicas románticas de la primera mitad del siglo XIX dominó la reacción erudita durante la segunda mitad. A medida que los historiadores se institucionalizaron para convertirse en una profesión académica, llegaron a creer que la investigación concienzuda en los archivos podía aportar desapasionamiento: el prerrequisito para extraer las misteriosas verdades de causa y efecto. El efecto deseado debía ser científico más que poético, impersonal más que apasionado. Y si bien durante cierto tiempo las narraciones históricas continuaron enfrascadas en el ciclo vital de los estados-naciones europeos —las guerras, los tratados y los destronamientos— la atracción magnética de las ciencias sociales fue tal, que las «estructuras», tanto sociales como políticas, parecieron convertirse en los objetos principales de la indagación.
En el caso de la Revolución Francesa esto implicó apartar la atención de los hechos y las personalidades que habían dominado las crónicas épicas de las décadas de 1830 y 1840. La luminosa reseña de Tocqueville, El antiguo régimen y la Revolución, fruto de su propia investigación en los archivos, suministró un caudal de fría razón allí donde antes sólo existían las ardientes riñas del partidismo. El carácter olímpico de sus percepciones reforzó (aunque desde un punto de vista liberal) la afirmación científica marxista de que el significado de la Revolución debía buscarse en cierto gran cambio sobrevenido en el equilibrio del poder social. Desde ambos puntos de vista, las manifestaciones de los oradores eran poco más que una charla vaporosa, que disfrazaba mal la impotencia que padecían a manos de las fuerzas históricas impersonales. Asimismo, el flujo y el reflujo de los hechos podía llegar a ser inteligible sólo si se desplegaba de manera que revelase las verdades
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