Nelson Martínez Díaz - Los jesuitas en América
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- Libro:Los jesuitas en América
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1985
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Los jesuitas en América: resumen, descripción y anotación
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El rey | O FICIALES de mi Real Hacienda de las Provincias del Río de la Plata. Por cartas de Diego Marín Negrón, mi Gobernador, y Capitán General de esas provincias, y del padre Diego de Torres, de la Compañía de Jesús, y vuestras, he entendido el mucho fruto que los Padres de la dicha Compañía de Jesús hacen en la doctrina y conversión de los indios recién reducidos de algunas de esas provincias, y decís que yo mandé escribir al Gobernador Hernandarias de Saavedra que favoreciese esas Reducciones, que se hiciesen mediante la predicación evangélica, y que procurase enviar dos religiosos ejemplares a la provincia del Guayrá, para que administrasen los sacramentos a aquellos naturales, aunque fuese dándoles algún estipendio moderado de mi Real Hacienda; y que habiéndose dispuesto los dichos padres de la Compañía a hacer algunas Reducciones en lo más remoto de ella, y como esto era necesario, que hubiese campana y ornamentos para celebrar, y que asistiesen por lo menos dos padres, estando vosotros enterados de que esto lo tienen hecho en tres Reducciones en la dicha provincia del Guayrá, Paraná, y Cuycurús, y del mucho fruto, que de esto se sigue, y adelante se espera, por ser los indios en más de doscientos mil: acordasteis, a pedimento de dichos padres, y en virtud de lo que mandé escribir al dicho Gobernador Hernandarias, de proveerlos de ornamentos y campanas, por una vez, que importará mil pesos, y para el vestuario y sustento de seis religiosos, que están en las dichas tres Reducciones, otros mil y cuatrocientos pesos cada año, hasta que mandase otra cosa. Y asimismo me representan el dicho Gobernador Diego Marín Negrón, y el padre Diego Torres, cuan necesario es, para cada Reducción y pueblo que fundaren los dichos padres, se les den ornamentos, cáliz y algún moderado estipendio, como se hizo con los que fueron a la dicha provincia del Guayrá: porque con lo que se había de dar a un clérigo, se vestirán y sustentarán dos padres de la dicha Compañía, y acudirán a las necesidades de los indios. Y habiéndose visto por los de mi Consejo de las Indias, y consultándoseme, he tenido por bien de aprobar, como por la presente apruebo, y confirmo lo que hasta ahora se ha dado a los dichos padres que están en las tres Reducciones referidas, para su sustento, y lo que se ha dado, y gastado en los dichos ornamentos… y lo mismo haréis, si en algunas partes de esas provincias fuere necesario fundar Iglesia y doctrina; y mando que lo que se montase en lo uno, y en lo otro, se reciba, y pase en cuenta con recaudos bastantes, y ésta mi Cédula, de que han de tomar la razón mis Contadores de Cuentas, que residen en mi Consejo de las Indias. Fecha en Madrid a veinte de Noviembre de mil y seiscientos once años. Yo, el rey. (PEDRO LOZANO, «Historia de la Compañía de Jesús de la Provincia del Paraguay, Madrid, 1755). |
Fundación de la reducción de San Ignacio Guazú | F ORMARON el nuevo pueblo, que tenía entonces solas nueve cuadras, y cada cuadra seis casas de a ciento y veinte pies geométricos, y en cada una seis lances de a siete pies, que era la habitación de cada familia. Después se fue aumentando mucho más, y por entonces salió tan virtuoso, que era la admiración de toda la comarca; porque como acostumbrados a sus viviendas rústicas, y mal dispuestas, se admiraban del orden, aseo y disposición de la población nueva, y era incentivo de la curiosidad de muchos, para venir a registrar con sus ojos lo que apenas acababan de creer. También era ocasión de que no pocos de los curiosos quedaban prendados de la nueva vida de los moradores de San Ignacio, y se determinasen a seguirla, pidiendo ser alistados entre los catecúmenos. De este modo, al paso que crecía el pueblo, se aumentaba el trabajo de los dos misioneros; con grande alegría espiritual suya, por ver propagarse la religión, y se les hacían suaves todos los trabajos, que, aunque grandes, no eran poderosos a debilitar su vigor, y aliento, ni a saciar sus deseos de padecer por amor de Dios, y de las almas. Su alimento era el propio que usaba el más vil indio, algunas raíces, y un poco de maíz; que pan, vino y carne, no los probaban. (PEDRO LOZANO, op. cit.). |
L LAMAMOS reducciones a los pueblos de indios, que viviendo a su antigua usanza en montes, sierras y valles, en escondidos arroyos, en tres o seis casas solas, separados a legua, dos, tres y más, unos de otros, los redujo la diligencia de los Padres a poblaciones grandes y a vida política y humana, a beneficiar algodón con que se vistan. (ANTONIO RUIZ DE MONTOYA, «Conquista espiritual», Madrid, 1639). | El concepto de reducción |
L A planta de todos los pueblos es uniforme, con una plaza de ciento cincuenta varas en cuadro o más, rodeada por tres lados de las casas más aseadas y con soportales más anchos que las otras; en el cuarto lado está la Iglesia con el cementerio a un lado y al otro la casa de los Padres. Además de esto, hay en cada pueblo una casa de recogidas para viudas, y esposas jóvenes en caso de ausencia de sus maridos; almacenes y graneros para los géneros del común y algunas capillas. Todas las calles están trazadas a cordel y tienen de ancho diez y seis a dieciocho varas. Las casas todas tienen soportales de tres varas, de manera que cuando llueve se puede andar por todas partes sin mojarse, excepto al atravesar de una calle a otra. Las casas de los indios son todas uniformes: ni hay una más alta que otra, ni más ancha o larga, y cada una consiste en un aposento de siete varas en cuadro, sin más alcoba, cocina ni retrete. En ella está el marido con la mujer y sus hijos, y alguna vez (mientras se le construye la casa) el hijo mozo con su mujer. Todos duermen en hamaca, no en cuja, cama o suelo. Hamaca es una red de algodón, de cuatro a cinco varas de largo, que se cuelga por las puntas de los pilares de los ángulos de la pared, levantada como tres cuartas de la tierra; les sirve también como silla para sentarse. Y es cosa tan cómoda que muchos españoles, aun de conveniencias, las usan. Si es verano es cosa fresca, y si hace frío ponen encima de ella alguna ropa. Siempre están sentados en su hamaca o en una sillita que hacen siempre muy baja, o en el suelo, que es lo más corriente, o en cuclillas. Las paredes de la casa son de piedra o de adobes de tres cuartas a una vara de ancho y los pilares de los soportales también de piedra o madera, y todas cubiertas de teja. La Iglesia no es más que una, pero tan capaz como las catedrales de España. Son de tres naves y la del pueblo de la Concepción de cinco. Tienen de largo setenta, ochenta y aún más varas. Hay dos de piedra de sillería; las demás son de los cimientos y parte de lo que a ellos sobresale, de piedra, y lo restante de adobe; todo el techo que es de madera estriba en pilares de madera. (JOSE CARDIEL, S. J.; «Breve relación de las misiones del Paraguay». 1770). | Planta urbana de una reducción jesuítica |
E N cuanto a las treinta y tres colonias que dependían de ellos, las gobernaban del siguiente modo: Colocaron en cada pueblo dos jesuitas. El que se llamaba cura había sido provincial o rector en sus colegios, o era, al menos, un padre grave; pero él no ejercía las funciones del curato, y con frecuencia no sabía hablar la lengua de los indios, ocupándose únicamente de la administración temporal de todos los bienes del pueblo de que era director absoluto. La parte espiritual estaba encomendada al otro jesuita, que se llamaba compañero o vicecura, y que se hallaba subordinado al primero. Los jesuitas de todos los pueblos estaban subordinados a otro, llamado superior de las Misiones, y que tenía poder del Papa para administrar la Confirmación. No había para dirigir los pueblos leyes civiles ni leyes criminales, siendo la única regla la voluntad de los jesuitas. En efecto, aunque había en cada pueblo un indio corregidor y alcaldes y regidores, que formaban un Ayuntamiento como en las colonias españolas, ninguno de ellos ejercía verdadera jurisdicción y sólo eran los instrumentos que servían a los curas para hacer ejecutar sus voluntades, incluso en lo criminal, pues jamás citaron a los acusados ante los tribunales del rey ni ante los jueces ordinarios. |
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