SIN FILTRO
Lo primero que debo confesar es que me conoces como Nicole Block-Davis, como se lee en la portada de este libro, pero ese no es mi nombre real. Mi antiguo nombre lo sabrás más adelante. Ten paciencia.
Lo que sí quiero que sepas ahora es que soy bulímica hace diez años, anoréxica hace quince y sufro distintos desórdenes alimenticios desde los ocho. Prepárate. Nada de lo que leas a continuación será fácil. Espero que mi viaje no te incomode.
Estudié arte y teatro. Puede que me conozcas de alguna teleserie. Si es el caso, de seguro me viste en mi peor momento. Llegué a pesar treinta y nueve kilos, y me desmayaba varias veces al día. Como te puedes imaginar, comía poco. Perdón, me expresé mal: no comía. Pero no siempre fui así.
En otros períodos de mi vida comí mucho, tanto que guardaba los envoltorios de todas mis chanchadas en una maleta. Sí, leíste bien; una maleta se convirtió en mi basurero. Por supuesto que ninguno de mis atracones quedaba en mi cuerpo. El ritual era comer y vomitar, comer y vomitar, comer y vomitar. Por meses me las ingenié para esconder las bolsas con vómito en mi clóset. Ufff, qué difícil es reconocer la última frase.
He intentado innumerables tratamientos psiquiátricos a lo largo de mis treinta y dos años. Siempre quise descubrir qué sucedía en mi cabeza. Desde chica entendí que mi cerebro no funcionaba como el de los demás. Conocerás en detalle mi diagnóstico oficial en este relato.
Me han recetado una cantidad de medicamentos incontable. La mayoría me ha hecho muy mal, aunque debo reconocer que algunos me han ayudado. Hoy puedo decir que estoy bien. Mi paso por el Centro Rosewood (institución donde traté mis desórdenes alimenticios), en Los Angeles, Estados Unidos, me salvó. Hay un antes y un después en mi hoja de vida. Fue la mejor decisión que he tomado.
A veces tengo una energía desbordante y otras me sumerjo en una tristeza profunda. Casi no tengo intermedios, pero cada día me enamoro más de mis grises. Todos dicen que soy divertida, algunos me tildan de «mono animado», aunque si soy sincera nunca he tenido muchas amigas. No es fácil conectar con otro ser humano cuando tu única preocupación es el número que marca la pesa.
Algunas curiosidades de mí que quizá no sospechabas por mi perfil en redes sociales:
• Puedo estar una asombrosa cantidad de horas encerrada en mi pieza. Disfruto escondiéndome del mundo exterior. Me hace sentir más segura, ¿te pasa?
• Soy desordenada y, tal como los gatos, no me gusta mucho bañarme, pero lo hago igualmente. Siempre huelo muy bien.
• Amo a Marilyn Monroe.
• Extraño a mi abuela paterna.
• Un guatero, buena conversa, la palta, un tequila margarita y, por supuesto, sentirme querida me hacen feliz.
• Me gusta escribir guiones y dirigir.
• Soy fanática de los horarios y de los planes en una pizarra.
• Nunca me he creído una mujer guapa, aunque debo admitir que me lo dicen con bastante frecuencia. Mi autoestima no es la mejor y antes de entrar a la tele me hice una liposucción en mis rollos imaginarios. No sé cómo salí viva de esa clínica del terror. No hay palabras en el diccionario que describan el dolor/agonía/suplicio/tormento/flagelo (y puedo seguir buscando sinónimos sin encontrar el adecuado) que sentí post cirugía. Moretones de la mejor producción de Hollywood.
Por estos días hago charlas de eating disorder o ED (hablaremos mucho de este monstruo que en español es conocido como desorden alimenticio). Esta enfermedad es el conector de todos mis problemas. Todo lo que aprendí, te lo mostraré. Desclasificaré los errores y los aciertos que salvaron mi vida. Que mi historia te sirva como guía, pero también para pedir ayuda si lo necesitas.
Mi experiencia con la anorexia, la bulimia y los atracones me enseñó que —aunque tengamos el mismo diagnóstico— nuestra realidad es única, personal e intransferible. Estas son algunas de las cosas que he aprendido después de vivir y escuchar testimonios en mis talleres:
1. No todas las personas con un desorden alimenticio son delgadas. Existen de todas las tallas.
2. No es necesario estar al borde la muerte para estar sufriendo un TCA (Trastorno de Conducta Alimentaria).
3. Los ED son enfermedades fantasmas. Muchas de las personas que conoces pueden estar viviéndolas en silencio. Puede ser tu compañera de trabajo, tu amigo, tu hermana. Pocos reciben un diagnóstico.
4. Hay quienes sufren anorexia y comen en exceso; otros que vomitan y otros que restringen. No todas las personas con un desorden alimenticio tienen anorexia.
5. No todas las personas con un desorden alimenticio se internan en un hospital o realizan terapia.
Hoy opto por una vida sin filtros (o lo intento, al menos). De los de Instagram, pero también de los del alma. Aprendí a quererme a mí misma y espero que tú también te ames, ojalá sin haber experimentado el mismo recorrido que me tocó vivir. Si fue así, te abrazo. Sé por lo que pasaste. Quiero que sepas que para mí sigue siendo una lucha, pero que efectivamente se hace más fácil cada día. Aquí termino, pero también comienzo mi confesión. Prometo no embellecer mi verdad, porque mi vida —tal como la tuya— no necesita filtros.
Esta soy yo.
Te lo quería contar.
PRIMERA PARTE
WARNING AL LECTOR
El denominador común en mi vida es que me cuesta hacer memoria. Hay muchos períodos de mi paso por esta tierra en que no sé bien dónde estaba o que no recuerdo con mucho detalle. Una de las tareas más complicadas de mi terapia en el Centro Rosewood fue recordar cuándo nació mi obsesión por la comida. Siempre asumí que el interés excesivo por lo que comía no tenía una fecha de inicio, pero siempre hay una primera página. Sé lo que estás pensando: «Se trata de un clásico episodio de bloqueo». Y sí, lo más probable es que mi mente haya decidido olvidar lo feo con tal de sobrevivir. Gracias a eso estoy aquí contándote todo, aunque tampoco puedo (ni debo) despreciar las cientos de horas de terapia que me han hecho recordar los episodios más traumáticos de mi vida.
Creo que cualquier persona puede entender por qué olvidé por tantos años. Si no lo entiendes, déjame decirte que lo más probable es que hayas hecho lo mismo a tu manera. Puede que en tu caso sea olvidarse de los niños que te decían «gorda», «tonta» y «fea», o cualquier estupidez de ese nivel. Quizá dejaste en el pasado al chico que te rechazó porque no le gustabas o a los que no supieron quererte como debían. Tal vez archivaste algún episodio con tus papás o una terrible tragedia familiar. Puede que algunos de los ejemplos mencionados estén escondidos en una caja fuerte en un rinconcito de tu cerebro. ¿Se te viene algo a la cabeza? Todos de alguna forma damos vuelta la página o dejamos el trauma bien escondido para sobrevivir.
En mi caso fueron mis primeras purgas. No sabía cómo había llegado a convertirme en alguien que sufre de bulimia. Hice borrones extremos en mi hoja de vida por mucho tiempo, algo muy poco recomendable porque los traumas siempre salen a luz si no son tratados, incluso se camuflan en dolencias físicas. La terapia me ayudó a navegar las vivencias que mi alma quería borrar y por eso hoy puedo hablar de lo que me avergüenza. O, mejor dicho, lo que me avergonzaba.
El sueño que terminó en pesadilla
Ahora que confesé mi lucha con varias lagunas mentales quiero hablarte de la depresión más terrible que he tenido en mi existencia. ¿Fecha? El diez de octubre de 2018. ¿Escenario? Un pequeño pero acogedor departamento con vista al mar, muebles italianos y con Leonor Varela, la famosa actriz chilena, de vecina en Santa Monica, Los Angeles. ¿Protagonistas? Mi exmarido y yo.