Bibliografía
Los libros que acercan al mundo
Prefacio
Bachelard me acompaña todo el tiempo en esta obra, aunque no solamente en ella. La formación del espíritu científico (Vrin [ed. cast.: México, Siglo XXI, 1974]) es un libro esencial para toda filosofía del conocimiento, mucho más que la Crítica de la razón pura (Pléiade [ed. cast.: México, Porrúa, 2005]), de Kant. Sus desarrollos sobre los “obstáculos epistemológicos” permiten comprender. las ficciones religiosas de los tres monoteísmos, las mitologías freudianas, los embelesamientos de los sadófilos y otros sadólatras, la incapacidad de numerosos intelectuales de aceptar el hecho de que lo real claramente ha tenido lugar.
Sus escritos sobre la materia del mundo son para mí un modelo de distancia adecuada entre el pensador y lo real: La llama de una vela (PUF [ed. cast.: Buenos Aires, Colihue, 2002]), El psicoanálisis del fuego (Gallimard [ed. cast.: Madrid, Alianza, 1966]), lecturas fervientes de mi adolescencia; pero también El agua y los sueños (José Corti [ed. cast.: México, Fondo de Cultura Económica, 2011]); El aire y los sueños (José Corti [ed. cast.: Madrid, Fondo de Cultura Económica, 2003]), La tierra y los ensueños de la voluntad y La tierra y los ensueños del reposo (José Corti [ed. cast.: México, Fondo de Cultura Económica, 2006]); después, La poética del espacio, La poética de la ensoñación y El derecho a soñar (PUF [eds. casts.: México, Fondo de Cultura Económica, 1975, 2012 y 1997, respectivamente]). La biografía muy austera de André Parinaud, Gaston Bachelard (Flammarion, 1996), nos muestra menos al gran amante de la vida que fue que los textos afectuosos de Jean Lescure, Un été avec Bachelard [Un verano con Bachelard] (Luneau Ascot).
Cosmos
PRIMERA PARTE
EL TIEMPO
Una forma a priori de lo vivo
El tiempo visto, pensado, concebido y analizado por los filósofos es un mundo aparte, solo suyo. Permite elaborar tesis o escribir gruesos volúmenes. Fui a buscar a otra parte, menos entre quienes lo pensaron que entre quienes lo vivieron. Pienso en Hors du temps, de Michel Siffre (Julliard), quien obtuvo más sobre este tema implicando su cuerpo por entero de manera empírica que quienes solo le habían dedicado su inteligencia conceptual. El espeleólogo encontró el tiempo en su materialidad primitiva; en ese libro cuenta el detalle de ese encuentro cara a cara productor de descubrimientos científicos que los filósofos sentados a sus escritorios siempre ignoran.
La experiencia de degustación del champán “1921” se inscribe en el mismo espíritu: partir en busca del tiempo perdido, menos en busca de inútiles ideas puras que a la caza de verdades empíricas útiles. Yo había realizado esa clase de ejercicio, ya bajo el signo de Bachelard, en Les formes du temps. Théorie du Sauternes [Las formas del tiempo. Teoría del Sauternes] (Mollat; después, Le Livre de Poche), un libro que en las librerías francesas aparecía clasificado en la sección enología, mientras en Alemania la traducción se publicaba en colecciones donde figuraban Foucault, Deleuze o Baudrillard. Pero, desde un punto de vista institucional, para pensar el tiempo vale más comentar los libros de otros filósofos que hablan del tiempo que ir a buscar allí donde el tiempo está: en una gruta o en una copa, entre otros lugares.
O entre quienes lo viven de otra manera. Como es el caso de los gitanos, portadores de una ontología específica, al menos para unos pocos que aún se resisten a la asimilación cristiana forzada. La bibliografía con frecuencia es antropológica o histórica, hasta anecdótica. Prefiero la que me remite a la oralidad: los cuentos de Mille ans de contes tsiganes [Mil años de cuentos gitanos, de Bertrand Solet] (Milan Jeunesse), la poesía de Sin casa y sin tumba (L’Harmattan [ed. cast.: Madrid, Instituto de Cultura Gitana Huerga y Fierro, 2011]), de Rajko Djuric, y la obra, tan vasta y tan rica, de Alexandre Romanes (que no pretende ocultar que no sabe escribir), que publica en Gallimard Un peuple depromeneurs, Sur l’épaule de l’ange [Sobre los hombros del ángel] y Paroles perdues [Palabras perdidas].
La gruta del espeleólogo, los toneles del jefe de bodega, el fuego de leña del campamento gitano son excelentes lugares para pensar el tiempo. Como el huerto. Ciertamente, estuvo el de mi padre, primer huerto, primer jardín, jardín de los jardines, jardín de mi infancia, pero ya no existe; para reencontrarlo un poco: Le théâtre d’agriculture et mesnage des champs (1600), de Olivier de Serres, La théorie et la pratique du jardinage (1709), de Antoine Joseph Dezallier d’Argenville, e Instruction pour les jardins fruitiers etpotagers (1690), de Jean-Baptiste de La Quintinie (los tres publicados en las ediciones Actes Sud).
Un pequeño volumen titulado Fragmentos póstumos sobre el eterno retorno (Allia [ed. cast.: Madrid, Tecnos, 2008]), de Friedrich Nietzsche, contribuye a la confusión entre los textos publicados por el mismo Nietzsche después de haberlos aprobado, y sus fragmentos y notas de trabajo. Lo cual hace decir a los autores de este pequeño volumen que Nietzsche no habría querido organizar la doctrina del eterno retorno como un sistema. Al carecer de contexto y al presentar esos documentos de trabajo como si fueran resultados logrados de una investigación, la obra conduce a ese malentendido. Pues Nietzsche ya había dado una forma sistemática en lo que había publicado sobre ese tema: en La gaya ciencia (Gallimard [ed. cast.: Madrid, Alianza, 1998]) y en Así habló Zaratustra (Gallimard [ed. cast.: Madrid, Alianza, 2003]).
Pierre Héber-Suffrin publicó una suma magnífica que da todas las claves del libro, una lectura de Así habló Zaratustra en cuatro volúmenes más una traducción del libro hecha por Hans Hildenbrand: tomo I: De la vertu sommeil a la vertu éveil [De la virtud sueño a la virtud vigilia]; tomo II: À la recherche d’un sauveteur [En busca de un salvador]; tomo III: Penser, vouloir et dire l’éternel retour [Pensar, querer y decir el eterno retorno]; tomo IV: Au secours des hommes supérieures [En auxilio de los hombres superiores] (Kimé).
Deleuze dedicó dos libros a Nietzsche: en 1962, Nietzsche y la filosofía (PUF [ed. cast.: Barcelona, Anagrama, 1998]) y, en 1965, Nietzsche (PUF [ed. cast.: Madrid, Arena, 2000]). Véase asimismo su intervención de julio de 1964 en el coloquio de Royaumont: “Conclusions sur la volonté de puissance et l’éternel retour” [Conclusiones sobre la voluntad de poder y el eterno retorno] (Cahiers du Royaumont. Nietzsche, Minuit), recogidas en la La isla desierta y otros textos (Pre-Textos).
Para más información sobre un posible contratiempo hedonista como remedio contra el tiempo muerto del nihilismo, véanse: Bengt y Marie-Thérese Danielsson, Gauguin á Tahiti et aux íles Marquises [Gauguin en Tahití y en las islas Marquesas] (Éditions du Pacifique); Henry Bouillier, Victor Segalen (Mercure de France). Además de Les immémoriaux (Plon), publicado en la excelente colección de Jean Malaurie «Terre Humaine», véanse los textos sobre Gauguin, el bovarismo, Rimbaud, el exotismo, las sinestesias, en los dos tomos de Oeuvres completes [Obras completas] (publicadas por Laffont en dos tomos).
En los excelentes Cahiers de l’Herne Victor Segalen, compilado por Marie Dollé y Christian Doumet, una serie de artículos sobre la política, la religión y la poética de Segalen. Y esta carta escrita por Bachelard a la hija de Segalen que le había enviado las obras de su padre. Bachelard dice: “¡Ahora estoy seguro de que los poetas son los verdaderos maestros del filósofo! Ellos van directo al objetivo. Alrededor de sus descubrimientos, uno puede construir conceptos, sistemas, pero ellos son los que tienen la luz”.
SEGUNDA PARTE
LA VIDA
La fuerza de la fuerza
La obra completa de Jean-Marie Pelt nos ofrece una considerable cantidad de informaciones muy concretas sobre el mundo vegetal, el gran olvidado de la filosofía, salvo si incluimos en ese registro el trabajo de Goethe: La metamorfosis de las plantas y otros escritos botánicos (Triades [ed. cast.: Barcelona, Pau de Damasc, 2001]) permite pensar la historia atendiendo a la morfología, lo cual constituye una pista filosófica interesante en un mundo dominado por el mecanismo más simple, hasta el punto de ser, a veces, mecanicismo. Palabra de materialista.