Pablo Díaz Martínez - El reino suevo (411-585)
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- Libro:El reino suevo (411-585)
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- Editor:ePubLibre
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- Año:2011
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El reino suevo (411-585): resumen, descripción y anotación
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El reino suevo (411-585) — leer online gratis el libro completo
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Hermerico 406/409-438 (†441)
Rechila 438-448
Rechiario 448-456
Aiulfo (¿?) 456-457
Framtano 457
Maldras 457-460
Remismundo 457/459-después del 469
Frumario 460-464
Veremundo (¿?) c. 485
Theodemundo (¿?) ¿? / ¿?
[Reyes desconocidos]
Carrarico antes de 550-antes de mayo de 559
Ariamiro antes de mayo de 559-después de mayo de 561
Teodomiro después de mayo de 561-antes de 567-570
Miro 570-583
Eborico 583-584
Audeca 584-585
Malarico (¿?) 585
Límites del reino suevo en el momento de la conquista visigoda
PABLO C. DÍAZ MARTÍNEZ es catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Salamanca.
En los últimos años ha centrado sus investigaciones en el ámbito de las transformaciones del mundo tardoantiguo en la península Ibérica, valorando especialmente el impacto que las invasiones de suevos y visigodos tuvieron sobre las estructuras hispanorromanas precedentes.
Entre sus obras podemos destacar: Hispania tardoantigua y visigoda (2007) y El reino suevo (411-585) (2011).
La memoria perdida de un reino
En el momento en que el reino suevo fue sometido por Leovigildo, el Galliciense Regnum era una entidad reconocida por sus vecinos, con unas fronteras aceptadas que incluían los tres conventus del confín noroccidental de la península Ibérica, que habían sido el núcleo originario de Gallaecia, y el más septentrional de los lusitanos. A nivel interno había conseguido un grado óptimo de integración, en el que la Iglesia católica desempeñaba un papel importante. Se había fijado una administración relativamente descentralizada y atomizada que se correspondía con el fraccionamiento geográfico y poblacional precedentes, donde probablemente se mezclaban distritos territoriales bien definidos y delimitados con otros donde el referente étnico podía ser aún el principal nexo de unión e integración. Incluso se daban situaciones de virtual independencia, tanto por parte de estas estructuras como de grandes propietarios con poderes políticos regionales. Aún más, en áreas marginales, se habían instalado inmigrantes recientes, caso de las cristiandades britonas asentadas en las costas del norte, asimiladas en la estructura eclesiástica gallega, en las que habían sido aceptadas con su propio obispo y su propia diócesis, asistiendo con asiduidad a los concilios de la Iglesia sueva y más tarde a los toledanos. El nivel de conciencia que esas poblaciones disímiles habían alcanzado, su fidelidad al rey suevo y su sentimiento de formar parte de un mismo entorno cultural no son totalmente evidentes a través de las fuentes, lo que no impedía que Gallaecia fuese una unidad singular identificable para aquellos que la percibían desde fuera.
Cuando Juan de Biclaro da cuenta de la conquista del reino suevo por los visigodos, describe el estatus en que el nuevo territorio queda: «Gothorum prouinciam facit».
Esta imagen no está en realidad avalada por las fuentes. De hecho, Leovigildo, tras acabar con la revuelta de Hermenegildo y ante el fracaso de su deseo de unificar el reino bajo el credo arriano, adoptó en los últimos momentos de su reinado una postura conciliadora hacia la Iglesia católica, precisamente en el periodo que va de la conquista del reino suevo a su muerte acaecida al año siguiente. Es posible que el hipotético pacto de sumisión de la monarquía sueva, y la integración pacífica de su aristocracia en las estructuras dominantes de la monarquía visigoda, implicase también una transición pacífica en el ámbito religioso. No podemos olvidar que el reino suevo había basado su fortaleza en los últimos años del reino en su capacidad para armonizar sus intereses con los de la Iglesia católica de Gallaecia. Las fuentes en ningún caso hacen alusión alguna a un movimiento de resistencia antiarriana, ni hacen mención a un proceso de represión por parte de las tropas de Leovigildo, más allá de la respuesta al aislado intento de restauración protagonizado por Malarico. Si damos por válida la información sobre la fidelidad que Miro y su hijo Eborico le habían jurado, en realidad la anexión pudo ser una mera formalidad.
De ser así, hay que justificar entonces la presencia de cuatro obispos arrianos en Gallaecia en el momento del concilio de Toledo del 589: Beccila en Lugo, Gardingo en Tuy, Argiovito en Porto y Sunnila en Viseo. No se puede descartar que se tratase de cuatro obispos asociados a otras tantas guarniciones godas instaladas para el control del país. Todos se localizaban en importantes plazas fuertes, en cuatro de las ciudades más estratégicas del reino, desde las cuales se controlaban tanto los extremos sur y norte del dominio suevo como los accesos por mar en las desembocaduras del Miño y del Duero. Más adelante se convertirán en lugares destacados de la administración provincial. En el 589 las cuatro ciudades seguían contando con obispos católicos, paralelamente a estos arrianos, lo que confirmaría que el objetivo de su nombramiento no era competir con los católicos. Esta misma presencia de obispos arrianos asociados a la conquista, como obispos de campaña, es una de las pocas referencias que podemos aportar en relación con el proceso mismo de la conquista y las precauciones tomadas inmediatamente después. Juan de Biclaro ha proporcionado muy poca información sobre la conquista de Leovigildo. La existencia de un dudoso testimonio epigráfico procedente de Orense, puede estar aludiendo a un proceso de conquista todavía inacabado, llevado a cabo por el mismo Recaredo. No obstante, la sumisión definitiva, caso de no estar concluida ya, culminaría pronto.
La conversión oficial visigoda en el 589 abría una nueva época en la cual las disidencias regionales pasaron a un segundo plano. De hecho, en su empeño por borrar del registro uniformador y oficialista el escollo de una Gallaecia católica anterior a la conversión general del reino de Toledo, las actas del concilio toledano del 589 atribuyen el mérito de la conversión de los suevos y de la provincia al celo del rey, haciendo tabla rasa de su historia precedente. La Historia Suevorum de Isidoro es un claro contrapunto a la historia gloriosa de los godos que el mismo escribe, lo cual no deja de ser interesante por cuanto, en términos estrictamente cronológicos, fue el último recuerdo que la tradición visigoda les dedicó. En su perspectiva, los suevos de Gallaecia conforman un pueblo que sólo se manifiesta estable y equilibrado cuando se mueve a la sombra de los godos, quienes al conquistarlos no habrían sino ejercitado un derecho que les venía dado desde su época de federados de Roma. Es probable que, tras la conquista, el territorio del antiguo reino suevo continuase siendo un espacio vigilado, una precaución innecesaria frente a la vieja aristocracia guerrera sueva. En el nuevo contexto y en la concepción centralista que la monarquía de Toledo imponía había pocas opciones para un reino suevo independiente.
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