Patricia Cornwell - Retrato de un asesino
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- Libro:Retrato de un asesino
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2002
- Índice:4 / 5
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Retrato de un asesino: resumen, descripción y anotación
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El cruel asesinato de siete mujeres entre agosto y noviembre de 1888 sembró el pánico en Londres y dio lugar a la leyenda de Jack el Destripador. Pero ¿quién fue ese misterioso asesino?
Patricia Cornwell decidió resolver la incógnita aplicando la rigurosa disciplina de un análisis policial actual y técnicas desconocidas en la época victoriana. Examinó las pruebas físicas disponibles —miles de documentos, cartas e informes, huellas dactilares, fotografías y artículos del momento— y llegó a la conclusión de que tras Jack el Destripador se ocultaba Walter Sickert, un pintor fascinado por los bajos fondos londinenses.
Cornwell ha escrito un libro que cuenta con el atractivo de la autenticidad y que se lee con la misma fruición que una novela protagonizada por Kay Scarpetta.
«Uno de los libros de investigación criminológica más importantes de nuestro siglo». Publishers Weekly.
Patricia Cornwell
Jack el Destripador
Caso cerrado
ePub r1.0
Titivillus 15.08.15
Título original: Portrait of a Killer
Patricia Cornwell, 2002
Traducción: María Eugenia Ciocchini
Retoque de cubierta: Titivillus
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
A John Grieve, de Scotland Yard.
Tú lo habrías atrapado.
PATRICIA CORNWELL (Miami, Estados Unidos, 1956). Es una escritora del género policial, conocida principalmente por su serie de novelas protagonizadas por la médica forense Kay Scarpetta.
Cornwell trabajó como reportera para The Charlotte Observer donde cubrió noticias sobre crímenes. En 1984, ocupó un puesto en la oficina del médico forense jefe (Chief Medical Examiner) de Virginia. Ahí trabajó durante seis años, primero como escritora técnica y luego como analista informática. Cornwell escribió tres novelas que fueron rechazadas antes de que en 1990 se publicara la primera entrega de la serie Scarpetta: Post Mortem.
A principios de la década de 2000, Cornwell autofinanció su investigación (se dice que invirtió entre cuatro y seis millones de dólares), para encontrar evidencia que apoyara la teoría de que el pintor Walter Sickert fue Jack el Destripador. El resultado de su investigación está en el libro: Retrato de un asesino. Jack el Destripador. Caso Cerrado.
La publicación del libro en 2002 generó gran controversia, especialmente en el mundo del arte británico y entre los «expertos» en Jack el Destripador. Debido a ello, en sendos anuncios a toda página contratados en dos periódicos británicos, Cornwell negó «estar obsesionada» con Jack el Destripador, y ha señalado que el caso está muy «lejos de cerrarse».
Fue criticada por destruir, supuestamente, una de las pinturas de Sickert en la búsqueda de la identidad del Destripador. Sin embargo, la escritora está convencida de que el pintor es el responsable de la cadena de asesinatos. De hecho compró más de treinta de sus pinturas y argumentó que se parecían mucho a las escenas de los crímenes del Destripador. Los resultados de las pruebas sobre ADN mitocondrial, que aportó para apoyar su teoría, han sido muy cuestionados por sus detractores que descalifican la validez de las fuentes de las que se obtuvieron las muestras analizadas.
Patricia Cornwell continúa con su prolífica carrera como escritora, apoya financieramente a varias instituciones que se dedican a la investigación forense y donó su colección de pinturas de Walter Sickert a la Universidad de Harvard.
[1] Se refiere al personaje de Cuento de Navidad de Charles Dickens. (N. de la T.).
[2] El Penny Black se llamó así porque costaba un penique y tenía fondo negro (N. de la T.).
[3] En inglés, el perro sabueso se llamaba bloodhound, y blood significa «sangre». (N. de la T.).
El lunes 6 de agosto de 1888 fue un día festivo en Londres. La ciudad era un jolgorio y ofrecía entretenimientos maravillosos para todo aquel que pudiera desprenderse de unos peniques.
Las campanas de la iglesias de Windsor y de St. George repicaron durante todo el día. Los barcos estaban engalanados con banderas y los cañones disparaban salvas reales para celebrar el cuadragésimo cuarto cumpleaños del duque de Edimburgo.
El Crystal Palace exhibía una fascinante variedad de espectáculos insólitos: recitales de órgano, conciertos de bandas militares, una «formidable exhibición de fuegos artificiales», un ballet infantil, ventrílocuos y «actuaciones de juglares de renombre mundial». En el museo de cera de Madame Tussaud podía verse una figura yacente de Federico II, además, naturalmente, de la popular cámara de los horrores. Otros horrores exquisitos aguardaron a aquellos que pudieran permitirse ir al teatro y estuvieran de humor para ver una obra moralizante o sólo para disfrutar de un buen susto a la antigua usanza. Las localidades para El doctor Jekyll y míster Hyde se habían agotado. El famoso actor americano Richard Mansfield estaba magnifico en el papel de Jekyll y Hyde en el Henry Irving Lyceum; por su parte, la Ópera Comique escenificaba su propia versión de la obra, aunque había recibido malas criticas y desatado un escándalo, puesto que habían adaptado la novela de Robert Louis Stevenson sin permiso.
Había ferias de caballos y ganado, los viajeros de tren disfrutaban de «tarifas reducidas» y los puestos del Covent Garden estaban bien surtidos de fuentes de Sheffield, joyas de oro y uniformes militares de segunda mano. En este día bullicioso pero tranquilo, cualquiera podía vestirse de soldado por poco dinero y sin que nadie le pidiese explicaciones. O podía hacerse pasar por agente de la ley alquilando un uniforme auténtico de la policía metropolitana en la tienda de indumentaria teatral Angel, en Camden Town, a sólo tres kilómetros de la casa del apuesto Walter Richard Sickert.
Sickert, que entonces contaba veintiocho años, había renunciado a una oscura carrera de actor por la más prestigiosa vocación de artista plástico. Era pintor y grabador; discípulo de James McNeill Whistler y de Edgar Degas. Él mismo era una obra de arte: delgado, con el torso atlético gracias a la natación, nariz y mandíbula perfectas, una espesa mata de rizos rubios y unos ojos azules tan inescrutables y penetrantes como sus pensamientos secretos y su mente sagaz. De no ser porque sus labios eran delgados y a veces dibujaban una línea cruel en su rostro, habría podido afirmarse que era hermoso. Ignoramos cuál era su estatura exacta, aunque un amigo suyo la describió como «ligeramente superior a la media». Sus fotografías y algunas prendas donadas a la Tate Gallery en la década de 1980 sugieren que medía un metro setenta y siete o setenta y ocho.
Sickert hablaba con fluidez alemán, inglés, francés e italiano. Sabía suficiente latín para dar clases a sus amigos, se defendía bien con el danés y el griego, y es muy probable que tuviera nociones rudimentarias de español y portugués. Se decía que leía a los clásicos en su lengua original, aunque no siempre terminaba los libros que empezaba. No era inusual encontrarlo rodeado de docenas de novelas, abiertas en la última página que había despertado su interés. Aunque, por encima de todo, Sickert era un adicto a los periódicos, las revistas y las publicaciones sensacionalistas.
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