Teología de los signos de los tiempos latinoamericanos
Horizontes, criterios y métodos
©Virginia Raquel Azcuy, Carlos Schickendantz, Eduardo Silva
Editores
©Ediciones Universidad Alberto Hurtado
Alameda 1869 – Santiago de Chile
– 56-02-8897726
www.uahurtado.cl
ISBN e-book: 978-956-9320-14-9
Registro de propiedad intelectual N° 228436
Este es el décimo primer tomo de la colección T EOLOGÍA DE LOS TIEMPOS
Colección Teología de los tiempos
Diagramación digital: ebooks Patagonia
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CONTENIDO
INTRODUCCIÓN
En 1965, en la etapa final del Concilio, Mons. Manuel Larraín expresó que aquello que había vivido la asamblea conciliar era ciertamente impresionante, pero que “si en América Latina no somos atentos a nuestros propios signos de los tiempos, el Concilio pasará al lado de nuestra Iglesia”. Asumir esta tarea es la misión que se ha dado el Centro Teológico Manuel Larraín y que queremos acometer con este libro. Tarea teológica que intenta “elaborar una teología que sea realmente digna del Vaticano II” (K. Rahner) y que “tenga en cuenta la situación que vive la inmensa mayoría de los latinoamericanos” (G. Gutiérrez). Una teología del tiempo presente y de la situación latinoamericana, “una teología de los signos de los tiempos latinoamericanos”. Como introducción a esta publicación es conveniente sintetizar los elementos implicados en esta teología, señalar lo que estimamos que son sus características fundamentales.
En primer lugar es teología.
Pretendemos hablar de la situación presente a la luz de la fe, desde la Palabra de Dios, desde aquello que nos ha sido revelado en Jesucristo. Para ello el concurso de otras disciplinas, en particular de la filosofía y de las ciencias sociales es indispensable; el sentido económico, psicológico, histórico y político de la realidad es relevante para auscultar su sentido. Sin ellos el sentido teológico de la realidad es incomprensible, porque estos sentidos son condiciónnecesaria, pero no suficiente. Pues en esta realidad lo que buscamos y aquello de lo cual queremos dar razón es la voz de Dios en medio de las voces humanas, esa voz oculta y revelada en esas mismas voces. Nos ocupamos del paso de Dios en la actuación de Cristo por el Espíritu, de cómo Cristo actúa por el Él en la multiplicidad de los signos y testigos. Porque Cristo acontece en toda realidad por el Espíritu, se manifiesta en los acontecimientos, en los fenómenos, en la vida cotidiana de los creyentes y buscadores de sentidos. Por este camino, nos acercamos a una cristología pneumatológica, desafío fundamental para una teología de los signos de los tiempos, como ha señalado J. Noemi. Lo manifestado por Cristo en la historia continúa mostrándose en los acontecimientos de estos tiempos por el soplo de su Espíritu, lo que fue dicho en Cristo de una vez para siempre sigue resonando en nuevos relatos del presente, el don de Dios en su Hijo se prolonga y actualiza en el don del Espíritu dado a la humanidad como apelación de su libertad y exigencia del reino de Dios.
En segundo lugar es teología de la historia.
Teología como interpretatio temporis en el decir de P. Hünermann. El tiempo puede ser portador de un significado teológico, religioso, divino. Puede ser, y en Cristo resucitado de hecho lo es, lugar de la presencia de Dios. Puede tener positividad teológica. Es la entrada del tiempo y la historia en la teología que permite recomprender la revelación. Junto con sostener que Dios se ha revelado particularmente en la historia de Israel y ha mostrado su plenitud en la historia de Jesús de Nazaret, que la Palabra de Dios ha entrado en el tiempo y que el Verbo se ha encarnado, la teología tiene la tarea de indicar las implicaciones concretas para toda historia de ese acontecimiento. Debe sacar las consecuencias de lo que ocurre en el presente y en la situación a raíz de esa entrada de Dios en el tiempo.
Esta valoración de la historia, del tiempo presente, de la situación, es a la vez una característica de nuestra razón contemporánea, que bien podemos denominar “una razón hermenéutica”. Estamos —se dice— en “la edad hermenéutica de la razón”. Ello significa que ya no concebimos la historia como una totalidad abordable especulativamente. Pero la renuncia al saber absoluto hegeliano no nos obliga a un historicismo, en el que solo hay fragmentos inconexos, tiempos inconmensurables, diferencia irreductible. La posibilidad de un discernimiento en la historia abre un camino entre la filosofía de la historia y el historicismo. Porque la pretensión de una teología de la historia se realiza en una teología de los signos de los tiempos. Se realiza auscultando el sentido de las historias concretas, la historia vivida, narrada, interpretada.
La pluralidad de los signos se interpreta desde un único signo —“y no se les dará otro signo que el signo del profeta Jonás” (Mt 12,39). Los signos de los tiempos se leen desde la plenitud de los tiempos o mejor los signos revelan, denotan, indican la presencia de la plenitud de los tiempos en ellos. Es en la historia, en el tiempo presente, en la historia concreta personal y colectiva, que acontece el Dios de Jesucristo.
Los signos pueden ser fenómenos muy amplios. Vale para ellos lo dicho por M. McGrath en el proceso de redacción de Gaudium et spes al indicar que la expresión “signos de los tiempos” se usa en sentido general y no técnico, es decir, refiere a hechos importantes, “fenómenos que por su difusión y su gran frecuencia caracterizan una época y a través de los cuales encuentran expresión las necesidades y las aspiraciones de la humanidad actual” (F. Houtart). Acontecimientos, fenómenos que son significativos, que señalan, indican, significan. Lo dice espléndidamente Y. Congar en medio de los debates conciliares: “Quien dice ‘signo de los tiempos’ confiesa que tiene alguna cosa que aprender del tiempo mismo”. Aprender, con la ayuda de todas las mediaciones oportunas, en qué “acontecimientos, exigencias y deseos” (GS 11) nos está llamando el Señor de la historia… Descubrir el único signo, Jesucristo en su misterio pascual de muerte y vida, en la multiplicidad de los signos. Interpretar el tiempo y la presencia de Dios en él bajo la guía del Espíritu.
En tercer lugar es teología posconciliar.
A 50 años de su inicio comprendemos mejor porqué el posconcilio ha sido un tiempo de crisis, tensiones, aperturas y retrocesos. Concilio pastoral, esfuerzo de diálogo y aggiornamento eclesial, nuevo Pentecostés, son las expresiones de Juan XXIII, quien lo convoca para que el mensaje cristiano vuelva a ser un anuncio eficaz en este tiempo presente y para nuestros contemporáneos. Se trata de “un período de aprendizaje, todavía inacabado, en el curso del cual una nueva figura del catolicismo se intenta instituir”. Este paso de una Iglesia fundamentalmente europea a una Iglesia que se despliega en todos los continentes queda justamente verificado en el hecho que la Iglesia latinoamericana ha sido una de las grandes protagonistas de la recepción del Concilio. Con creatividad y originalidad, de la que tanto las sucesivas conferencias generales del episcopado (Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida) como la propia teología latinoamericana dan testimonio.