VIAJE AL CENTRO DE LA MENTE
ENSAYOS LITERARIOS Y CIENTÍFICOS
JULES VERNE
Traducción y notas de Mauro Armiño
Jules Verne, Viaje al centro de la mente
Primera edición digital: abril de 2018
ISBN epub: 978-84-8393-629-0
© De la traducción y notas: Mauro Armiño, 2018
© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2018
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Colección Voces / Ensayo 256
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PRÓLOGO
El casi centenar de títulos que forman la serie Viajes extraordinarios de Jules Verne dejan una idea de los intereses y preferencias de un autor que, tal vez, fue el más leído del siglo xix en Francia. Esos títulos abren un abanico de narraciones presididas por dos decisiones tomadas por el joven Verne en función de una afición determinada: la geografía, a la que no tarda en sumarse la ciencia como motor para recorrer esos mapas del mundo. Pero no fue esa su primera inclinación literaria: mientras estudia derecho en París, el joven Verne frecuenta el mundo del teatro y los salones literarios de la mano de Alexander Dumas hijo.
Alterna esas «veleidades» literarias con la amistad de Jacques Arago, que va orientándolo hacia una temática que, por suerte, encontró un editor conspicuo, Pierre-Jules Hetzel. Pese a la ceguera que Arago sufre desde hace 1837, el antiguo explorador mantiene despiertas la mente y la ilusión, y sigue con detalle los avances de sus antiguos colegas, además de continuar con la práctica de ciencias como la astronomía, la física y la química. Son los relatos de Arago los que remiten a Verne a unas lecturas infantiles de exploraciones y aventuras, de robinsones en islas desiertas, etcétera.
La ciudad natal de Verne, Nantes, en la Bretaña francesa, tiene como divisa: Favet Neptunus eunti; y ahí debió de encontrar Verne el punto de partida de la aventura: su puerto se abre al mar Atlántico a través del Loira, con un caudal enorme que suma cinco afluentes y que propicia la llegada y partida de barcos de gran calado. Desde el domicilio de sus padres, en el barrio oeste de Nantes, a dos pasos del centro, Verne puede contemplar el ir y venir de gabarras y veleros. Desde la ventana de su cuarto, el joven Verne distingue el río «desarrollándose en una extensión de dos a tres leguas, entre los prados que inunda con esas grandes crecidas durante el invierno. La necesidad de navegar me devoraba. Ya conocía los términos de marina, y comprendía lo suficiente las maniobras para seguirlas en las novelas marítimas de Fenimore Cooper. Con el ojo en el ocular de un pequeño telescopio, observaba los navíos, prestos a virar, largando sus foques»…
Pero su primera aventura marina terminó en fracaso: a los doce años, embarcado solo en una yola, naufraga después de que se hubiera abierto una vía de agua en su barca: «Solo tuve tiempo de lanzarme en un islote de grandes juncos espesos cuyos penachos inclinaba el viento. Ya pensaba en construir una cabaña de ramas, en fabricar una caña con un junco y anzuelos con espinas, en procurarme fuego, como los salvajes, frotando dos trozos de madera seca uno contra otro. […] Cuando bajó la marea, no tuve más que atravesarla con el agua hasta los tobillos para alcanzar lo que llamé el continente, es decir, la orilla derecha del Loira. Y volví tranquilamente a casa, donde hubede contentarme con la cena familiar en lugar de la comida a lo Crusoe con la que había soñado, conchas crudas, un loncha de pecarí, y pan hecho de harina de mandioca».
Buena parte del progreso comercial de la ciudad se debía, en esa primera mitad del siglo xix, a la caza de la ballena (segundo puerto ballenero de Francia, después de Le Havre) y al comercio del azúcar; pero también a la trata de esclavos, mano de obra imprescindible para la recolección de la caña. Entre 1815 y 1833, tienen su base en Nantes algo más de 350 navíos negreros que vendieron una cifra superior a 30 000 esclavos en las islas citadas. A pesar de que la esclavitud fue abolida en 1848, momento en el que Verne cumple veinte años, la ciudad nantesa seguirá armando durante otros doce años navíos negreros que llenan sus calas con razzias de esclavos a lo largo de las costas de Guinea, Mozambique, las Comores y Madagascar para venderlos en las islas Mauricio y de la Reunión; en estas islas, la producción de azúcar se multiplicó por cuatro en ese periodo, hasta alcanzar las 40 000 toneladas.
En sus recuerdos de infancia y juventud, Verne subraya sobre todo el movimiento portuario, con sus balleneros, sus navíos cargados de hulla, granos, trigo y harina rumbo al otro lado del mar, o con sus olores a té, pimienta, índigo y especias que llegan de remotos países de Oriente. Y también de ese puerto parten barcos como el Oriental Hydrographe, de tres mástiles, con la intención de dar la vuelta al mundo, cuando el futuro escritor de aventuras tiene diez años; o el capitán Loarer sube al puente de mando de un buque de guerra para explorar las costas de Mozambique y Madagascar cuando tiene diecisiete.
Sin embargo, durante una etapa bastante larga, Verne olvida esos olores portuarios y ese mar que lleva a todas partes; cuando en 1848 se instala en París para concluir al año siguiente sus estudios de derecho -imposición familiar-, no tarda en dejarse abducir por el mundo del teatro y los salones literarios; escribe poemas, piezas teatrales, libretos para opereta, tan de moda en ese momento, estrena en 1850 e imprime su primera obra de teatro, Las pajas rotas, en colaboración con Alexander Dumas hijo; ensaya una novela gótica inspirada en Charles Robert Maturin, el autor de Melmoth el errabundo, a la que Balzac ya había dado una continuación, Melmoth reconciliado, en 1835; busca en su realidad inmediata, en la vida de su barrio, materiales para novelar la realidad, o inventa colores locales al otro lado del Atlántico, en ese refrito de documentación que titula Los primeros navíos de la marina mexicana (1851), que aparece en la revista Le Musée des familles, para la que trabaja en la década de 1850. Para sobrevivir y minimizar en lo posible los reproches paternos, se convierte en secretario del Théâtre-Lyrique y trabaja en la Bolsa, mientras publica lo que puede en Le Musée des familles, donde ese mismo año aparecerá un esbozo de lo que ha de convertirse en su trayectoria definitiva: Un viaje en globo… que contienen ya dos características claves: información científica y fantasía. Pese a ello, y pese a que en varias de las novelas breves del periodo ronda esas mismas particularidades (Martin Paz, Maese Zacharius o el Relojero que había perdido su alma, Una invernada en los hielos), su dispersión tardará diez años en centrarse: los que le faltan para encontrar al hombre que orientó y dirigió con mano firme su carrera hacia lo que Verne es y representa: el narrador de aventuras y exploraciones que recorren el mapa del mundo.
Es en 1861 cuando conoce al editor Pierre-Jules Hetzel (1814-1886): en la compañía de edición que había fundado en 1837, había publicado obras de los grandes nombres del momento, incluso durante el exilio al que se vio obligado, tras el golpe de Estado que dio paso al Segundo Imperio (1851), por haber sido jefe de gabinete del poeta Alphonse de Lamartine, ministro en dos ocasiones desde 1848. Hetzel fue uno de los 25 000 republicanos que tuvo que desterrarse; pero, desde Bélgica, no se arredra, y, en la clandestinidad, publica de VictorHugo el libro más virulento contra la política de Napoleón III,