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¿Por qué interesaron los papeles de Julio Verne a los nazis?
El capitán Klaus Berg fue movilizado tras declararse la Segunda Guerra Mundial. A pesar de tener un destino cómodo en París, Klaus echa de menos su vida como profesor de literatura francesa en Hamburgo. Odia al régimen nazi, que ha destruido gran parte del legado literario de Alemania, pero cuando encuentra a un antigua alumno llamado Hans, miembro de las SS, y este le comenta el proyecto en el que está involucrado, todo cambia en su vida.
Tras ser invitado por Himmler a una sesión del secreto Club Verne, el dirigente nazi le informará de que entre los papeles de Julio Verne en su casa de Amiens, puede encontrarse el verdadero manuscrito de Arne Saknussemm, utilizado por escritor francés para escribir su famoso libro Viaje al Centro de la Tierra. Himmler, practicante de la ariosofía, cree que existe realmente el Rey del Mundo, según describe el mito de Agharta y el Shambhala. Klaus tendrá que viajar a Amiens con su alumno Hans Miller.
Mientras, los servicios secreto británicos descubren el plan de Himmler y mandan a dos espías, para hacerse con el manuscrito. El profesor Arthur Macfarlan, profesor de literatura en Oxford y amigo de C. S. Lewis y J.R.R Tolkien, ambos pertenecientes al Club de los Inklings, será el elegido por el servicio secreto para hacerse con el manuscrito. Su ayudante, la señorita Agatha Drew, es una experta en escritura rúnica, con la que mantiene una difícil relación, le ayudará a interpretar las runas que se encuentren en su misión.
¿Descubrirán toda la verdad sobre el libro más misterioso de Julio Verne?
MARIO ESCOBAR
MARIO ESCOBAR
El Club Verne
Amazón
Autor: Escobar, Mario
©2013, Amazón
ISBN: 5705547533428
Generado con: QualityEbook v0.70
"No necesitamos continentes nuevos, sino personas nuevas"Jules Verne
"Todo lo que una persona puede imaginar,otros pueden hacerlo realidad."Jules Verne
“El lector de ciencia ficción pilla las ideas por anticipado, y espera más información, y tiene una actitud diferente hacia lo que lee. Sabes que el mundo va a desplegarse delante de ti, y esperas a conocer las reglas. Un académico dice inmediatamente: ¿Qué quiere decir con dos lunas?, ¿Qué simboliza esto?, ¿Está el personaje loco? Porque la realidad, para el académico, no se cuestiona. Busca la metáfora. Y trata de leer metafóricamente lo que en la ciencia ficción se presenta literalmente. La ciencia ficción sigue llena de metáforas, pero se presenta alegóricamente, con objetivos en la historia, no sólo en el estilo o la forma de escribir el autor”.Orson Scott Card
Prólogo
La famosa librería Shakespeare and Company era uno de los pocos sitios de París en los que aún se respiraba algo de libertad. Klaus estaba paseando aquella grisácea mañana del invierno de 1941, cuando se encontró de frente con la librería en la Rue de l’Odéon. Había escuchado todas las leyendas que circulaban acerca de aquel mítico lugar y de la no menos mítica propietaria, Sylvia Beach. Aquella mujer era mucho más que una simple librera, su pequeña editorial había publicado por primera vez una obra magistral de El Ulises de James Joyce. Un libro prohibido en Alemania por considerarse una de las obras degeneradas de la cultura occidental. El cartel negro sobre un gran fondo de madera marrón no destacaba mucho, como si la librera prefiriera pasar desapercibida, pero todos los amantes de la buena literatura conocían aquel lugar. Sylvia había sido amiga de Ernest Hemmingway, Ezra Pound, F. Scott Fitzgerald, Sherwood Anderson y James Joyce, pero Klaus imaginaba que Sylvia era consciente de que corrían malos tiempos para la literatura.
Klaus Berg había sido profesor de literatura francesa en la Universidad de Hamburgo hasta que la nazificación de la educación le sacó de las aulas, para convertirle en un simple profesor de clases particulares de francés. La desgracia se había cernido sobre él desde aquella fatídica noche del 6 de abril de 1933, que se había grabado a fuego en su mente. No podía evitar recordarlo cada vez que veía una librería. Los libros apilados en grandes montañas, los estudiantes arrojando a las llamas todo el conocimiento de la civilización mientras cantaban viejas canciones ancestrales que hablaban sobre la raza y la nación.
El oficial de las Wehrmach apartó de su mente aquellos recuerdos e intentó volver a disfrutar de aquella mañana templada y gris parisina. Klaus se puso a ojear las mesas de libros de la calle. Sus ojos saltaban de un título a otro, como un desesperado náufrago que había llegado de nuevo a casa tras un largo viaje. Apenas media docena de transeúntes perdían su tiempo mirando los lomos gastados de aquellos viejos libros cuando Klaus notó la presencia de otro oficial alemán. Aquel hombre imponía con su largo abrigo de cuero negro. Su uniforme de las SS amedrentó al resto de lectores, que dejaron discretamente las mesas y se alejaron de la librería. Klaus intentó concentrarse en su búsqueda, pero a él también le asustaban los hombres de negro. Cuervos de mal agüero los llamaba su padre, cuando los veía desfilar por la calles de Hamburgo.
Sylvia salió de la librería y se puso a reordenar las mesas, cuando el oficial de las SS se le acercó y con un fuerte acento alemán le dijo:
Frau Beach, estoy buscando la famosa obra de Joyce Finnegans Wake .
La librera frunció el ceño y su nariz aguileña se arrugó en una desagradable mueca. El oficial, que hasta ese momento se mostraba sonriente, tornó su rostro en un horrible rictus de desprecio, que no pasó desapercibido a la mujer.
¿Para qué quiere una obra como esa? ¿Necesita algo para encender la chimenea, herr oficial? - preguntó Sylvia muy seria.
El hombre se acercó a la mujer y señalándola con el dedo le amenazó:
¡Maldita cerda comunista, amiga de judíos! -gritó, mientras sus ojos grises comenzaban a centellear.
Entráis en París con vuestras sucias botas manchadas de sangre, paseáis por los bulevares como turistas despistados, pero sois los mismos bárbaros que destruisteis el Imperio Romano. Hordas de salvajes incapaces de apreciar la belleza o el arte. No venderé un libro a ningún sucio oficial del ridículo Adolf Hitler - dijo Sylvia totalmente fuera de sí.
El oficial de las SS sacó su pistola Luger y apuntó a la cabeza de la mujer, pero ésta no se inmutó. Le miró desafiante con un libro en la mano, mientras su flequillo le tapaba en parte los ojos. Klaus se acercó despacio hasta el hombre. Sabía que no era buena idea inmiscuirse en la discusión de un oficial de las SS, pero no podía quedarse de brazos cruzados.
Herr oficial, no dispare -dijo Klaus alargando su brazo.
El hombre se giró por un momento, su rostro estaba amoratado por la rabia y no tardó en lanzar a su compañero de armas una mirada de desprecio. De repente el gesto del oficial de las SS cambió por completo y dijo en alta voz:
Klaus, viejo zorro. ¿Qué haces tan lejos de Hamburgo? -
El oficial guardó la pistola y se acercó a su viejo compañero para darle un abrazo.
Hans, no esperaba encontrarte después de tantos años en París -dijo Klaus al reconocer a su viejo alumno.
Sylvia aprovechó el encuentro para escabullirse, pero Hans miró por el rabillo del ojo a la librera y girándose de nuevo, le indicó que se quedara quieta.
Olvídate de ella -le pidió Klaus-, es sólo una librera.
¿Una librera? Esta maldita bruja es la editora de todos esos escritores degenerados. No entiendo qué hace abierto todavía este maldito antro -comentó Hans.
Antes disfrutabas con esos libros -le contestó Klaus.
Antes todos estábamos ciegos, pero ahora no podemos consentir que una maldita yanqui, medio judía y comunista, siga vendiendo este veneno a la juventud. Le estaba preguntando por el libro de ese degenerado irlandés, pero muy astutamente no ha querido vendérmelo. Pero me da igual, no necesito una excusa para clausurar la librería y enviarla a ella a un campo de reeducación -dijo Hans con una sonrisa en los labios.