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Nathalia Brodskaïa - El Simbolismo

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Nathalia Brodskaïa El Simbolismo

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Bibliografia

BAUDELAIRE, Charles, Les Fleurs du Mal, París, L. Mazenod, 1962.

BIEDERMANN, Hans, Knaurs Lexikon der Symbole, Munich, Droemer Knaur, 1989.

CAZAMIAN, Louis, Symbolismand Poetry, Universidad de Toronto, 1936.

CHADWICK, Charles, Symbolism, Londres, Methuen, 1971.

COLLECTIVE, Russian Symbolism, Amsterdam, North Holland publishing Company, 1979.

MOREAS, Jean, “Manifeste du symbolisme”, Le Figaro, el suplemento literario, París, 18 de septiembre de 1886.

VILAIN, Robert, The Poetry of Hugo von Hofmannsthal and French Symbolism, Oxford, Clarendon Press, 2000

I. El Simbolismo en la literatura

L as transformaciones cruciales surgidas en la concepción del hombre y del mundo provocaron la emergencia de nuevas tendencias dentro de la literatura, la esfera que siempre reacciona con una mayor rapidez a los cambios en el entorno social. Precisamente, es la literatura la que ha contado siempre con la prerrogativa de ser la que da forma a la ideología de una sociedad. La pintura siempre ha estado en íntima conexión con la literatura, especialmente a partir del Renacimiento. La literatura ha servido de telón de fondo para la aparición de nuevas tendencias dentro de las bellas artes.

Cuando un siglo está próximo a su fin, el interés por la literatura aumenta sobremanera. Se ensanchan sus posibilidades y escritores de muchos países se sienten irremediablemente atraídos hacia ella. Allá por 1886, Francia ya había tomado buena nota de los últimos logros de la literatura rusa: Crimen y Castigo de Dostoievsky y Anna Karenina de Tolstoi. Los países escandinavos habían abierto un mundo nuevo para Francia a través de las obras de Ibsen, Hauptmann o Strindberg. En el París de los años ochenta se imprimieron las trepidantes novelas de aventuras del inglés Stevenson, La Isla del Tesoro y El Señor de Ballantrae, tras ellas, los lectores entraron en contacto con su El Extraño Caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, lo que les abrió las puertas para poder escudriñar dentro de las increíbles posibilidades del ser humano, así como en los misterios escondidos en su subconsciente. Una tras otra fueron publicándose las obras de Nietzsche y Schopenhauer, y la filosofía de Bergson dejó atónitos a sus contemporáneos. En el umbral del nuevo siglo aparecieron las obras de Freud y Jung. Las belles-lettres acogieron en su seno al inusualmente ancho mundo, también en el sentido geográfico, a través de las novelas de Loti, Kipling y Conrad, invitando al lector a adentrarse en tierras lejanas y sin explorar, algo que dejó de parecer imposible. A finales de siglo se publicaron en Francia La Máquina del Tiempo, La Isla del Doctor Moreau, El Hombre Invisible y, por último, La Guerra de los Mundos, surgidas de la pluma de H. G. Wells; el escritor inglés creía que la fantasía humana era incapaz de crear algo que no pudiera producirse de hecho en la vida. Su obra era una especie de resumen del siglo, vaticinando cataclismos inconcebibles para el futuro.

Puede decirse que la literatura francesa fin de siècle se encontraba a la vanguardia del realismo. A finales del siglo, la “escuela natural”, que era la que estaba más en consonancia con las pinturas del Impresionismo, aún no había cedido por completo su posición. La fama de Flaubert, fallecido en 1880, iba en aumento; seguían publicándose las novelas de Maupassant, los Goncourt, Daudet, y, naturalmente, Emile Zola, quien continuó siendo una de las figuras relevantes dentro de la vida pública de Francia. Zola gustaba de reunir escritores en su casa de Medan, y sacó a la luz una antología de sus obras. Su noble discurso en defensa de Dreyfus le acarreó la animadversión de la sociedad partidaria del régimen. Sin embargo, el realismo literario ya había dejado atrás su apogeo y fue convirtiéndose gradualmente en propiedad de los clásicos. La indignación de la sociedad se dirigía ahora a una nueva generación dentro de la literatura. En la década de los setenta, al mismo tiempo que los “naturalistas”, nombres como Rimbaud, Verlaine, Leconte de Lisle y Huysmans aparecían cada vez más a menudo en la prensa. En 1876, se publicó L’Après-Midi d’un Faune (“La siesta de un fauno”), de Stéphane Mallarmé, que dio origen en 1894 a la creación de una de las composiciones más destacadas de Debussy (preludio a la Siesta de un Fauno). La música, junto con la literatura, afirmó lo nuevo dentro del arte: algo que asustaba a una sociedad apenas acostumbrada al naturalismo. En 1884, se publicó la novela de Huysmans Vice Versa. El autor rompió con sus colegas de Medan, y pasó a ensalzar a Mallarmé y a los artistas próximos al Simbolismo, como Gustave Moreau y Odilon Redon.

John White Alexander Isabel y la cazuela de albahaca 1897 Óleo sobre lienzo - photo 1

John White Alexander, Isabel y la cazuela de albahaca, 1897. Óleo sobre lienzo, 192.1 × 91.8 cm. Museo de Bellas Artes, Boston

Edward Burne-Jones La rueda de la Fortuna 1883 Óleo sobre lienzo 200 100 - photo 2

Edward Burne-Jones, La rueda de la Fortuna, 1883. Óleo sobre lienzo, 200 × 100 cm. Museo de Orsay, París.

Edvard Munch Celos 1895 Óleo sobre lienzo 67 1005 cm Colección Rasmus - photo 3

Edvard Munch, Celos, 1895. Óleo sobre lienzo, 67 × 100.5 cm. Colección Rasmus Meyer, Bergen

El 18 de septiembre de 1886, el significativo año que presenció la última exposición de los impresionistas, apareció en un apéndice al diario Figaro “El manifiesto del Simbolismo”, escrito por el poeta Jean Moréas: inmediatamente después, el término “Simbolismo” se hizo de uso común. Moréas consolidó la nueva concepción de la literatura que se formó por aquella época. En 1855, cuando el Simbolismo aún estaba lejos de hacer su aparición en la literatura, en la antología Las Flores del Mal, Charles Baudelaire publicó el poema “Correspondances”, que resonó como grito de congregación para la nueva escuela literaria. “Baudelaire fue su precursor”, escribió Moréas, “Stéphane Mallarmé le infundió el gusto por el misterio de lo no dicho, Paul Verlaine rompió las cadenas crueles de la versificación.” (La Poesía del Simbolismo Francés, Moscú: Moscow University Press, 1993, pág. 430). A partir de 1884, el líder reconocido de la nueva tendencia, Stéphane Mallarmé, congregó a sus partidarios, invitando a artistas, críticos, músicos y figuras del mundo del teatro a sus “Martes”. El teatro Creación y el Teatro Libre del productor Antoine dieron a conocer en París los dramas de Ibsen y llevaron a la escena obras de simbolistas y otros autores próximos a ellos. Al unísono con el Simbolismo, sonaba con fuerza la música de Richard Wagner, el compositor y filósofo alemán, merced a una nueva ola de interés por su obra que estalló tras su muerte en 1883. París experimentó su primer embeleso por Wagner a principios de la década de 1860, cuando Charles Baudelaire, entre otros, llamó la atención sobre la música del compositor. Wagner logró captar la atención de nuevo tras el intento de representar en 1887 su ópera Lohengrin, en L’Eden-Theatre , lo que terminó con violentas protestas. Su música dejaba atónito al oyente, ora con estallidos de éxtasis, ora con pinceladas lúgubres y quejumbrosas. La fuerza de Wagner consistía también en la creación de mitos en correspondencia con la doctrina de los simbolistas. A mediados de los años ochenta, en colaboración con Mallarmé, apareció la Revue Wagnerienne, alrededor de la cual se unieron los poetas, artistas y músicos del círculo simbolista. En 1891, el artista del grupo nabi Félix Vallotton hizo un retrato de Wagner digno de mención empleando la técnica de la xilografía. Dos años después, en 1889, ya se había publicado el primer número de la revista

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