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Michel Onfray - La fuerza de existir

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Michel Onfray La fuerza de existir
  • Libro:
    La fuerza de existir
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2006
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La fuerza de existir: resumen, descripción y anotación

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Onfray es el académico que sale a la calle para decirle al mundo la historia - photo 1

Onfray es el académico que sale a la calle para decirle al mundo: la historia del pensamiento que os han contado es solo la más conveniente a la serenidad de los poderosos. Al idealismo de Platón, de los Padres de la Iglesia y de Kant se opone otra línea que no ve el cuerpo y el placer como un obstáculo para el conocimiento, sino todo lo contrario. En el primer capítulo, el filósofo se presenta en carne viva: «Fallecí a la edad de diez años…». Es el momento en que ingresa en el orfanato. Los tormentos de aquellos años muestran cómo el cuerpo del filósofo es la matriz y la materia de que están hechas las ideas. Nietzsche es la figura tutelar de esta contrafilosofía, pero también Montaigne, Pascal e incluso Descartes. En las dos palabras que integran el subtítulo de esta obra, Manifiesto hedonista, está el programa de la labor que Onfray viene realizando. «Manifiesto» por su potencia política y «hedonista» por su reivindicación del potencial liberador del placer y de la necesidad de romper con la tradición que nos ha hecho creer que el mundo material no cabe en el cielo de las ideas.

Michel Onfray La fuerza de existir Manifiesto hedonista ePub r10 Titivillus - photo 2

Michel Onfray

La fuerza de existir

Manifiesto hedonista

ePub r1.0

Titivillus 29.12.15

Título original: La puissance d’exister. Manifeste hédoniste

Michel Onfray, 2006

Traducción: Luz Freire

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Todo placer quiere eternidad NIETZSCHE Así habló Zaratustra La otra canción - photo 3

Todo placer quiere eternidad.

NIETZSCHE, Así habló Zaratustra,
«La otra canción del baile»

III. UNA PRÁCTICA DE LA RESISTENCIA

El devenir revolucionario de los individuos. Ya nadie cree en la revolución a la manera insurreccional de Blanqui. ¡Incluso el capitalismo liberal ha renunciado a los golpes de Estado según las teorías de Malaparte! Ya no tiene éxito en ningún lado la idea de Marx según la cual el cambio de infraestructura económica modifica de forma automática las superestructuras ideológicas. La apropiación colectiva y violenta de los medios de producción no cambia nada: la ideología no surge de la supuración fisiológica de los modos de producción, sino de otras lógicas… Las ideas viven una vida menos breve.

El capitalismo es flexible. No renuncia a sus posiciones sin recurrir a artimañas y múltiples medios antes de darse por vencido. Aún no se ha escrito la historia de esas metamorfosis: el afecto, la proximidad, los sentimientos hacia el capitalismo paternalista; el llamamiento a los grandes fetiches —la libertad, en especial, de emprender— junto a la variante liberal dura; la convocatoria de la vena social en el caso de la versión socialdemócrata; el rigor brutal de los fascistas con casco; la seducción de la posibilidad de acceder a los objetos deseables en el tropismo consumista; el espejismo permisivo con los liberales libertarios; la infiltración permeable e insidiosa en la actualidad de los fascismos micrológicos. Y todo el tiempo, el envoltorio y el condicionamiento atraen la atención sobre la novedad, pero la mercancía sigue siendo siempre la misma…

¿La renuncia a la insurrección y a sus posibilidades marca el fin de la práctica? ¿Habrá que hacer el duelo, en lo sucesivo, de una acción revolucionaria? ¿O quedan esperanzas todavía, y si es así, bajo qué formas? ¿La revolución es un ideal aún defendible? ¿A qué precio? ¿Para hacer qué? ¿Con quién? ¿En busca de qué? ¿Qué haría Blanqui en nuestra época? ¿Querría aún el golpe de Estado que predispone a la opinión pública cuando el ardid permite que ocurra sin dificultades y se instale durante largo tiempo? La lección de Auguste Blanqui no se encuentra en la letra de su texto, ni en sus acciones en las barricadas, sino en el espíritu de su vida: intentar la producción de efectos revolucionarios.

Detengámonos un instante en la noción de revolución: ¿qué significa hoy en día? Evitemos el significado astronómico: pues toda revolución implica una rotación, sin duda, pero para volver al punto de partida. Con frecuencia, las cosas no ocurren así: ciertamente, la Revolución Rusa abolió el zarismo, pero para instaurar un régimen mucho más brutal al del látigo de los zares. Aquel falso cambio no es deseable: alimenta la ilusión, desalienta y decepciona para toda la vida.

La revolución tampoco consiste en el cambio radical ni en la abolición del pasado, la tabla rasa. La destrucción de la memoria nunca ha permitido construir nada durable o que valga la pena que perdure. El odio al pasado, a la Historia y a la memoria —síntomas de nuestra época crepuscular— produce espejismos, fantasmas y períodos históricos estériles. Los autos de fe, la exaltación iconoclasta, los incendios de edificios y los diversos vandalismos rozan la bestialidad y no estimulan de ningún modo el progreso de la razón.

¿Dónde está, pues, la revolución? En la lógica hegeliana de la Aufhebung: conservación y superación. En el proceso dialéctico que permite apoyarse en lo dado, el pasado, la historia, la memoria, para adquirir el impulso que, respetuoso de aquel punto de apoyo, avanza más allá y genera nuevas posibilidades de vida. Esta dialéctica no es una ruptura radical, sino la continua superposición, evolución franca y abierta hacia horizontes lejanos. Recuperemos el proyecto de Condorcet, siempre de actualidad, con fe en el progreso del espíritu humano. Y démosle a ese espíritu radical la posibilidad de realizar considerables progresos.

¿Qué hacer? Releer a La Boétie y recuperar sus tesis más importantes: el poder no existe, se ha dicho, sin el consentimiento de aquellos sobre quienes se ejerce. ¿Si falta ese consentimiento? El poder cesa y pierde su conquista. Pues el coloso con pies de barro conserva los pies —imagen del Discurso sobre la servidumbre voluntaria— únicamente a través de la anuencia del pueblo explotado. Frase sublime: estén decididos a dejar de servir y serán libres, escribe el amigo de Michel de Montaigne. Nada ha cambiado desde el siglo XVI. La brutalidad del liberalismo solo se mantiene debido a la aprobación de los que lo padecen. Cuando ellos les nieguen su colaboración —la palabra es importante—, la fortaleza se convertirá en un montón de piedras yermas.

La violencia liberal no es platónica ni caída del cielo ni emana de ideas puras. Surge del suelo y de la tierra, se encarna y toma la apariencia humana, utiliza vías de paso localizables, activadas por hombres con rostro. Existe debido a los que contribuyen a su genealogía y a la persistencia de esa monstruosidad. Se encarna en lugares y personas, en las circunstancias y en las ocasiones. Se muestra: es visible y por lo tanto frágil y delicada, asequible, expuesta, y así es posible combatirla, detenerla y prohibirla.

La naturaleza de los microfascismos conduce a las microrresistencias. En muchas ocasiones las fuerzas negativas se oponen a las fuerzas reactivas e interrumpen la difusión de la energía lóbrega. Seamos nominalistas: el liberalismo no es una esencia platónica, sino una realidad tangible y encarnada. No luchamos con conceptos sino con situaciones concretas. En el terreno inmanente, la acción revolucionaria se define por el rechazo a transformarse en correo de transmisión de la negatividad.

Aquí y ahora, y no mañana o en un futuro radiante, más tarde…, porque mañana no es hoy… La revolución no espera la buena voluntad de la Historia con mayúscula; se encarna en situaciones múltiples en los lugares donde se la moviliza: en su familia, su taller, su oficina, su pareja, en su casa, bajo el techo familiar, en cuanto un tercero queda implicado en una relación, por todas partes. No hay pretextos para dejar para mañana lo que finalmente no se hace jamás: ¿el lugar, el tiempo, las circunstancias y la oportunidad revolucionaria? Ahora mismo. Al comprobar el fin de toda posible revolución insurreccional, Deleuze recurrió al

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