El otoño de la edad media es un retrato de la vida, el pensamiento y el arte durante los siglos XIV y XV en Francia y los Países Bajos. Esta obra, publicada en 1919, ha conservado, a lo largo de los años, toda su frescura y vigor y se ha convertido en un clásico sobre el tema. En estos estudios sobre la forma de la vida y d el espíritu, Johan Huizinga nos ofrece un amplísimo y multicolor fresco de las postrimerías de la era medieval que permite la reconstrucción de la época y de sus motivos impulsores: la concepción jerárquica de la sociedad, el ideal caballeresco, el sueño del heroísmo, la imagen idílica de la existencia, la idea de la muerte, los tipos de religiosidad, la decadencia del simbolismo, la sensibilidad artística, las formas de trato amoroso, la imagen y la palabra.
Johan Huizinga
El otoño de la edad media
Estudios sobre la forma de la vida y del espíritu durante los siglos XIV y XV en Francia y en los Países Bajos
ePub r1.0
Titivilus 27.05.15
Título original: Herbst des Mittelalters
Johan Huizinga, 1919
Traducción: José Gaos
Diseño de cubierta: Alianza (Los proverbios flamencos, Pieter Brueghel el Viejo, 1559)
Editor digital: Titivilus
ePub base r1.2
A la Facultad de Filosofía de la Universidad
Eberhard Karl de Tubinga, dedico este libro
en testimonio de gratitud por el Doctorado
Honorífico que me otorgó.
JOHAN HUIZINGA (Groninga, 1872 - De Steeg, 1945). Filósofo e historiador holandés. Cursó estudios en su ciudad natal y en Leipzig. Inició su actividad docente en el año 1897, en Haarlem, y más tarde en Ámsterdam. En 1905 ejerció como profesor de Historia en la Universidad de Groninga, y desde 1915 hasta 1942 en la Universidad de Leiden. Fue miembro de la Academia de Ciencias de Holanda y presidente de la sección de Humanidades de la Real Academia de Holanda.
En 1942, cuando los nazis cerraron la Universidad de Leiden, fue detenido, sufriendo confinamiento en St. Michielsgestel y destierro en Overijssel y Güeldres hasta su muerte. Sus estudios se ocuparon principalmente de la investigación y reconstrucción de formas de vida y pautas culturales en el pasado, destacando por su penetrante análisis crítico y fiel reconstrucción de los hechos históricos, así como por su calidad literaria. La mayor parte de sus trabajos se centran en la historia de Francia y los Países Bajos en los siglos XIV y XV, la baja Edad Media, la Reforma y el Renacimiento, a los que hay que añadir sus estudios sobre la literatura y la cultura de la India y la biografía Erasmus (1925), entre otras obras y estudios de tema histórico.
Gran parte de la notoriedad de Huizinga se debe a dos de sus obras: El otoño de la Edad Media (Herfsttij der Middeleeuwen, 1919) y Homo ludens (1938), títulos a los que Ortega y Gasset calificó como «… del libro sin duda mejor y en sus límites realmente óptimo que hay sobre el siglo XV…», al primero, y como «egregio libro», al segundo. Otras obras del autor son En las nieblas de la mañana (In de Schaduwen van Morgen, 1935) y Mundo profanado (Geschonden wereld, 1945).
Prólogo
L A NECESIDAD de entender mejor el arte de los hermanos van Eyck y sus seguidores y de ponerlo para ello en conexión con la vida de su tiempo, fue el origen de este libro. En el curso de la investigación resultó, empero, otro cuadro, más amplio en muchos aspectos. Era evidente que los siglos XIV y XV en Francia y en los Países Bajos son mucho más apropiados para darnos una idea del final de la Edad Media y de las últimas formas en que se manifiesta la cultura medieval que para poner ante nuestros ojos el despertar del Renacimiento.
Nuestro espíritu trata de conocer con predilección los «orígenes» y los «comienzos». Las promesas que ligan una época con la siguiente parécennos la mayoría de las veces más importantes que los recuerdos que la enlazan con la anterior. Así fue posible que se buscasen con tanta insistencia los gérmenes de la cultura moderna en la cultura medieval, que se llegase a dudar de la exactitud del concepto de Edad Media y aun pudiese parecer que esta época no había sido apenas otra cosa que la germinación del Renacimiento.
Pero el morir y el nacer van tan paso a paso en la historia como en la naturaleza. Seguir el declinar de las formas sobremaduras de la cultura no es de menor entidad —ni en modo alguno menos cautivante— que observar el nacimiento de las nuevas. No sólo seremos más justos con artistas como los van Eyck, sino también con poetas como Eustache Deschamps, con historiógrafos como Froissart y Chastellain, con teólogos como Jean Gerson y Dionisio «el Cartujo»; en suma, con todos los representantes del espíritu de esta época, no considerándolos como iniciadores y heraldos de lo venidero, sino como la expresión acabada del inmediato pretérito.
El autor tenía, en la época en que escribió este libro, menos conciencia que hoy del peligro que puede haber en comparar las secciones de la historia con las estaciones del año. Ruega, por ende, que se tome el titulo sólo como una expresión figurada que pretende sugerir el tono del conjunto.
Leyden, noviembre de 1923
La nueva edición presenta algunas ampliaciones y correcciones.
Leyden, septiembre de 1927
Capítulo 1
El tono de la vida
C UANDO el mundo era medio milenio más joven, tenían todos los sucesos formas externas mucho más pronunciadas que ahora. Entre el dolor y la alegría, entre la desgracia y la dicha, parecía la distancia mayor de lo que nos parece a nosotros. Todas las experiencias de la vida conservaban ese grado de espontaneidad y ese carácter absoluto que la alegría y el dolor tienen aún hoy en el espíritu del niño. Todo acontecimiento, todo acto, estaba rodeado de precisas y expresivas formas, estaba inserto en un estilo vital rígido, pero elevado. Las grandes contingencias de la vida —el nacimiento, el matrimonio, la muerte— tomaban con el sacramento respectivo el brillo de un misterio divino. Pero también los pequeños sucesos —un viaje, un trabajo, una visita— iban acompañados de mil bendiciones, ceremonias, sentencias y formalidades.
Para la miseria y la necesidad había menos lenitivos que ahora. Resultaban, pues, más opresivas y dolorosas. El contraste entre la enfermedad y la salud era más señalado. El frío cortante y las noches pavorosas del invierno eran un mal mucho más grave. El honor y la riqueza eran gozados con más fruición y avidez, porque se distinguían con más intensidad que ahora de la lastimosa pobreza. Un traje de ceremonia, orlado de piel, un vivo fuego en el hogar acompañado de la libación y la broma, un blando lecho, conservaban el alto valor de goce que acaso la novela inglesa ha sido la más perseverante en recordar con sus descripciones de la alegría de vivir. Y todas las cosas de la vida tenían algo de ostentoso, pero cruelmente público. Los leprosos hacían sonar sus carracas y marchaban en procesión; los mendigos gimoteaban en las iglesias y exhibían sus deformidades. Todas las clases, todos los órdenes, todos los oficios, podían reconocerse por su traje. Los grandes señores no se ponían jamás en movimiento sin un pomposo despliegue de armas y libreas, in fundiendo respeto y envidia. La administración de la justicia, la venta de mercancías, las bodas y los entierros, todo se anunciaba ruidosamente por medio de cortejos, gritos, lamentaciones y música. El enamorado llevaba la cifra de su dama; el compañero de armas o de religión, el signo de su hermandad; el súbdito, los colores y las armas de su señor.