Günter Grass - Ensayos sobre literatura
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- Libro:Ensayos sobre literatura
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1980
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Ensayos sobre literatura: resumen, descripción y anotación
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Aislado en el tráfago de las estaciones de tren y los domicilios fortuitos, Günter Grass empleó veinte años en los artículos que ahora conforman este libro. Destinados a periódicos y revistas, los temas que aborda son literarios y políticos y están siempre tratados desde una perspectiva anecdótica. Las opiniones propuestas no salen del gabinete del crítico, sino de la libreta de un escritor, no aspiran a la originalidad ni al aserto categórico, sino a la charla informal con lectores no especializados.
En una irónica comparación de Shakespeare con Bertolt Brecht, se examina un tema caro para el autor: el vulgo y sus maneras cotidianas y políticas. Los insultos que el cisne de Avon pulía contra el pueblo bajo son comparados con los elogios que este inspiraba en el dramaturgo antifascista. Con motivo de la Primavera de Praga, se aplica la crítica de la burocracia de Kafka a las instituciones comunistas. El desarrollo y el subdesarrollo de los países del Tercer Mundo son analizados a la luz de las utopías del escritor Alfred Döblin. No faltan los apuntes y confidencias sobre la ejecución de la obra personal, la conjunción de circunstancias que llevaron a El tambor de hojalata y Del diario de un caracol.
Así, pues, nos enfrentamos a la literatura como un acto político: un modo de hacer caer al lector distraído.
Günter Grass
ePub r1.0
Titivillus 17.04.15
Título original: Aufsätze zur Literatur
Günter Grass, 1980
Traducción: Angelika Scherp
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
K ANDINSKY decía: «La forma agradece su buena definición al proporcionar por si sola el contenido». Frase bella y convincente, frase a la que debemos el tapiz con dibujos pequeños y grandes, compuesto en mayúsculas y minúsculas. Todos la han entendido. Los pintores, los poetas, la industria del embalaje y los inventores de los aparatos de sonido. Sacudamos la frase; su sentido debería soportarlo: «El contenido agradece su buena definición al proporcionar por sí solo la forma». Sin embargo, la inversión de la frase tampoco convence del todo. No es posible hablar de forma y contenido, de contenido y forma, en una sola frase. Son máximas que a lo sumo sirven para la primera página del catálogo de una exposición de artes plásticas o como sentencia para el dorso de un calendario progresista. Por lo tanto intentaré sembrar la desconfianza entre varios signos de puntuación; es más, entre la forma y el contenido.
Al enumerar actividades cuya falta de sentido ha adquirido un carácter proverbial estamos hablando de virtudes humanas: escupir contra el viento, remar contra la corriente, estrellar la cabeza contra la pared, predicar en el desierto. Y tocamos una virtud más al recordar a aquellos que se afanaron en escribir o pintar a pesar del contenido, o que como Maillol observaron año tras año a la misma muchacha rolliza, para ayudar a la mano creadora a delinear con claridad una rodilla o a incrustar una vértebra cervical que solo los verdaderos fetichistas sabrían descubrir.
El contenido es el inevitable rebelde, el pretexto para la forma. La forma o la sensibilidad para ella es algo que se tiene, que se lleva como una bomba en el maletín. Solo se requiere el detonador —llamémoslo historia, anécdota, hilo rojo, tema o también contenido— para concluir los preparativos de un atentado durante largo tiempo planeado, y exhibir unos fuegos artificiales desplegados a la altura correcta y en condiciones climáticas favorables, con la explosión correspondiente unos segundos después de que el ojo pudo deleitarse. Todos los autores de atentados, incluso de los literarios, estarán de acuerdo conmigo en lo siguiente: si el detonador o el contenido permanece en el maletín durante demasiado tiempo, si es desarmado precipitadamente o antes de tiempo, si la relación entre la bomba y el detonante se altera, en suma, si se cazan gorriones con un cañón o cachalotes con pistolas de agua, el sucedáneo aún sin nombre se burlará de los dioses, antes tan fáciles de entretener.
Mencionaré de paso a los que desprecian la forma, calientan todo el voluminoso contenido en su pecho y solo aportan entusiasmo a la obra de su pluma.
Es difícil hallar y fijar un verdadero contenido, es decir, uno que sea terco, delicado como un caracol y detallado, aunque con frecuencia se encuentre en plena calle haciéndose el desentendido. Los contenidos se desgastan, se disfrazan, se hacen los tontos, se califican de banales y de esta manera esperan sustraerse al penoso tratamiento de la mano del artista.
Cuando la mano del artista busca por un tiempo pero sigue vacía, o no muestra la habilidad suficiente para lo que encontró, la boca del artista reniega de los contenidos y su cabeza se acuerda de aptitudes y cualidades formales muy propias. «El qué no es lo importante, solo el cómo. El contenido solo estorba, es una concesión al público. El arte busca la forma en sí. El arte es eterno, debe superar el espacio y el tiempo, ya los ha superado. Solo los del este todavía practican el realismo social. Nosotros, sin embargo (los artistas hostiles al contenido suelen hablar en plural), nos hemos adelantado a nosotros mismos, el vuelo de nuestras ideas revienta a diario y por los mismos gajes del oficio toda forma importuna». Cuántas cosas pueden crearse teniendo imaginación. Nuevas perspectivas, constelaciones, estructuras, aspectos, acentos; nada de todo ello existió jamás. Los pintores descubren el plano (como si Rafael hubiese abierto agujeros en el lienzo), los poetas se remiten al subconsciente y sueñan con cierto miedo, si bien de manera literariamente productiva, que ellos mismos pudieran convertirse en epígonos de este edén de las metáforas o ser desvalijados —lo que resultaría aún peor— por ladrones epigonales de los sueños y del subconsciente.
Entretanto los contenidos, hartos de sí mismos, siguen en plena calle y se avergüenzan de su contenido.
Los poetas Pempelfort y Krudewil se pasean por un prado lleno de flores. Krudewil lleva una maletita y con un palo hurga en las toperas. Pempelfort se inclina y coge una flor con movimientos decididos.
PEMPELFORT: Oh, encontré una metáfora.
KRUDEWIL: No deberías alimentar la poesía con tus conocimientos a medias de botánica. Además, volviste a decir «Oh» por razones meramente ornamentales.
PEMPELFORT (contempla la flor): ¿Cómo iba? ¿Diente de león de la noche del alma? No. Tantán, taran tantán. Florece para mí en el sueño y la ilusión… Tampoco. Ya lo tengo:
Pues en la cuadrícula del diente de león Están consignados ya los espías de la muerte.
Y ahora ¿qué dices?
KRUDEWIL: NO te contentas con menos de dos genitivos por cada frase. Me aburren estos paseos por la pradera.
PEMPELFORT: Y eso que son tan productivos.
KRUDEWIL: En todo caso me gusta usar este palo…
PEMPELFORT: Es una rama de nogal.
KRUDEWIL (con ira): Un palo es un palo, digo yo. Y uso este garrote u otro cualquiera para hurgar en las toperas. Soy un hombre desconfiado.
PEMPELFORT (recita): Palo de nogal
Muerte para el topo
El polvo de las estrellas
Se deslizó sobre el pan.
KRUDEWIL (tira golpes al aire con el palo): Basta de esos cosméticos. El polvo de las estrellas, el hombre en la Luna. Y ni un solo verso en que no abuses de la muerte. ¡Eres un embustero, Pempelfort!
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