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Egeria - Viaje de Egeria

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Egeria Viaje de Egeria
  • Libro:
    Viaje de Egeria
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    ePubLibre
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    0384
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Viaje de Egeria: resumen, descripción y anotación

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TEXTOS ADICIONALES

CARTA DE ABGAR A JESÚS

Abgar Ujama, toparca, a Jesús salvador bueno, que ha aparecido en la región de Jerusalén, salud. He oído de ti y de tus curaciones, hechas por ti sin medicinas ni hierbas; pues, como corre la voz, haces que los ciegos vean, los cojos anden, limpias a los leprosos y arrojas espíritus inmundos y demonios; curas a los que sufren con larga enfermedad, y resucitas a los muertos. Y oyendo esto de ti, me ha venido a la mente que, una de dos: o tú eres el Dios que bajado del cielo haces esto, o eres el hijo de Dios que lo hace. Por eso, pues, escribo rogándote vengas pronto a mí y cures el mal que tengo. Además, he oído que los judíos murmuran de ti y quieren hacerte daño. La ciudad que tengo es muy pequeña pero digna, y bastará para ambos.

CARTA DE JESÚS A ABGAR

Dichoso eres tú que has creído en Mí sin haberme visto; pues de Mí está escrito que los que me han visto no creerán en Mí, mientras que los que no me han visto, esos creerán y vivirán. Pero en cuanto a lo que me escribes de ir a ti, es necesario que yo cumpla todo aquello para lo que he sido enviado aquí, y después de haberlo cumplido, suba enseguida al que me ha enviado; y después de haber subido, te enviaré alguno de mis discípulos para sanar tu mal, y te dará vida a ti y a los que están contigo.

Eusebio, Historia eclesiástica, 1.1 c. 13 n 6-10.

CARTA DE VALERIO A LOS MONJES DEL BIERZO

El padre Flórez, en su monumental España Sagrada —típico producto del espíritu ilustrado del siglo XVIII— describe la región del Bierzo como la que «mejor puede competir con la Tebaida y con los más santos desiertos de Palestina». En efecto, abundaban los monasterios y cuevas de anacoretas en torno al que todavía se llama hoy, con nombre significativo y poético, Valle del Silencio. Valerio fue abad de varios de esos monasterios que proliferaban al sur de Ponferrada, en las laderas y valles de unos montes por los que más tarde discurriría el Camino de Santiago. Murió el año 695 en el monasterio de San Pedro de los Montes, a poca distancia de la joya mozárabe de Santiago de Peñalba. Fue autor Valerio de muchos libros y tratados, algunos perdidos; esta Epístola de Beatissimae Echeriae laude se conserva en cinco códices diferentes, y su estilo ampuloso y retórico, que he pretendido remedar en mi traducción, contrasta vivamente con el latín llano y coloquial de Egeria.

Comienza la carta en loor de la bienaventurada Egeria, dirigida por Valerio a los hermanos monjes del Bierzo:

Os ruego, hermanos venerables y amados de Dios, que con espíritu solícito consideréis cuán amplio ha de ser el ejercicio de diversas obras para alcanzar como premio el reino de los cielos. Cuando contemplamos los hechos virtuosos de los varones más fuertes y santos, más se destaca la constante práctica de la virtud en la fragilidad de la mujer, tal y como nos refiere la preclara historia de la bienaventurada Egeria, superior en fortaleza a todos los varones de su siglo.

Así pues, cuando antaño el renacer de la venerable fe católica y la radiante y profunda claridad de la sagrada religión irradiaban al fin con luz crepuscular en el extremo de esta región occidental, esta bienaventurada monja Egeria, consumida por la llama del deseo de la gracia divina, con el sustento de la majestad del Señor, emprendió un largo periplo por todo el orbe, con todas sus fuerzas y con un corazón intrépido.

Así, avanzando poco a poco bajo la égida del Señor, llegó a los sacratísimos y anhelados lugares del nacimiento, pasión y resurrección del Señor, y hasta los cuerpos de mártires esparcidos por diversas provincias y ciudades para orar ante ellos y alimentar su devoción. Cuanto más versada en la santa doctrina, tanto más ardía en su corazón la llama de un deseo inextinguible.

Examinando con todo detalle los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento y cuantos lugares de los más señalados santos halló consignados en las diversas regiones del mundo, provincias, ciudades, montes o desiertos, parte con presteza, y aunque embarcada en una peregrinación que ocupará un espacio de muchos años, no obstante lo recorrerá todo, con el auxilio divino, y llegará finalmente a las regiones del Oriente, visitando con el más férvido de los entusiasmos los gloriosísimos cenobios de las congregaciones de santos monjes de la Tebaida, así como también las santas cárceles de los anacoretas, donde, tras protegerse con las bendiciones de numerosos santos y alimentarse con el dulce manjar de la caridad, se dirige a todas las provincias de Egipto, e indaga con suma atención todos los parajes donde acampó el pueblo de Israel en su antiguo peregrinaje, así como la extensión de cada una de las provincias, sus riquezas naturales y las más importantes construcciones y bellezas diversas de sus ciudades, haciendo una elegante y pormenorizada loa de todo ello.

Tras lo cual, encendida por el deseo de orar en la montaña sacratísima del Señor, siguiendo las huellas de la salida de Egipto por parte de los hijos de Israel, se adentró en las vastas soledades y diversos desiertos del yermo que describe minuciosamente la narración del libro del Éxodo.

Allí donde, sediento de tres días el pueblo de Israel, errante sin agua y entregado a murmuraciones, el Señor hizo brotar, a través de Moisés, de una durísima peña, un agua inestimable, aunque la fe de aquellos siguió sin agradecérselo; allí mismo, en el corazón de esta sedienta del Señor, surtió un manantial de agua viva que mana hasta la vida eterna. Y allí donde aquella multitud hambrienta, por dispensación divina, recibió el santo maná llovido del cielo, pero despreciándolo luego añoró los execrables manjares de Egipto, allí mismo, esta, alimentada con la palabra de Dios, sin cesar de dar gracias a Dios, se arrojaba intrépida a los caminos. Aquellos, escuchando con frecuencia la voz del Señor, veían cómo su divina gracia les precedía de día y de noche en una columna de nubes y de fuego, pero, indecisos, tramaban volverse atrás; esta, en cambio, tras escuchar una sola vez la voz evangélica, se adentraba en la montaña del Señor llena de gozo y alejada de la duda, sin que ninguna vacilación la detuviera.

Aquellos, sin aguardar a Moisés con la ley del Señor aquel intervalo de cuarenta días, se fabricaron la escultura de un ídolo como dios; esta en cambio, aguardando la venida del Señor tras el fin de los siglos como algo presente, encaminándose hacia el monte santo del Sinaí, desde donde esperamos que vendrá en su día envuelto en las nubes del cielo, sin parar mientes en su fragilidad femenina, con paso infatigable y alzada por la diestra divina, vuela veloz sobre las arduas escarpaduras de esa montaña cuya cima despunta en la vecindad de las excelsas nubes.

Así, arrastrada por: la fuerza de la devoción divina, alcanzó la sagrada cumbre de su pétrea montaña, donde la propia majestad divina, el Dios omnipotente, se dignó morar mientras entregaba la ley santa al bienaventurado Moisés; y donde ella, con el más exultante de los gozos, entre frecuentes actos de oración, ofreció a Dios sacrificios saludables y, dando infinitas gracias a su gloriosa majestad, siguió adelante para ver más cosas.

Después de haber recorrido los confines y tierras de casi todo el orbe, procuró además escalar las cimas de otras montañas igualmente encumbradísimas, concretamente el excelso monte Nebo, semejante al tan mencionado Sinaí, desde cuya cúspide el bienaventurado Moisés vislumbró la tierra de promisión y, fallecido en aquel mismo punto, dícese que fue sepultado por los ángeles; también otro muy elevado, el Farán, encumbrado en grado sumo, en cuya cima, con los brazos elevados, oró Moisés mientras el pueblo luchaba, hasta que se consiguiese la victoria; también la cresta del prodigioso monte Tabor, donde el Señor se apareció glorificado a los discípulos con Moisés y Elías; y otro muy enorme, semejante a este, llamado Hermón, en el que el Señor tenía por costumbre reposar con sus discípulos; y otro muy alto, en el que el Señor adoctrinó a los discípulos sobre las bienaventuranzas, al que se llama «Eremus»; y otro monte igualmente de gran escarpe, al que se llama el monte de Elías, en el que habitó el profeta Elías y cien profetas se emboscaron; asimismo, otro parecido a estos que domina Jericó y consagrado igualmente por el Señor; a todos ellos ascendió con igual presteza y, como en cada uno de estos lugares han sido levantados altares en las respectivas santas iglesias, en todos ellos ofreció su voluntad al Dios omnipotente con gozo exultante y acciones de gracias.

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