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Nancy Friday - Mujeres arriba

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Nancy Friday Mujeres arriba
  • Libro:
    Mujeres arriba
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    ePubLibre
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    1991
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Luz

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Sin jugar con la fantasía ninguna obra creativa habría visto la luz. Nuestra deuda con el juego de la imaginación es incalculable.

CARL GUSTAV JUNG

Tipos psicológicos, 1923

PRIMERA PARTE

Desde el interior erótico

R esulta extraño escribir sobre sexo en esta época No es como en las - photo 1

R esulta extraño escribir sobre sexo en esta época. No es como en las postrimerías de los años sesenta y la década de los setenta, cuando el aire estaba cargado de curiosidad sexual, la vida de las mujeres estaba cambiando a una velocidad vertiginosa y la exploración de la sexualidad femenina…, bueno, estaba en primera línea junto con la lucha por la igualdad económica.

Hoy el clima sexual es sombrío. Han desaparecido los enérgicos debates y escritos sobre el sexo como parte de nuestra humanidad. Los estragos del sida, los informes del campo de batalla del aborto y el alarmante incremento de embarazos no deseados hacen del sexo algo más peligroso que placentero.

Hace veinte años, los jóvenes, con su actitud directa y clara, hicieron del sexo un tema candente; más tarde les llegó el momento de dedicarse a asuntos más «serios», y arrinconaron la revolución sexual. En el gesto decoroso de sus labios está implícito que lo superaron hace veinte años. Como buenos niños calvinistas, la clase dirigente se castiga ahora a sí misma por sus anteriores y desagradables excesos, y, virtuosamente, le vuelve la espalda al sexo. Y puesto que siguen siendo la mayoría que crea las reglas y escribe los titulares, asumen que están hablando por todos.

Saben muy poco de las mujeres de este libro.

Estas mujeres, en su mayoría, están entre los veinte y los treinta años, es la generación que siguió a la revolución sexual y al impulso inicial del movimiento de la mujer. Sus testimonios parecen pertenecer a una nueva raza de mujeres, comparados con los que aparecen en Mi jardín secreto (My Secret Garden), mi primer libro sobre las fantasías sexuales de las mujeres, que fue publicado en 1973 y que va por la vigesimonovena edición. Todas han leído este primer libro que les hizo cobrar valentía, y estas mujeres aceptan sus fantasías sexuales como una extensión natural de sus vidas. ¿Y cómo podría ser de otra forma, dado que crecieron en ese período tan singular de la historia de la mujer?

Para ellas, las emociones explosivas que se liberaron en los años setenta están todavía vivas. Nunca ha habido una laguna sexual, un período de enfriamiento. El sexo es algo dado, una energía que no puede postergarse en pro de «cosas más importantes». Sus fantasías sexuales son asombrosos reflejos de su determinación a no renunciar a nada.

Aquí tenemos una imaginación colectiva que no podía haber existido hace veinte años, cuando las mujeres no tenían el vocabulario ni la licencia para expresarse libremente, y no compartían una identidad que les permitiera describir sus sentimientos sexuales. Aquellos primeros testimonios fueron nuevas tentativas y estaban cargados de sentimientos de culpa, no por haber hecho algo, sino simplemente por atreverse a admitir lo inadmisible: que eran mujeres que tenían pensamientos eróticos que sexualmente las excitaban.

Más que cualquier otra emoción, la culpabilidad determinó el hilo narrativo de las fantasías que se recogen en Mi jardín secreto. Estábamos ante cientos de mujeres que inventaban trucos para superar su miedo a que el deseo de alcanzar el orgasmo las convirtiera en «niñas malas». Y todo en la intimidad de su mente, que nadie podía conocer. Pero la madre conoce la mente del niño con el que mantiene una relación simbiótica. La hija podría crecer y tener sus propios hijos, pero si nunca se había separado emocionalmente de esa primera persona que la controló por completo, ¿cómo iba a saber cuál era la opinión de la madre y cuál la suya propia? Era como si la madre siguiera decidiendo a través de la vida de su hija, blandiendo el dedo ante cada movimiento y pensamiento sexual de su hija.

El truco más popular para evitar la culpabilidad es la llamada fantasía de violación, y digo «llamada» porque en la fantasía no tenía lugar ninguna violación, ni daño físico ni humillación. Simplemente había que entender que lo que sucedía era contra la voluntad de la mujer. Decir que era «violada» era la forma más expeditiva de dejar de lado el gran «no» al sexo que estaba impreso en su mente desde la más tierna infancia. (Quiero añadir que las mujeres insistían en que aquéllos no eran deseos reprimidos; jamás conocí a una mujer que dijera que realmente quería ser violada.)

El anonimato también ayudaba. Los hombres de esas fantasías eran desconocidos sin rostro, inventados para impedir de cualquier forma que la mujer se involucrara, se responsabilizara, para impedir la posibilidad de una relación. Esos hombres hacían su trabajo y se marchaban. El hecho de que las jodiera un desconocido sin rostro lo dejaba bien claro: «¡Este placer no es culpa mía! Yo sigo siendo una niña buena, mamá.»

Desde luego, la culpabilidad sexual no ha desaparecido, ni la fantasía de la violación. Hay algo muy digno de confianza en los tradicionales violadores y delincuentes, cuya intratable presencia permite a la mujer llegar a su objetivo: el orgasmo. Pero la mayoría de las mujeres de este libro toman la culpa como algo dado, como el peligro de una carrera de coches. Han descubierto que la culpabilidad viene de fuera, de la madre, de la iglesia. El sexo sale de dentro, y ésa es su acreditación. Por tanto, la culpabilidad debe ser controlada, dominada y utilizada para aumentar la excitación. Si todavía existe la fantasía de la violación, en la mujer de hoy es simplemente para preparar un escenario en el cual ella supera y viola al hombre. Esto no ocurría en Mi jardín secreto.

La fantasía es donde los impulsos sexuales batallan con emociones encontradas, la selección de las cuales surge de nuestras vidas individuales, de nuestras más tempranas historias sexuales. ¿Cuáles fueron los sentimientos prohibidos que fuimos asumiendo mientras crecíamos? En estas nuevas fantasías, las emociones que generalmente dictaban el curso de las historias son la ira, el deseo de control y la determinación a experimentar la descarga sexual más plena.

Admitir la ira es algo nuevo para la mujer. En los días de Mi jardín secreto, las mujeres decentes no expresaban la ira. La ahogaban en su interior y la dirigían contra sí mismas.

En realidad, sigue siendo difícil que una mujer exprese ira, principalmente porque no la hemos expresado en esa primera y fundamental relación, en oposición a la madre. Pero, al menos, la mujer de hoy sabe que tiene derecho a la ira, y la fantasía es un campo de juego seguro en el que puede mostrar ira ante todos los obstáculos que se interponen en su camino, comenzando con la ira ante la enorme dificultad de ser sexualmente activa, además de todas las otras cosas que debe ser la mujer de hoy. Esta nueva mujer no tiene modelos, no tiene anteproyectos. Tiene que hacerse a sí misma. Y uno de los medios de que se vale para intentar asumir nuevos papeles son los sueños eróticos.

No quiero que se me malinterprete; esto no es simplemente un libro sobre mujeres enfadadas. Son testimonios de mujeres que por fin manejan el léxico completo de las emociones humanas, las imágenes y el lenguaje sexual. La ira va inextricablemente unida a la lascivia, tanto en la realidad como en la imaginación erótica. Las fantasías sexuales de los hombres también están llenas de ira en conflicto con el erotismo. Toman un hilo narrativo muy distinto al de las mujeres, sobre todo a causa de las más tempranas experiencias del hombre con la mujer-madre. Pero la ira es una emoción humana, y aunque hasta ahora la historia nos haya dicho lo contrario, no es exclusiva de un sexo.

Nunca olvidaré a estas mujeres, porque me han arrastrado con su entusiasmo y también me han enseñado. «¡Toma!», dicen utilizando su músculo erótico para seducir o sojuzgar a cualquier persona o cosa que se interponga en el camino del orgasmo. Utilizan el conocimiento logrado por una anterior generación de mujeres que no pudieron emplearlo, al estar todavía demasiado cerca de los tabúes contra los cuales se rebelaban. Estas mujeres miran a la madre directamente a la cara y llegan al orgasmo.

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