Mircea Eliade - Erotismo místico en la India
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- Libro:Erotismo místico en la India
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1956
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Erotismo místico en la India: resumen, descripción y anotación
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Toda mujer desnuda encarna la Naturaleza, la prakrti. Por tanto habría que mirarla con la misma admiración y el mismo desapego que al considerar el secreto insondable de la Naturaleza, su capacidad ilimitada de creación. La desnudez ritual de la yoguini tiene un valor místico intrínseco: si ante la mujer desnuda no se descubre en su ser más profundo la misma emoción terrorífica que se siente ante la revelación del misterio cósmico, es que no hay rito, sino un acto profano, con todas las consecuencias conocidas (reforzamiento de la cadena kármica, etc.). La segunda etapa consiste en la transformación de la mujer-prakrti en encarnación de la shakti: la compañera del rito se convierte en una diosa, de la misma manera que el yogui debe encarnar al dios. La iconografía tántrica de las parejas divinas (en tibetano: yab-yam, padre-madre), de las innumerables “formas” de budas abrazados por su shakti, constituye el modelo ejemplar del ceremonial sexual (maithuna). Se advierte la inmovilidad del dios: toda la acción está del lado de la shakti (en el contexto yóguico, el espíritu estático contempla la actividad creadora de la prakrti). O, en el tantrismo, la inmovilidad realizada conjuntamente sobre los tres planos del “movimiento” —pensamiento, respiración, emisión seminal— constituye el objetivo supremo. Aquí todavía se trata de imitar un modelo divino: el Buda, o Shiva, el espíritu puro, inmóvil y sereno en medio del juego cósmico.
El maithuna sirve, en primer lugar, para dar ritmo a la respiración y facilitar la concentración: es pues un sustituyo del pranayama y del dharana, o más bien su “apoyo”. La yoguini es una joven instruida por el gurú y por tanto su cuerpo está consagrado. La unión sexual se transforma en un ritual mediante el que la pareja humana se convierte en divina. El pranayama y el dharana no constituyen más que los medios por los que, durante el maithuna, se logra la “inmovilidad” y la supresión del pensamiento, la “suprema gran felicidad” (paramamahasukha) de los doha-kosa: es samarasa (Shahidullah traduce ese término por “identidad de goce”; se trata más bien de una “unidad de emoción”, y más exactamente de la experiencia paradójica, inexpresable, del descubrimiento de la Unidad). “Psicológicamente”, el samarasa se obtiene, durante el maithuna, cuando el semen (shukra) y el rajas de las mujeres permanecen inmóviles. Los textos insisten mucho en la idea de que el maithuna es ante todo una integración de los principios. «La verdadera unión sexual es la unión de la prashakti (kundalini) con el atman; las otras no representan más que relaciones carnales con las mujeres» (Kularnava-tantra, V, 111-112). El Kalivilasa-tantra (capítulo X-XI) expone el ritual, pero precisa que debe realizarse únicamente con una esposa iniciada (parastri).
Los tántricos se dividen en dos clases: los samayin, que creen en la identidad de Shiva y Shakti y que se esfuerzan por despertar la kundalini mediante ejercicios espirituales; y los kaula, que veneran a la Kaulini (“kundalini”) y que se entregan a rituales concretos. Esta distinción es sin duda exacta, pero no siempre resulta fácil precisar hasta qué punto un ritual debe ser comprendido literalmente. En muchas ocasiones el lenguaje tosco y brutal se utiliza como una trampa por los no iniciados. Un texto célebre, el Shaktisangama-tantra, consagrado casi por entero al satcakrabheda (“la penetración de los seis cakra”), utiliza un vocabulario extremadamente “concreto” para describir ejercicios espirituales. No se insistirá nunca demasiado acerca de la ambigüedad del vocabulario erótico en la literatura tántrica. La ascensión de la diosa a través del cuerpo del yogui suele compararse a la danza de la “lavandera” (Dombi). Con «la Dombi en su nuca», el yogui «pasa la noche en gran beatitud».
Eso no impide que el maithuna también se practique como ritual concreto. Por el hecho mismo de que deja de tratarse de un acto profano, para convenirse en rito, y de que los miembros de la pareja dejan de ser seres humanos para pasar a estar “desapegados” como los dioses, la unión sexual no pertenece ya al nivel kármico. Los textos tántricos suelen repetir el siguiente adagio: «Por los mismos actos que hacen arder a ciertos hombres en el infierno durante millones de años, el yogui obtiene su salud eterna» (véanse los textos en nuestro libro Le yoga. Immortalité et liberté, Payot, 1954, págs. 264, 395). Es, como se sabe, el fundamento mismo del yoga expuesto por Krishna en la Bhagavad-gita: «Quien no se pierde en el egoísmo, cuya inteligencia no está alterada, al matar a todas las criaturas, no mata, y no se carga con cadena alguna» (XVIII, 17). En la Brhadaranyaka-upanishad (V, 14, 8) ya se afirmaba: «Quien así lo sabe, pese a cualquier pecado que parezca cometer, todo lo devora y es puro, limpio, sin envejecer, inmortal».
El propio Buda, si se cree en la mitología del ciclo tántrico, habría dado ejemplo; al practicar el maithuna había conseguido vencer a Mara y, siempre mediante esta técnica, se había tomado omnisciente y dominado las fuerzas mágicas. Las prácticas “a la china” (cinacara) se recomiendan en muchos de los tantras budistas. El Mahacina-kramacara explica cómo el sabio Vasistha, hijo de Brahma, fue a preguntarle a Vishnú, bajo su aspecto como el Buda, a propósito de los ritos de la diosa Tara. «Penetra en el gran país de China y observa al Buda rodeado de un millar de amantes en éxtasis erótico». La sorpresa del sabio bordeó el escándalo. ¡Ésas son prácticas contrarias a los Vedas!», gritó. Una voz en el espacio corrigió su error: «Si quieres obtener el favor de Tara —dijo la voz—, entonces debes adorarme mediante estas prácticas a la china». Se aproximó al Buda y recogió de su boca esta lección inesperada: «Las mujeres son los dioses, las mujeres son la vida, las mujeres son las joyas. ¡Permanece siempre entre mujeres en el pensamiento!». Según una leyenda del tantrismo chino, una mujer de Yenchu se entregaba a todos los jóvenes; tras su muerte se descubrió que era el “bodhisattva de los huesos encadenados” (es decir, que los huesos del esqueleto estaban mallados como cadenas).
Todo este aspecto sobrepasa al maithuna propiamente dicho y se encuadra en el gran movimiento devocional por la “mujer divina” que dominó, a partir de los siglos VII y VIII, en toda la India. Con el vishnuismo bajo su forma krishnaísta, el amor (prema) estaba destinado a desempeñar el papel principal. Se trata sobre todo de un amor adúltero, de parakiya rati, con la “mujer de otro”; en los famosos “cursos de amor” de Bengala, las disputas se organizaban entre los defensores vishnuitas del parakiya y los del amor conyugal, svakiya, y estos últimos siempre eran vencidos. El amor ejemplar era el que ligaba a Radha con Krishna: amor secreto, ilegítimo, “antisocial”, que simbolizaba la ruptura que impone toda experiencia religiosa auténtica. (Hay que señalar que el simbolismo conyugal de la mística cristiana, donde Cristo ocupa el lugar del esposo, no pone el énfasis suficiente, a los ojos de un hinduista, en el abandono de todos los valores sociales y morales implícito en el amor místico.)
Se concibe a Radha como el amor infinito que constituye la propia esencia de Krishna. La mujer participa de la naturaleza de Radha y el hombre de la de Krishna. Por ello, la “verdad” respecto a los amores de Krishna y Radha no puede conocerse más que en el propio cuerpo, y este conocimiento a nivel de la “corporeidad” tiene una validez metafísica universal. Ratna-sara proclama que quien realiza la “verdad del cuerpo” (bhanda) se torna capaz de acceder a la “verdad del universo” (
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