Virginia Pitts Rembert
El Bosco
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ISBN: 978-1-64461-750-2
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Contenido
Listado de Ilustraciones
Hieronymus Bosch (El Bosco) y la“Tentación”de Lisboa. Una perspectiva desde el 3ermilenio
E n 1951, se tradujo al inglés la obra de Wilhelm Fränger, El reino milenario de Hieronymus Bosch: fundamentos de una nueva interpretación. El libro causó sensación, tanto a nivel académico como del público en general. Un artículo sobre el libro acompañado de fotografías en color que apareció en Life Magazine, supuso probablemente el mayor impulso a la popularidad de El Bosco, ya que hasta ese momento poco o nada similar se había publicado sobre él.
La interpretación de Fränger de que El Bosco llevó a cabo sus obras maestras no con fines religiosos ortodoxos, sino para cultos pararreligiosos, se vio como un punto de inflexión para entender a este enigmático artista.
Aunque la mayoría de los historiadores del arte que han estudiado a El Bosco desde la muerte de Fränger en 1964 han rechazado sus opiniones, aún hay quien apoya su idea de que el gran maestro de un culto de adamitas dictó su imaginario secreto a El Bosco, que lo expuso en su gran obra del museo del Prado, y otras obras menores.
Los escritores que reflexionaron sobre El Bosco en los casi cinco siglos que siguieron a su muerte le atribuyeron tal reputación de “fabricante de diablos” (Gossart), que hasta el periodo moderno apenas se le consideró artista.
Fueron principalmente sus alucinantes escenas del infierno las que atrajeron la atención. Cuando pinta las criaturas y los escenarios de esos “infiernos” en términos de naturalismo infinitamente detallado, éstos son tan convincentes que parecen puro recuerdo.
Para la mente medieval, el hombre que podía revelar con tanta claridad sus peores miedos debía ser un hechicero o un loco, puede que incluso una herramienta del mismo demonio. Escritores posteriores, bien retomando el mismo punto de vista o bien como consecuencia del racionalismo del Renacimiento y la Reforma, convirtieron a El Bosco en el representante de lo peor del medievalismo.
Cuando se le mencionaba no era tanto como artista, sino más bien como un fenómeno extraño. Finalmente, El Bosco fue postergado y olvidado. Fueron necesarios dos siglos para que se volviera a suscitar el interés sobre él, a finales del siglo XIX .
1. Muerte de un avaro, óleo sobre tabla, National Gallery of Art, Washington (se dice que colgaba encima de la cama de Felipe II en El Escorial en el momento de su muerte; recientemente se ha dicho que formaba parte de un retablo).
2. Curación de la locura, también denominada La extracción de la piedra de la locura, óleo sobre tabla, 48 x 35 cm, Museo del Prado, Madrid.
3. Retrato de Hieronymus Bosch, Anónimo, aprox. 1550. Dibujo en rojo y negro en el Codex de Arras, 41 x 28 cm, Biblioteca Municipal, Arras.
4. El prestidigitador, óleo sobre tabla, 53 x 65 cm, Musée Claude Debussy, Saint-Germain-en-Laye (Ph. L.Sully-Jaulmes).
5. La nave de los locos, 57,9 x 32,6 cm, óleo sobre tabla, Museo del Louvre, París.
6. Dibujo de‘s-Hertogenbosch, Pieter Jansz Saenredam.
En el siglo XX se dio mucho mayor énfasis a su figura de artista de lo que se había hecho hasta entonces y la tendencia continua con un interés casi abrumador en el siglo XXI . Se puede esperar que los escritores italianos del alto Renacimiento subrayen la rareza del pintor, ya que sus conceptos eran la antítesis de los del sur de Europa. El historiador florentino Guicciardini, en su Descritione di tutti i Paesi Bassi, altrimenti detti Germania inferiore. (1567) se refiere a “Jerome Bosch de Boisleduc, noble y admirable inventor de cosas extrañas y fantásticas…” En 1568, el historiador del arte italiano, Vasari, describe las invenciones bosquianas como “fantastiche e capricciose.”
Lomazzo, autor de Trattato dell’arte della Pittura, Scultura ed Architettura, publicado por primera vez en 1584, habla del “flamenco Girolamo Bosch, que representando extrañas apariciones y aterradores y horribles sueños, fue único y realmente divino”.
Durante el mismo periodo, en el norte, se enunciaban similares opiniones acerca de la obra del pintor, se mencionaban sólo sus demonios e infiernos olvidando todo lo demás. El historiador holandés Marc van Vaernewijck (1567) denominó a El Bosco “creador de diablos, que no tuvo rival en el arte de representar demonios”.
Carel van Mander, el homólogo de Vasari en el norte considera el conjunto de las obras de El Bosco como “…truculentas pinturas de espeluznantes y horribles fantasmas del infierno…” En los escritos españoles empiezan a aparecer numerosas afirmaciones de similar talante, debido a la influencia de numerosas obras de El Bosco que llegan a España a mediados del s. XVI.
El rey Felipe II fue el principal responsable de la popularidad de El Bosco en España, ya que poseía treinta y seis obras del pintor. Cantidad sorprendente si tenemos en cuenta que la obra total de El Bosco asciende a unos cuarenta cuadros.
Tan amplia colección, atesorada en pocos años después de la muerte del pintor, confirma la fascinación del rey, un interés que dio lugar a varios de los primeros escritos estudiando a fondo la obra de El Bosco.
La razón fue que el fraile José de Sigüenza, que hizo el inventario de los cuadros del rey poco después de su muerte en 1598, se sintió obligado a disculpar el obsesivo interés del monarca por El Bosco. Quizá fray José temiera las consecuencias de una peligrosa atención por parte de la Inquisición, ya que escribió una elaborada defensa de la ortodoxia del pintor y su fidelidad a la naturaleza: “Entre las pinturas alemanas y flamencas que son, como he dicho, numerosas, las de Hieronymus Bosch pueden encontrarse por todo el palacio (El Escorial). Por varias razones, me gustaría hablar un poco más de este pintor, ya que su genialidad lo merece, aunque la gente en general diga cosas absurdas sobre su obra… gente que no ha mirado atentamente lo que ve. Creo que por esa razón ha sido erróneamente acusado de hereje. Para empezar, tengo tal opinión de la piedad y el celo del rey, nuestro fundador, que (creo que) si él [Bosco] lo hubiera sido, él [el rey] no habría admitido sus pinturas en su palacio, en sus conventos, en su habitación, en la sala capitular de sus órdenes, en su sacristía, y por el contrario todos estos lugares están adornados con ellas.
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