Neal Ascherson - El mar Negro
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- Libro:El mar Negro
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1995
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El mar Negro: resumen, descripción y anotación
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A mi padre
Son muchas las personas, vivas y muertas, que me han ayudado a escribir este libro. La idea, ahora que lo pienso, se me ocurrió cuando tenía dieciséis años, mientras leía Iranios y griegos en la Rusia meridional, el clásico de Mikhail Rostovtzeff sobre el pasado del mar Negro. Por entonces estudiaba literatura latina y griega y me parecía importante que no se me tipificara como «clasicista». Quería encontrar un rincón privado desde el que entender el mundo clásico, no como grecorromano —o como estudiante al que inculcan una versión posvictoriana de una forma de pensar grecorromana—, sino como un intruso informado. Quería ser un monje que escribía rimas en latín o un peligroso escita que viajaba aprisa y no echaba raíces en ninguna parte. En cualquier caso, leer a Rostovtzeff fue como emprender una invasión y una ocupación imaginarias que todavía me duran. Tuvo que transcurrir media vida para que yo pudiera cumplir la orden del invasor, para poder subirme al túmulo funerario de un rey nómada junto a la desembocadura del Dniéper o del Don. Pero fue Rostovtzeff quien dio la orden inicial.
Me gustaría rendir homenaje a los autores de ciertas obras de las que he dependido mucho en determinados capítulos, en particular a Alan Fisher (The Crimean Tartars) y a Patricia Herlihy, cuyo excelente libro Odessa, a History ha sido mi principal fuente de información sobre esa ciudad en el siglo XIX. Le miroir d’Hérodote , de François Hartog, en la inteligente traducción inglesa de Janet Lloyd, está en el centro de algunas argumentaciones mías, al igual que Inventing the Barbarians de Edith Hall. European Encounters with the New World, el sombrío y profético libro de Anthony Pagden, me ayudó a comprender el significado de los viajes interculturales. Por lo que se refiere a la ecología del mar Negro, he sacado casi todos mis datos y muchas ideas de la obra de Laurence Mee y J. F. Caddy, que además fueron pacientes y generosos con mis dudas. Todo lo que he dicho sobre nacionalismo está inspirado en las ideas de Tom Nairn.
Hay dos personas a las que por encima de todo quisiera agradecer la ayuda y el apoyo que me prestaron. Marzena Pogorzaly, que investigó en profundidad y resumió de un modo impecable las fuentes de información sobre el tiempo que pasó Adam Mickiewicz en Odessa y en Crimea, y sobre la extraña ideología llamada «sarmatismo» que se apoderó de la vieja aristocracia polaca. Los volúmenes de extractos que me entregó siguen siendo por sí mismos una lectura absorbente y siempre le estaré agradecido. El profesor Anthony Bryer de la Universidad de Birmingham me llevó al XVIII Congreso Internacional de Bizantinología, que se celebró en Moscú en agosto de 1991 y que me permitió ser testigo del infructuoso golpe de Estado que se produjo a los pocos días de terminarse el congreso y que acabó destruyendo la Unión Soviética. El profesor Bryer puso a mi disposición sus vastos conocimientos sobre la historia bizantina y en particular sobre el gran imperio de Trebisonda de los Comneno, y no dejó de proporcionarme ideas y contactos; los errores y reflexiones malsanas sobre estos temas que se encuentren en el presente libro son exclusivamente míos y espero que el profesor me los perdone. También he contraído una profunda deuda con Igor Volkov, del departamento de arqueología de la Universidad de Rostov-del-Don, que me enseñó la ciudad y el museo de Azov, me proporcionó literatura especializada sobre la historia del bajo Don y respondió a ulteriores preguntas con largas y útiles cartas sobre la historia y arqueología de la Rusia meridional.
Me gustaría dar asimismo las gracias a Anatoly Ilych Kudrenko, director del museo de Olbia, y en particular a Valeriy Fedorovich Chesnok, director del museo de Tanais, que me permitieron quedarme en el lugar, me ayudaron a organizarme un programa y me ofrecieron amistad y consejo. Vaya también mi reconocimiento para Irina Tolochko y Zhenya Malchenko, para Yura y Volodya Guguev; y para Inna Soltys, que me enseñó Odessa e hizo de intérprete. Estoy igualmente en deuda con el doctor George Hewitt, de la School of Oriental and African Studies de Londres, cuyas cartas de presentación y contactos me ayudaron a entrar en Abjasia y estudiarla; con el personal del Instituto Ucraniano de Ecología Marina, de Odessa, y con Timothy Taylor, de la Universidad de Bradford, por perder buena parte de su tiempo en conversaciones conmigo acerca de los sármatas y los tracios, y por proporcionarme copias de sus artículos y un ejemplar de la obra del fallecido Tadeusz Sulimirski. Por último, quisiera dar las gracias a Wolfgang Feurstein por acogerme en su casa de la Selva Negra y charlar conmigo tan franca y vehementemente de sus artículos sobre la cultura laz.
De tarde en tarde me presentaba, agotado, sucio y hambriento, en casa de los sucesivos corresponsales del Independent en Moscú, a veces en estado realmente crítico. Siempre me recibieron bien. No podría corresponder con nada a la amabilidad de Peter Pringle y Eleanor Randolph, o de Andrew y Martha Higgins. Siempre recordaré los días y las noches que pasé con ellos.
De todos modos, no existiría este libro, ni nada que agradecer, sin la paciencia, estímulo y tolerancia de mi esposa, Isabel Hilton, que durante años tuvo que afrontar vacaciones interrumpidas y fines de semana en soledad. Espero que el libro sea al menos una pequeña recompensa por estas privaciones.
En los años transcurridos desde la publicación del presente libro, el mundo ha aprendido a preocuparse por la región del mar Negro. Durante el primer decenio y medio después de la desintegración de la Unión Soviética en 1991, los nuevos esquemas permanecieron estables. La mayoría de los gobiernos de los países ribereños se hallaban embarcados en luchas internas cuyos objetivos eran afirmar su propia autoridad y poner fin al caos económico. Pero a principios del siglo XXI, y de forma casi inesperada, las fronteras del mar Negro empezaron a hundirse al comenzar una nueva era de terremotos políticos.
Se han producido en las orillas del mar Negro cuatro levantamientos espectaculares que se apoderaron de la atención del mundo y dos guerras en pequeña escala. En 2004 la Revolución de las Rosas en Georgia y, un año más tarde, la Revolución Naranja en Ucrania fueron casi incruentas. También lo fue la inmensa pero vana oleada de protestas antigubernamentales que sacudió Estambul y otras ciudades turcas en 2013. Pero los ejércitos rusos lanzaron un ataque punitivo contra Georgia en 2008 y la carnicería de un segundo levantamiento ucraniano llevó en 2014 a la subversión y la anexión de Crimea por parte de Rusia y a una insurrección apoyada por los rusos en las ciudades del sudeste de Ucrania.
El primer conflicto con Rusia empezó cuando en agosto del 2008 el presidente Saakashvili de Georgia atacó impulsivamente Osetia del Sur pero fue rechazado por un masivo contraataque ruso. Los tanques rusos penetraron profundamente en Georgia. Miles de georgianos huyeron de sus hogares; la ciudad de Gori (lugar de nacimiento de Stalin) fue bombardeada. Antes de retirarse, los rusos destruyeron metódicamente todas las bases y pertrechos militares que encontraron en Georgia occidental.
Durante unas semanas, Georgia fue el centro de la atención mundial. Casi inmediatamente después del cese de las hostilidades, Rusia reconoció la independencia soberana de Osetia del Sur y Abjasia. Aunque estas dos regiones diminutas se habían sacudido la autoridad de Georgia cerca de veinte años antes, Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea condenaron ahora este reconocimiento por considerarlo una violación de la «integridad territorial» de Georgia.
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