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Miguel Salabert - Julio Verne, ese desconocido

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Miguel Salabert Julio Verne, ese desconocido
  • Libro:
    Julio Verne, ese desconocido
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1974
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Julio Verne, ese desconocido: resumen, descripción y anotación

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MIGUEL SALABERT Madrid 1931-Madrid 2007 Periodista y escritor español - photo 1

MIGUEL SALABERT (Madrid, 1931-Madrid, 2007). Periodista y escritor español.

Estudió Filosofía y Letras y Periodismo en Madrid. Ejerció el periodismo en París, en L’Express y en la Agence France Presse. Publicó centenares de artículos, crónicas y reportajes de información política y cultural y de crítica literaria en publicaciones como L’Express (París), Socialdemokraten (Copenhague), España (Méjico), Los Lunes de Revolución (La Habana), Clarín (Buenos Aires), El Día (Tenerife), Cambio 16, Informaciones, Contrapunto, Posible, Gentleman, Realidades, Cuadernos para el Diálogo, Triunfo, Mundo Obrero, Nuestra Bandera, La Calle, etc.

Fue además de un excelente periodista y un buen escritor un vitalista, un hombre que amó la vida como se ama, a veces, a ciertas mujeres. Tal vez «exilio interior» sea una suerte de oxímorón de los que propició por su manera de ser el Caudillo, que gustaba de las paradojas. Lo cierto es que, a finales de los años cincuenta, Miguel Salabert, periodista, escritor y traductor y sus traducciones, desde Jules Verne hasta Flaubert nunca fueron un socorrido ganapán, cuando preparaba libros, éstos sí, de dignísimo encargo como El toro en la literatura o Antología del humor francés o un divertido Humor de contrabando, en colaboración con Chumy Chúmez, probó suerte, en idioma ajeno, el francés, en el periodismo. Allá por 1958 escribió un artículo sobre era todo un género la España de Franco y Miguel Salabert, que se iba soltando en francés lo tituló L’exil intérieur.

Y la frase hizo tanta fortuna decía con humor que de haberlo sabido lo hubiera patentado en Ginebra que acabó convirtiéndose en una frase hecha que, además, empezó a utilizarse de forma retroactiva, y así abarcó a Aleixandre y demás cuadrilla.

El exilio interior se llamó su única novela, publicada en España en 1988, en la ed. Anthropos, en una colección de desarraigos titulada Memoria rota, que dirigía Carlos Gurméndez. Una novela, por cierto, que se había editado ya, desde 1961, en París, en Nueva York, en Budapest, en Londres, en Bucarest, etcétera. Salabert no obtuvo con esa novela el reconocimiento el título se cobraba en negociado aparte que su calidad literaria y testimonial se merecía (me consta que en los últimos años, ya herido por la enfermedad, ha disfrutado con las novelas de su hija, Juana Salabert, de las que era lector apasionado y firme crítico). Trabajó mucho, en los años de la transición, en ese carrusel de publicaciones de izquierda, como periodista cultural y político. Como tantos periodistas españoles de su generación, forzados al trastierro, creció en su profesión trabajando en París para la Agencia FrancePress.

De sus años residiendo allí se trajo, al volver, además de a su hija Juana, un gran amor por la cultura francesa que le llevó, de forma natural, a ser traductor, que igual acometía por citar un par de títulos La educación sentimental, de Flaubert, como Veinte mil leguas de viaje submarino, de Jules Verne, el Julio Verne de nuestra infancia. Justamente se ha valorado siempre la importancia que tuvo, en los primeros años de la transición, de lógica satiriasis política, el libro de Savater, La infancia recuperada, por lo que suponía de reencuentro con las viejas lecturas. Pues bien, querría aprovechar esta circunstancia para valorar también el esfuerzo que hizo Salabert, en aquellos años transicionales, por darnos otra vez a leer, con ojos adultos, a Verne.

Recuerdo, con verdadera pasión, mi recuperación hace treinta años de las viejas lecturas de Verne: aquellas estupendas ediciones de bolsillo de Alianza Editorial, con unos esclarecedores prólogos del propio Salabert.

Y también querría recordar ahora un libro aparecido en el más tardotardofranquismo titulado El desconocido Julio Verne (CVS Ediciones, 1974), en el que un periodista de izquierdas como él, comprometido con los tiempos que se avecinaban, no dudó, en ningún momento, en dedicar una biografía seria y bien documentada a Verne. Leer, entonces, de la mano de Salabert, juntos a Verne y a Flaubert fue, sí, toda una educación sentimental, para muchos de entonces.

(Fuente: artículo de Javier Goñi en El País).

Capítulo I

Una isla migratoria

«Yo no puedo ver un navío, buque de guerra, barco de carga o simple chalupa de pesca, sin que todo mi ser se embarque a bordo. Yo creo que estaba hecho para ser marino, y lamento cada día que esta carrera no haya sido la mía desde mi infancia».

(El Rayo verde).

Pierre Verne, hijo de un juez de Provins, Gabriel Verne, había instalado en 1825 un bufete de abogado en Nantes, donde dos años más tarde, el 19 de febrero de 1827, contraería matrimonio con Sophie Allotte de la Füye, descendiente de una de esas familias de armadores bretones enriquecidas con el comercio colonial que engrandeció la ciudad del Loira. Nantes fue la puerta de entrada en Francia del azúcar de las Antillas, explotada por los llamados plantadores de Santo Domingo.

El nombre de La Füye, así como los de sus parientes, los La Celle de Chateaubourg, Du Crest de Villeneuve, etcétera, revela las preocupaciones nobiliarias de una burguesía cuyo triunfo sobre la nobleza estaba aún reciente. La Füye, cuyo significado es palomar, había sido añadido al nombre Allotte, de un antepasado escocés, en recuerdo de un palomar que se hallaba en las tierras de la familia.

El matrimonio Verne, sin muchos medios económicos, había debido instalarse, al principio de su unión, en casa de los padres de Sophie, en la isla Feydeau.

Este islote arenoso había sido elevado cien años antes a barrio residencial y privativo de la casta de los plantadores de Santo Domingo, cuyas inmensas fortunas estaban edificadas sobre la trata y la explotación de los esclavos negros en sus plantaciones de caña. La rebelión de los negros, que daría origen a Haití, la abolición de la esclavitud y el hundimiento de la Compagnie des Indes, arruinaron a esa casta y pusieron fin a la segregación, abriendo la isla a la pequeña burguesía.

En esta isla urbana, una isla precaria por la naturaleza de su suelo y la amenaza de las crecidas del Loira, nacería, el 8 de febrero de 1828, el creador de tantas islas naturales o artificiales, de tantas islas precarias destinadas a la catástrofe. Como ellas, la isla Feydeau estaba abocada a la desaparición. Víctima del progreso, del urbanismo, hoy ha desaparecido.

Pero en aquella época, la isla Feydeau, anclada como un barco al Loira, compartía la vocación marinera del río, con su paisaje de mástiles y velas en las que se mecía la ilusión del viaje, como si la isla se dispusiera a zarpar de un momento a otro. La proximidad del mar se denunciaba en el fuerte olor de los pescados y salazones. Los trópicos irrumpían en los muelles con sus cargamentos de piñas, cocos, azúcar y otros productos exóticos, con la, algarabía multicolor de los loros y los canarios.

Un paisaje maravilloso se abría así a los ojos de Jules y de su hermano Paul, nacido un año después. Una invitación permanente al viaje se dirigía a la imaginación. La imaginación se embarcaba fácilmente a bordo de la aventura, a través de los nombres de navegantes, almirantes y corsarios, que denominaban los muelles.

En el desván de la casa de los Allotte había un cofre que contenía la correspondencia de sus antepasados armadores. Los dos hermanos pudieron compartir la fascinación que ejercían aquellos legajos, los nombres sonoros de tierras y mares lejanos, las relaciones de productos exóticos, noticia todo ello de un mundo misterioso, apenas explorado, que se ofrecía a su libre imaginación. De la libertad de imaginación en aquella época, júzguese teniendo en cuenta que no existían apenas referencias, ese vasto caudal de información que sirven hoy a los niños el cine, la televisión y los periódicos ilustrados.

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