Nicole Casanova - Günter Grass. Conversaciones con Nicole Casanova
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- Libro:Günter Grass. Conversaciones con Nicole Casanova
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1979
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Günter Grass. Conversaciones con Nicole Casanova: resumen, descripción y anotación
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Título original: Atelier des Métamorphoses
Nicole Casanova, 1979
Traducción: Alberto Clavería
Editor digital: IbnKhaldun
ePub base r1.2
1927-1946
La infancia
Las entrevistas que forman el presente libro fueron iniciadas durante el viaje que Günter Grass efectuó a través de Alemania en septiembre de 1977 a fin de leer, de ciudad en ciudad, fragmentos de su novela El rodaballo, que acababa de aparecer. La última entrevista fue realizada en febrero de 1978, justo antes de la partida de Günter Grass hacia Japón e Indonesia.
Hay dos ritmos en la vida de Günter Grass. El ritmo del viaje y de la campaña electoral se percibe de inmediato. Grass va muy rápido, acumula los encuentros, imágenes, contactos, olores, compasiones, indignaciones y estadísticas con que compone su filosofía de pre-ilustrado. Pero también existe el ritmo oculto que regula el nacimiento de la obra. Prolongado, a modo de contrapunto, en un «aumento del valor», exige una gran paciencia. El artesano corrige tres veces seguidas el manuscrito de El rodaballo —setecientas páginas impresas— o rasca con el buril durante diez minutos, en una plancha de cobre, una superficie de tres centímetros cuadrados.
Estas conversaciones, captadas en el primer ritmo, pretenden mostrar algo del segundo.
Mientras se desarrolla su vida rápida, Günter Grass es de acceso más bien fácil. No parece alimentar hostilidad hacia los periodistas, les sacrifica una orilla de su territorio y les concede un forraje mesurado y en apariencia suficiente. Pero el periodista, rápidamente aguijoneada la curiosidad ante la multiplicidad del personaje, busca la fórmula lógica que le permita saber algo más de él. En la obra de Grass ¿cuál es la estructura común al libro y al hombre? Quizá la mina de Años de perro. Cuando surge un acontecimiento en el entorno de Grass, se elaboran reacciones, productos, al nivel segundo o al décimo, según una estratificación particular suya. El grabado de El rodaballo que adorna la cubierta de la obra está ahí, ocupa su volumen en el espacio, pero la galería «dibujo» tiene casi cuarenta años de existencia, como la galería «literatura». Hay que seguir esos corredores de un extremo a otro si se quiere comprender la actividad de esta mina de donde se extraen las metamorfosis.
Más por conciencia profesional que por el gusto de la confidencia, Grass deja a su compañía una oportunidad de adivinarle. Es distante, pero en modo alguno está cerrado. No está obsesionado por la verdad: un error de juicio que le afecte le divertirá si da lugar a un cuadro vivo, y no lo corregirá. Contad, contad, piensa él sin lugar a dudas, siempre quedará algo…
Así pues, si se quiere conocer a Grass se puede hacer uso de la imaginación como instrumento de trabajo. Podemos, para empezar y puesto que le hemos encontrado en plan de viaje, especular eficazmente sobre su equipaje (que el Bundesgrenzschutz —aduanero— pasará miserablemente en alguna frontera por los rayos X). En la maleta que Grass lleva consigo va, desde luego, Alemania. En el vientre del boeing que le conducirá a Tokio estará esa calle de Wiesbaden por la que yo me paseé esperando a que Grass acudiera a dar una lectura, en el teatro Walhalla, de El rodaballo. Y no sólo la calle, sino toda la ciudad entera: las casas rococó, las puertaes aderezadas como muchachas con sus trenzas bien enroscadas, la Langasse peatonil y su vagabundo sentado en el suelo con un sombrero verde encasquetado y cantando a dos voces, con una de hombre y otra de mujer. Grass se adecua a todos los decorados de Alemania. Hasta tal punto se los apropia por medio del amor que les otorga, que crea ante sus pasos una especie de armonía. Incluso en la sala de conciertos, aparentemente del siglo XVIII, de color amarillo pajizo, adornada con angelotes y faunos que tañen la flauta, está en su casa. Está en familia en cualquier época de Alemania, tan lejos como se quiera hacia atrás o hacia adelante en el tiempo, como el narrador de El rodaballo. Y, si bien anda trasteando con lo universal, siempre empieza, como Amsel, el héroe de Años de perro, rebuscando las primeras piezas del espantajo en el curso del Vístula o de los campos que lo rodean.
En Wiesbaden el tiempo disponible antes de la etapa siguiente, que es muy poco, no nos permitió iniciar las conversaciones. He visto a Grass entrar en el teatro, con la marea de la muchedumbre. Francia, que le supone una estatura física de gigante, debe saber que es más bien pequeño, con un caminar poco germánico, de leopardo. Sin embargo, un «aura» poderosa y secreta a la vez lo revela al primer vistazo, aun confundido entre cien personas. Color tabaco, pelo castaño más bien claro y bigote oscuro, ha trepado al estrado y ha empezado a leer un pasaje en el cual Federico el Grande asiste a la escarda de la patata. La voz de Grass tiene una gran belleza, muy grave, llena de hosquedad y de música.
Los burgueses, cuya presencia es mayoritaria (el libro trata de la condición femenina), aplauden; los estudiantes, también. A continuación Grass ha salido al foyer del teatro y ha firmado pacientemente, durante horas, unos doscientos ejemplares de El rodaballo allí depositados.
Hasta llegar a Coblenza no he podido hablar con él. Cerca de dos mil personas, llegadas de toda la región, invadieron la Rhein-Mosel Halle; la pequeña sala se desbordó, el restaurante fue abierto, el público se repartió por el enorme espacio en torno de las mesas cubiertas con manteles blancos. Grass se adapta tanto a las paredes de vidrio y hormigón como a las dimensiones de la muchedumbre. Observé los rostros de los oyentes: cada uno de ellos parecía personalmente afectado, no precisamente crédulos, pero sí interesados. Grass consiguió, sin rebajarse, parecer abierto a todos. ¿Abierto? Por la curiosidad. Sin que pueda decirse que ama a los demás, es evidente que se interesa por todo el mundo. Selecciona poco los datos que recibe, lo embarca todo, practica la generosidad de la recepción; a fin de cuentas, produce sin avaricia. No sé en qué punto del circuito late el corazón. Al día siguiente por la mañana, a pesar de las protestas del portero, veo a Grass en su hotel a la hora del desayuno. En la mesa reposan, grandes, abiertas, las dos alas blancas de un libro extraordinario, poemas de Grass traducidos al italiano, acompañados de litografías: edición de bibliófilo de 130 ejemplares, por Giorgio Opiglio, de Milán. Alrededor de los textos, mezclados con ellos, pululan setas y falos, setas faloides, vulvas lamelibranquias y gasterópodos lúbricos. Grass está liando a mano un cigarrillo. Como señalo, tenía una nariz renacentista, puntiaguda, y humor en la mirada.
… entonces se derrumbó todo un mundo…
Mientras tanto, yo me había hecho adulto.
Nicole Casanova.—Günter Grass, ¿qué puede esperarse de estas entrevistas? ¿Es usted un hombre que dice la verdad?
Günter Grass.—¡Miento! Mi madre se dio cuenta muy pronto de que yo, de niño, mentía; pero no pudo hallar prueba de que lo hiciera para conseguir u ocultar algo. Más tarde comprendió que mentir es, de modo visible, una necesidad en mí. Es que la verdad, en ciertas ocasiones, me aburre. Entonces empiezo a variar esa verdad, invento en derredor mío. Naturalmente, en ocasiones esto tiene consecuencias terribles. Me ha sucedido, respondiendo a preguntas que me hacen continuamente, contradecirme, hacer uso de versiones distintas. Sólo me doy cuenta al comparar la entrevista ya publicada con otras respuestas que ya había dado a idénticas preguntas. Estas mentiras verbales no tienen mayor peso. Prefiero mentir en letra impresa. Tengo inclinación a la ficción, a la narración, a la invención, a todas las formas del cuento.
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