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1. Autorretratox, hacia 1873-1876, Museo de Orsay, París.
2. Retrato de Iván Morozov.
A fines del siglo XIX y comienzos del XX , el arte de Cézanne llama cada vez más la atención de los pintores de la vanguardia europea: Matisse, Picasso, Braque, Derain, etc., así como la de algunos jóvenes artistas rusos, creando un arte nuevo cuyos cimientos se encuentran en las lecciones del maestro de Provenza. Sin embargo, a la muerte de éste, una decena de periódicos parisinos publicarán necrológicas ambiguas donde se podía leer, por ejemplo: “un talento incompleto”, “una pintura grosera”, “pintor malogrado”, “incapaz de crear otra cosa que bocetos a causa de un defecto natural de la vista”; estas fueron algunas de las críticas características que acompañaron al pintor en su último camino. La incomprensión del arte de Cézanne no fue el resultado de la “miopía” de algunos críticos o pintores, sino la consecuencia de la complejidad real de su pintura, del carácter específico del sistema estético que el pintor desarrolló durante toda su vida sin llegar nunca a plasmarlo completamente en una obra. Cézanne es, sin duda, el pintor más complejo del siglo XIX . Lionello Venturi escribió en su libro Da Manet a Lautrec que “ante la grandeza de Cézanne se experimenta una especie de miedo; se tiene la impresión de entrar en un mundo desconocido, rico, austero y poseedor de tan altas cumbres que nos parecen inaccesibles”. Alcanzar esas cumbres es, en efecto, una árdua tarea. Actualmente, el arte de Cézanne se despliega ante nosotros con toda la lógica de su desarrollo, conteniendo ya desde sus primeros pasos el germen de su futuro prestigio. Pero, para aquellos que no podían ver sino fragmentos de este conjunto, es natural que éstos les pareciesen extraños e incomprensibles.
Lo que para la mayoría resultaba chocante era, ante todo, una extraña diversidad de estilo y un distinto nivel de acabado de las telas. Algunas de ellas impresionaban por la fuerza del temperamento que surgía de las formas y la potencia brutal de los volúmenes, como cincelados con buriles o moldeados en una masa de colores; otras impactaban por su racionalismo, la sabiduría de su composición, la modulación de sus colores y su sorprendente diversidad; otras por la rapidez del bosquejo donde algunos toques transparentes de acuarela evocaban la profundidad y otras, al fin, por sus poderosas figuras perfiladas, ubicadas en relaciones espaciales complejas que un autor ruso calificó, con justeza, como “espacio entrelazado”. Justo un mes antes de su muerte, escribía a Émile Bernard “¿Llegaré a la meta tan buscada y tan largo tiempo perseguida? Así lo deseo, pero mientras no la alcance, un vago estado de malestar subsiste y sólo podrá desaparecer cuando haya alcanzado buen puerto”.
3. Las Cuatro Estaciones, 1859-1860, Museo del Petit Palais, París.
4. Escena de interior, a comienzos de los años 1860, Museo Pushkin de Bellas Artes, Moscú.
5. Pastoral, hacia 1870, Museo de Orsay, París.
6. Almuerzo campestre, hacia 1870-1871, Colección particular, París.
7. Retrato del tío Dominique en traje de monje, hacia 1865, Col. del Sr. y la Sra. Ira Haupt, Nueva York.
Ideas amargas como éstas resuenan como un leitmotiv trágico tanto en la correspondencia de Cézanne como en las discusiones con sus amigos; tales ideas constituyen el drama de toda su vida: tragedia de dudas permanentes, de insatisfacción, de falta de confianza en sus propias fuerzas. Sin embargo, es en esta incertidumbre donde reside la fuerza motriz de un arte que se despliega como crece un árbol o se forma una roca, a través de una lenta acumulación de capas siempre nuevas.
A menudo, Cézanne, furioso consigo mismo, raspaba con un cuchillo lo que había pintado en el curso de una jornada de intenso trabajo, tiraba por la ventana sus telas o, durante la mudanza de un taller a otro, dejaba tiradas varias decenas de lienzos que consideraba inacabados. Pensaba poder algún día realizar enteramente su visión del mundo en una sola y grandiosa obra de arte a imagen de los genios de la pintura clásica y, esforzándose en “rehacer Poussin a partir de la naturaleza” poder igualarlo.
Pero para el hombre de fines del siglo XIX , la realidad era mucho más compleja, inestable y fluida que en los tiempos de Poussin.
Cézanne consagró años de trabajo para encontrar cada uno de los aspectos, con la esperanza de descubrir un sistema único. Deseaba, al fin y al cabo, realizar una obra maestra. Sin embargo, pintó numerosas telas que hoy consideramos como tales. Pero hizo más: elaboró un nuevo método y un nuevo sistema artístico que aplicó a través de toda su obra, favoreciendo así la aparición del arte del siglo XX . Sería inútil buscar la esencia y el espíritu del sistema artístico de Cézanne en sus propósitos. Sólo aceptaba razonamientos sobre el arte con el pincel en la mano. Sus reflexiones no poseían el carácter de postulados teóricos, se trataba más bien de consejos prácticos dirigidos a sus colegas pintores. De esta manera, no son los propósitos teóricos del pintor, sino sus propias obras las que deben ayudarnos a elucidar cómo, paso a paso, se formó su método y cómo engarzaba los eslabones de lo que hoy tenemos todo el derecho de llamar el “sistema artístico de Cézanne”.