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René Guénon - El Reino de la Cantidad y los signos de los Tiempos

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René Guénon El Reino de la Cantidad y los signos de los Tiempos
  • Libro:
    El Reino de la Cantidad y los signos de los Tiempos
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1945
  • Índice:
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El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos es la obra magna de René - photo 1

El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos es la obra magna de René Guénon en cuanto a la crítica al mundo moderno y sus concepciones más arraigadas. En ella desarma desapasionada y rigurosamente, pieza por pieza, los componentes de la modernidad, haciéndolos ver como ingenuas caricaturas del conocimiento verdadero.

Los postulados presentados en su anterior obra la Crisis del mundo moderno son aquí desarrollados in extenso y provistos de un marco doctrinal más profundo.

Comienza formulando claramente las concepciones de materia, calidad, cantidad y tiempo, desde una óptica opuesta a la visión materialista y mecanicista moderna, ya que son explicadas ubicándose desde el orden metafísico para luego ir descendiendo hasta llegar al orden de la manifestación.

De este modo Guénon deconstruye las categorías epistemológicas y las concepciones del mundo más universalmente admitidas por la modernidad, no dejando en pie ni ciencias exactas ni sociales, ni religiones ni pseudoesoterismos o pseudoiniciaciones, en suma, ninguna de las concepciones modernas ni instrumentos intelectuales con que la civilización esconde su incapacidad de acceder al plano metafísico.

Una civilización que, además, se vanagloria de su ignorancia creyendo ser el resultado del progreso y la evolución. Una civilización decadente cuyas concepciones científicas, de las que tanto se enorgullece, son desenmascaradas como «residuos» degenerados de las antiguas ciencias tradicionales, dando lugar a una existencia vaciada de todo lo que constituía su propia esencia.

Las previsiones de Guénon son en la actualidad incluso más evidentes, desde la vulgarización general en todas las esferas sociales, pasando por el avanzado proceso de solidificación o materialización de nuestro mundo, y el más preocupante y palpitante proceso de subversión y disolución como corolario.

Las fuerzas de la acción anti-tradicional y contra-iniciática que operan detrás de esos procesos son puestas a la luz con maestría sin igual en este libro realmente singular.

René Guénon El Reino de la Cantidad y los signos de los Tiempos ePub r10 - photo 2

René Guénon

El Reino de la Cantidad y los signos de los Tiempos

ePub r1.0

Titivillus 24.04.18

Título original: Le règne de la quantité et les signe des temps

René Guénon, 1945

Traducción: Ramón García & Agustín López

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Advertencia del Editor Digital Se han seguido las grafías de transliteración de - photo 3

Advertencia del Editor Digital

Se han seguido las grafías de transliteración de vocablos empleadas por René Guénon.

Capítulo I

Cualidad y Cantidad

Generalmente, calidad y cantidad suelen considerarse como dos términos complementarios, si bien la causa profunda de tal relación dista mucho de ser comprendida; la razón ha de buscarse en la correspondencia que hemos señalado en último lugar anteriormente. Por tanto, aquí será preciso partir de la primera de todas las dualidades cósmicas, de aquella que se encuentra en el principio mismo de la existencia o de la manifestación universal y sin la cual ninguna manifestación sería posible en ninguna de sus modalidades. Tal dualidad es, según la doctrina hindú, la que se establece entre Purusha y Prakriti que, si se quiere usar otra nomenclatura, podría llamarse de la «esencia» y la «substancia». Ambas deben ser consideradas como principios universales por constituir los dos polos de toda manifestación; sin embargo, a otro nivel o, mejor dicho a otros múltiples niveles, análogos a los campos más o menos particularizados que pueden distinguirse en el seno de la existencia universal, también pueden emplearse analógicamente estos mismos términos, con un alcance relativo, para designar lo que corresponde a tales principios o bien lo que más directamente los representa respecto a un modo determinado y más o menos restringido de la manifestación. Así, podrá hablarse de esencia y de substancia, ya sea refiriendo estos términos a un mundo, es decir, a un estado de existencia determinado por ciertas condiciones especiales, o bien en relación con un ente considerado en particular, o inclusive con cada uno de los diversos estados de éste, es decir, con su manifestación en cada uno de los grados de la existencia. En este último supuesto, la esencia y la substancia constituyen naturalmente la correspondencia microcósmica de lo que ambas suponen, desde el punto de vista macrocósmico, para el mundo en el que se sitúa dicha manifestación, es decir, que ambas no son sino particularizaciones de los mismos principios relativos, que a su vez son determinaciones de la esencia y de la substancia universales referidas a las condiciones del mundo de que se trate.

Cuando se les da esta acepción relativa, y sobre todo cuando están referidas a los entes particulares, la esencia y la substancia equivalen en definitiva a lo que los filósofos escolásticos llamaron «forma» y «materia»; no obstante, preferimos eludir en lo posible la utilización de tales términos ya que, debido sin duda a una imperfección de la lengua latina a este respecto, expresan con bastante imperfección las ideas que deberían haber materializado y se han ido haciendo cada vez más equívocos en virtud de la acepción completamente diferente que el lenguaje moderno ha dado generalmente a tales palabras. Sea como fuere, decir que todo ente manifestado es un compuesto de «forma» y de «materia» equivale a afirmar que su existencia procede necesaria y simultáneamente de la esencia y de la substancia y, por ende, que en él hay algo que corresponde a uno y otro de los referidos principios de forma tal que viene a ser como una resultante de su unión o, para hablar con mayor precisión, de la acción ejercida por el principio activo o esencia sobre el principio pasivo o substancia; así, en la aplicación que se hace de ellos de manera más especial en el caso de los entes individuales, esta «forma» y ésta «materia» que los constituyen son respectivamente idénticas a lo que la tradición hindú designa con los nombres de nâma y rûpa. Ya que estamos señalando las concordancias entre las diferentes terminologías —lo que puede permitir a algunos la transposición de nuestras explicaciones a un lenguaje al que estén más habituados facilitándoles su cabal comprensión— añadiremos también que lo que se llama «acto» y «potencia», en el sentido aristotélico, corresponde igualmente a la esencia y la substancia; por otra parte, estos dos términos son susceptibles de una aplicación más extensa que los de «forma» y «materia»; pero, en el fondo, decir que en todo ente existe una mezcla de acto y de potencia viene a ser una vez más la misma cosa, pues en él el acto es aquello por donde participa en la esencia mientras la potencia es aquello por donde participa en la substancia. Ni el acto puro ni la potencia pura podrían localizarse en la manifestación, por no ser, en definitiva, sino los equivalentes de la esencia y substancia universales.

Dicho esto podemos hablar de la esencia y de la substancia de nuestro mundo, es decir, de aquel que es dominio del ser individual humano, y señalaremos que, conforme a las condiciones que en rigor definen este mundo, los dos principios aparecen en él respectivamente bajo los aspectos de la cualidad y de la cantidad. Ello puede parecer ya evidente en lo que a la cualidad se refiere, ya que la esencia, en definitiva, es la síntesis prístina de todos los atributos que pertenecen a un ser haciendo de él lo que es, y que atributos y cualidades en el fondo son términos sinónimos; asimismo podríamos señalar que la cualidad, considerada como el contenido de la esencia, valga la expresión, no está restringida exclusivamente a nuestro mundo, sino que es susceptible de una transposición que universaliza su significado, característica nada sorprendente, dado que aquí representa el principio superior. No obstante, en esta universalización, la cualidad deja de ser correlativa de la cantidad pues ésta en cambio permanece estrictamente vinculada a las condiciones específicas de nuestro mundo; además, ¿no suele referirse, desde un punto de vista teológico, la cualidad a Dios incluso cuando se habla de Sus atributos, mientras que resultaría manifiestamente inconcebible transponer análogamente sobre El cualquier tipo de determinaciones cuantitativas? Tal vez pudiera objetarse que Aristóteles incluye la cualidad, al igual que la cantidad, entre las «categorías», que no son más que modalidades especiales del ser y por tanto no coextensivas a él, mas ello se debe a que no efectúa la referida transposición y a que tampoco tiene por qué efectuarla, ya que la enumeración de las «categorías» no se refiere más que a nuestro mundo y a sus condiciones, de manera que, en él, la cualidad sólo puede y debe ser comprendida en el sentido, más sensible desde nuestro estado individual, que la presenta, como hemos dicho en un principio, como correlato de la cantidad.

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